Cuentos de la vida misma

Turista de la vida

Cuando Elena caminaba por la playa era imposible que pasara desapercibida. Siempre estaba ataviada con un bikini diminuto, un sombrero grande, lentes de sol, sandalias que hacían juego con el color del bikini de turno y su infaltable bolso de paja grande. Su belleza no era notable, su cuerpo no era espectacular, su belleza más bien residía en su jovialidad, en su vitalidad, en su forma alegre y despreocupada en abordar la vida y eso se reflejaba en todo lo que hacía, incluso en caminar por la playa.

En la época en la que la conocí tendría unos 65 años, pero era tan diferente a las mujeres de su edad que, mi abuela, contemporánea con ella, parecía más bien su madre. Eran tan distintas que no parecían ser de la misma generación. Mi abuela me contaba que de jóvenes eran muy amigas, al parecer compartían la rebeldía, el gusto por hacer más de lo que la sociedad de la época permitía a una mujer, como por ejemplo manejar vehículos, trabajar y no quedarse como amas de casa o salir de viaje solas.

Mientras que Elena siguió con su vida rebelde y despreocupada, mi abuela se casó, tuvo hijos y se dedicó al hogar. Con 65 años a mi abuela le gustaba tejer, ver telenovelas, sentarse en el porche de la casa para ver lo que pasaba en el barrio o visitar a los nietos; mientras tanto, Elena se había casado 5 veces, todos los matrimonios, excepto el primero, con un hombre más joven que ella, no tenía hijos, trabajaba como ejecutiva en una empresa y fuera de trabajo lo que hacía era viajar, ir a la playa, la discoteca y reunirse con gente más joven porque decía que ellos le renovaban la vida

Con los novios o maridos tenía una política muy estricta que consistía en no darse mala vida. Se podría decir que era muy enamoradiza; es por esto que muchas “amigas” decían que ella era una mujer de “moral distraída”. La realidad es que Elena se enamoraba en verdad y le era fiel de acción y de pensamiento a esa persona destinataria de su afecto; sin embargo, era muy celosa con su felicidad y con su libertad, ella no aceptada ningún tipo de esclavitud física o de pensamiento. Si su pareja pretendía coartarle de alguna manera su libertad o se volvían problemáticos, incómodos sino la respetaban como ella quería, los dejaba irremediablemente y continuaba con su vida. Porque, conscientemente, ella evitaba esos problemas. Cualquier cosa que pudiese ser causa de conflictos o le pudiese traer turbulencias, ella lo apartaba. No estaba hecha para lidiar con ciertas cosas, para lo que sí estaba hecha era para irradiar vitalidad, para disfrutar y causar alegrías a todos.

Muchas veces, cuando ella visitaba a mis padres, la escuché decir que ella se consideraba nihilista y; por tal motivo, vivía la vida solo para disfrutar el corto tiempo que estaría en ella, porque no estaba de acuerdo con esas barreras morales que la sociedad le imponía a las mujeres, tampoco aceptaba que por su edad había cosas que no podía o no debería hacer. Ella era todo vivir a plenitud sin importar el qué dirán y sin pensar en el mañana que era incierto

Mi padre se burlaba de esa afirmación, decía que era muy osada por llamarse nihilista cuando realmente era una turista de la vida. Y es que mi papá decía que el turista por la vida es alegre, camina con desfachatez sin preocuparse si lo observan o no, si va por buen camino o no. Él mira al cielo, contempla el paisaje, aunque lo haya visto cientos de veces, disfruta lo que tiene en ese momento, no mira a los demás, está concentrado sólo en sí mismo, disfruta la sensación de que todo está ahí por y para él o ella porque se considera el centro del universo. El turista por la vida camina como si tuviese todo el tiempo del mundo, a ese turista no le preocupa la cotidianidad o el futuro, vive por el presente porque lo está conociendo porque no sabe si volverá a sentirse así.

Elena era así exactamente. Realmente ella concuerda con las dos descripciones porque no se dejaba amarrar con ningún precepto moral que le negara libertad y también disfrutaba de su momento, su presente, con la mayor felicidad posible. Yo ahora, muchos años después, analizando su vida y comparándola con todos los que he conocido, incluso conmigo mismo, llego a la conclusión que Elena vivió feliz, como ella quería, tuvo la fortaleza para vencer los prejuicios que, como mujer, siempre trataron de imponerle, superó las barreras que también le impusieron y, lo mejor de todo, es que irradió alegría por donde pasó; pero además, su paso por la vida nunca dejó indiferente a nadie que la conoció.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 12.02.2025

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