Manejando a través de un caluroso desierto, con el aire acondicionado a full, me sentía como
un cubo de hielo deslizándome por una sartén caliente.
Llevaba horas entre cerros, polvo y una carretera infinita, cuando ya me sabía el paisaje de
memoria, un anciano a lo lejos se coló en él. Aceleré para darle alcance y corroborar que fuese
real, ya que por aquel camino olvidado por Dios y el diablo, era imposible que alguien pudiese
ir a pie.
Por más que subía la velocidad no lograba alcanzarlo, era como si patinase sobre hielo. El auto
se detuvo, humeó y no partió más, me bajé porque no creía lo que sucedía. El sol tenía todos
sus rayos sobre mí, sentía como hervía el sudor en mí. En lo que me secaba este de la frente,
se me acercó el anciano. Su rostro estaba lleno de grietas, sus brazos rojos y sus labios partidos
por el sol, parecía que llevaba años caminando sin rumbo fijo.
Sorprendido le ofrecí agua, pero cabizbajo guardó silencio. Busqué su mirada por un costado y
me dijo: ¡No debiste volver por mí!
La piel se me erizó y un frío recorrió mi espalda, marcha atrás me alejé un poco y pude ver que
vestía mis mismas ropas, yo, ya en shock me dijo: Llevo años caminando, tratando de alcanzar
al único vehículo que he visto pasar, ¡Años! No sé cómo es que sigo con vida. ¡Años! Mirando
hacia adelante y hoy que decido voltear, vi al mismo vehículo que seguía y para mi sorpresa
eras tú, era yo, el que quedó en panne hace tanto tiempo.
Sin poder creerlo, emprendimos camino hacia adelante, íbamos como en un trance, no
hablábamos, no comíamos, solo nos cocinábamos vivos en un desierto en el cual nunca
oscurecía.
Así pasaron años, el viejo yo quedó atrás al hacérsele casi imposible seguirme el paso. Yo, por
mi parte tenía la apariencia de mi yo anciano cuando lo vi por primera vez.
Era un camino infinito, volteé a verme e iba en la dirección opuesta, lo ignoré y continué mi
marcha a ningún lado. Cuando volteé nuevamente un vehículo se veía venir, creí que era un
espejismo o delirios de un anciano loco, pero no. El auto se había detenido y humeaba.
Rápidamente me devolví y le di alcance.
Un joven yo me ofrecía agua, cabizbajo no podía creerlo, al parecer al ir en sentido contrario
uno rejuvenecía e iba perdiendo recuerdos.
Con rabia me dije: ¡No debiste volver por mí! Claramente olvidé este camino infinito y maldito,
del cual estaría preso toda la eternidad.