Llevaba años recorriendo el mundo en mi casa rodante, el viaje me había traído a Europa en
especial a una montaña con un mirador espectacular, desde ahí se podía ver el mar a la
distancia y abajo a un frondoso bosque. Había un precipicio enorme y unas bancas para poder
apreciarlo. En el estacionamiento del mirador había otra casa rodante y al parecer el dueño
estaba en las mismas que yo, apreciando la vista, pero unas bancas más allá, lo saludé, pero no
obtuve respuesta alguna.
Tomé fotos justo antes de que la tormenta de nieve pronosticada me atrapara fuera de la casa
rodante. Pasaron horas, me dispuse a preparar la cena para abrigarme un poco más ya que la
nieve había cubierto todo el lugar. Me abrigué después de cenar para salir a grabar la nieve
sobre el bosque bajo el precipicio.
Tomé unas tomas espectaculares hasta que vi a la otra persona aún sentada en la banca,
cubierta en nieve, su cara estaba azul, sus pestañas cristalizadas y unas lágrimas congeladas.
Llamé a las autoridades correspondientes, esperé a que llegaran y como único testigo di mis
declaraciones.
Esperé a la mañana siguiente para poder irme de ahí, no quería estar en una escena de crimen.
Seguí recorriendo el país a los días posteriores y por las noticias en la radio me enteré que la
autopsia de aquel hombre congelado reveló que la causa de muerte fue por una toxina
paralizadora de unas bayas silvestres que había ingerido como té. Las toxinas habían hecho
efecto mientras miraba el paisaje.
Las mismas toxinas que estaban paralizándome después de haber ingerido aquellas bayas
silvestres en mi desayuno mientras manejaba colina abajo por una pista congelada.