Con mi pequeña comunidad llevamos meses huyendo del crudo invierno que nos azota por
más tiempo del que estábamos acostumbrados. Éste nos ha arrebatado miembros
importantes, ya sea por enfermedad o por el frío extremo. Hemos cazado y usado cuanta piel
de animal que encontramos, pero ni eso es suficiente, los dioses han de estar castigándonos.
Tenemos que caminar de noche contra viento y nieve para llegar a las costas siempre soleadas
a las que veníamos a pescar, ya que si paramos a dormir y armar nuestro improvisado refugio
seguiremos perdiendo gente y como líder no les puedo fallar. Nunca nos había tomado tanto
tiempo en llegar, llevábamos más días de lo presupuestado, mi gente ya estaba
cuestionándome, estamos perdidos, pensé. No les podía decir eso, tenían su fe puesta en mí,
mi experiencia como rastreador y guía se veía opacada con los cerros de nieve y tormentas
heladas.
La noche anterior nos detuvimos a descansar un poco, lo justo para no caer de cansancio en
esta agónica caminata hacia lugares más cálidos. Mientras lo hacíamos pudimos percibir
golpes provenientes del suelo, como si algo grande quisiera surgir de él. Esto atemorizó a mi
gente y dejamos el descanso para otra ocasión, nuestras provisiones escaseaban, pues
contábamos con llegar a las costas hace meses y desafortunadamente tampoco veíamos flora
o fauna alguna.
Al poco tiempo perdimos a uno de los nuestros, lamentablemente tuvimos que hacer una
ceremonia rápida y sepultarlo bajo nieve en honor al clima y temor a perder más gente. Tristes
seguimos caminando hacia un horizonte que tenía unos pequeños rayos de luz, el resto no lo
podía creer, llevábamos meses sin ver el sol.
Sin duda esto nos alentó y dio la energía que necesitábamos para poder seguir, si apurábamos
el paso podríamos llegar en los siguientes días, y así fue, el final se veía tan distinto a lo que
llevábamos recorrido. Cuando por fin llegamos no lo podíamos creer, parecía otro mundo, el
clima era totalmente nuevo a todo lo que conocíamos, hacía calor, los árboles jamás los
habíamos visto y para qué hablar de las aves. Todos eran muy coloridos, los frutos eran
extraños, la gente me agradeció y recalcó la confianza en mí, sin perder más tiempo nos
adentramos en lo que parecía ser un bosque, pero de flora muy distinta. En mí pensaba que
todo esto era extraño, pues no era la costa a la que íbamos inicialmente, tampoco había oído
hablar con otras tribus de este lugar.
Al tiempo nos encontramos con lugareños de piel oscura que se sorprendieron también con
nuestro color de piel más blanca. Quisimos comunicarnos con ellos, pero no pudimos, no
hablaban nuestra lengua y tampoco era alguna que hayamos escuchado antes, ¿A dónde nos
traje? Pensaba. Afortunadamente la tribu nos recibió de buena manera, intercambiábamos
nuestra cultura con la suya mediante un idioma que fuimos inventando para poder
entendernos.
Ellos vivían de frutas y animales en lo que llamaban selva, les hablábamos de peces y mariscos,
pero no los conocían. Organicé una expedición a la costa junto con ellos y llegamos al mismo
punto donde estábamos la primera vez en este nuevo mundo, el asombro de ellos al ver el mar
por primera vez no se comparaba con el mío, ya que donde una vez hubo nieve ahora había
mar.