Cuentos de Oz

El portal.

Trabajaba en las afueras de la ciudad en una mina de carbón, mi amigo Carlos, pasaba todas
las mañanas por mí en su vieja camioneta. Lo esperaba listo con mi vianda y lámpara a
carburo, el trabajo comenzaba a primera hora, la única luz que veíamos durante el día era la de
nuestras lámparas, ya que al terminar nuestra jornada estaba tan oscuro como allá abajo.
Nuestra labor era muy pesada y mal vista al estar todos sucios con polvo de carbón, nuestra
apariencia se veía avejentada aun siendo hombres de mediana edad. Nuestras familias nos
disfrutaban poco, pero el dinero que generaba nos permitía tener una vida con pocos lujos,
pero dignos.
Una tarde, luego de estar picando los túneles sin parar oímos como se quebraba una roca, el
sonido fue tan fuerte que se oyó en toda la mina, la gente dejó de picar y sacar mineral.
Asustados mirábamos el techo, en cualquier momento podría derrumbarse y caer sobre
nosotros. ¡Salgan todos! Alguien gritó, la tierra empezó a temblar y el polvo a nublar nuestras
vistas, corrimos como desesperados a la salida y una luz blanca se veía al final.
La atravesé cubriéndome la cara, nunca había visto brillar el sol de tal manera, cuando salí
estaba tan oscuro como en lo profundo de la mina. Con mi lámpara en mano alumbré
alrededor y no había nadie, yo mismo vi a muchos salir, era extraño, tampoco nadie más salió
detrás de mí, ¿Qué había sido esa luz? Me preguntaba. Un poco preocupado me dirigí a la
camioneta en busca de mi amigo y tampoco estaba.
Bajo la luz de la luna me tocó ir a casa a pie. Al llegar estaba amaneciendo y todo estaba
cambiado, mi casa no estaba, había edificaciones modernas y automóviles que jamás vi en mi
vida. No entendía que estaba pasando, busqué a mi familia sin éxito, me estaba volviendo
loco, decidí ir a casa de Carlos, quizás él entendía algo. La gente me miraba raro, mi apariencia
no encajaba en este mundo futurista. Corrí tan rápido como pude, al llegar a su casa no lo
encontré, puesto que nada de lo que yo conocía existía. No sabía qué hacer ni a quién recurrir.
Me senté en la acera a vista y paciencia de las miradas de repulsión hacia mí.
De pronto oí unas sirenas y la camioneta de Carlos huyendo de la policía, me tocó la bocina e
hizo señas para que me subiera. Feliz de verlo y saber que todo no era una pesadilla corrí y me
subí. Creí que me había vuelto loco, le dije. Somos dos, ¿Qué pasó con nuestra realidad?
Preguntó. Ambos estábamos confundidos, ninguno tenía respuesta. Le pregunté por qué lo
seguía la policía y me dijo que, por andar a exceso de velocidad, asustado en una realidad
distinta a la nuestra.
La patrulla nos pisaba los talones, no teníamos a donde escapar, excepto a la vieja mina donde
trabajábamos. Llegando, más patrullas nos tenían rodeados y uno de ellos nos embistió con tal
fuerza que nos volcamos. Dimos varias vueltas hasta que paramos a la entrada de la mina.
Mareados y heridos salimos como pudimos de entre el metal retorcido, Carlos estaba muy
lesionado, se arrastraba y los policías venían corriendo. Tomé a mi amigo de los brazos y
comencé a arrastrarlo hacia la entrada. Un rastro de sangre cubría nuestra escapatoria,
cansado y adolorido caí sentado y pude ver que alrededor había una vieja animita
conmemorativa con nuestras fotos y nombres. La policía nos rodeó y apuntó con sus armas,
uno de ellos miró las fotografías y luego volteó a vernos detenidamente. ¿Cómo es posible que
sean ustedes? Preguntó confundido y asombrado. Los demás bajaron sus armas y
corroboraron lo que había dicho su compañero. Ustedes deberían estar muertos, el derrumbe
de la mina hace 100 años acabó con la mayoría de los mineros, dijo otro policía.

Por favor, déjenos entrar a la mina, es lo único que conocemos y nos queda en esta vida, dije
llorando. Eso no cambiará nada, está todo derrumbado dentro, pero adelante, háganlo,
respondió uno. Levanté a Carlos y a cuestas lo cargué mina adentro. No podía ver nada, solo la
luz del exterior a nuestras espaldas. Cuando bajé a Carlos al quejarse de dolor, todo oscureció,
miré la salida y afuera era de noche, me devolví corriendo y al salir todo era normal, los
policías no estaban, tampoco la animita. Incrédulos, los oficiales veían como desaparecían las
fotografías de ellos dos.



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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