En los pueblos nórdicos hace muchos cientos de años un flautista de apariencia delgada y
bufonesca se paseaba por las plazas tocando su flauta con una melodía muy dulce, que era
capaz de empalagar los oídos de cualquiera que lo oyera. Solo algunos perdían la cordura al oír
su sonido, otros caían bajo un trance hipnótico.
El flautista deambulaba con una fila de personas tras sus pasos, hipnotizados, idiotizados y
adormecidos hacia el borde de un acantilado, uno a uno desfilaba precipicio abajo acabando
con sus vidas. En otros pueblos los hacía caminar hasta el fondo del lago donde las aguas los
ahogarían.
Un día un mendigo lo vio por primera vez y no entendía por qué tanta gente lo seguía, así que
decidió seguirlo también, cuando vio que la gente del pueblo empezó a adentrarse al mar sin
salir supo que algo andaba mal. Se escondió tras unas rocas y observó al flautista hasta que
dejó de tocar, éste se sentó en la arena, puso su flauta a un lado, se quitó unos tapones de los
oídos y se metió al mar a darse un baño con los cuerpos flotando.
Sigilosamente el mendigo corrió, tomó la flauta y volvió a esconderse, la revisó bien y era una
común y corriente, quiso tocar alguna melodía, pero no sabía tocar. Al rato el flautista salió del
mar y al percatarse que su instrumento no estaba empezó a buscar por todos lados hasta que
vio las huellas en la arena que se dirigían a unas rocas. El pobre mendigo no sabía qué hacer, el
músico endemoniado venía tras él. En un intento desesperado empezó a tocar la flauta
desafinadamente y esto hizo que el flautista cayera arrodillado y se agarrara la cabeza, la
horrible melodía hacía que su cabeza se inflara hasta un punto en que estalló por todo el lugar.
El mendigo al tocar el instrumento cayó bajo el embrujo de este, teniendo que suplir el lugar
del ya fallecido músico, era un candidato perfecto, su sordera haría que jamás su instrumento
se volviera contra él.