Cuentos de Oz

Extraña criatura.

Al caer la noche se desata la maldad, el odio y la muerte.
Todo el pueblo conocía sus actos, pero no así al responsable.
El pueblo callaba lo que sabía. Sus calles estaban siempre solitarias, rara vez se veía a alguien
transitar por aquellas calles muertas. Y cuando así era, lo hacían con un andar veloz, casi
corriendo.
Se respiraba odio y la brisa rasgaba la piel.
La vegetación ya hace años que estaba muerta y parecía que la gran mayoría de los
pueblerinos también.
El sonar de las campanas en las escuelas era señal de vida. Ya caía la noche y el miedo era
insoportable, tanto así que se oían disparos. Eran de los cobardes que volaban sus cabezas
para no enfrentar la noche o los valientes como eran conocidos.
Algo mataba a la gente, nadie sabía qué o quién era. Sus actos eran macabros. La iglesia del
pueblo todas las noches era bañada en sangre, y los restos humanos vertidos por todas las
calles que eran testigo de la muerte cada día. Ya nadie iba al pueblo, ni las autoridades. Nadie
se atrevía a abandonar el lugar, aunque todos lo querían, y los que lo intentaron murieron
misteriosamente en el intento. Estaban destinados a morir.
Algunos decían que era el ermitaño que vivía en la montaña, pero nadie lo había visto en años.
El rumor era grande y el pueblo era chico, así que decidieron ir en busca de aquel ermitaño y
acabar con las muertes y del destino que pocos estaban dispuestos a esperar.
Los hombres más fuertes y valientes fueron armados y bien protegidos.
Fueron a la montaña, justo cuando el sol despertaba.
(Ya en la montaña)
El pequeño escuadrón era el futuro y la esperanza del pueblo.
Todos temían, porque creían que el solitario hombre también estaría muerto.
Al llegar a la pequeña y apestosa cabaña, vieron que de la chimenea salía humo. Era un mal y
bien indicio para algunos. No sabían con qué se encontrarían. Se respiraba tranquilidad, cosa
que muchos ya habían olvidado.
Llamaron a voz alzada y nadie contestó. Lanzaron pequeñas piedras, pero solo el ruido de estas
al caer se logró escuchar.
Nadie quería golpear la puerta. El pequeño escuadrón se había vuelto un grupo de niños
cobardes y miedosos.
El crujir de la madera vieja se oía al interior de la cabaña y el cargar de las armas fuera de ella.
En un minuto de valentía, uno de los hombres subió las escaleras y pateó la puerta,
rompiéndola y mandándola lejos.
El hombre permaneció parado bajo el umbral, mientras que los demás estaban atónitos. El
cuerpo cayó de espaldas, mostrando la carencia de su rostro.
Algunos corrieron, otros estaban en shock, pero solo uno de ellos permaneció quieto. Luego
este también cayó al suelo partido en dos.
¡Es algo invisible!, gritaban, mientras los gritos se esparcían por entre los árboles. El pequeño
escuadrón se había disuelto, cada uno corría por su vida.
Un grito aterrorizante se oyó, haciendo reventar los tímpanos de los hombres, cada uno de
estos que estaba más cerca al pueblo moría de una u otra forma, pero todas
espeluznantemente. Habían hecho enojar a la criatura y esta no estaba dispuesta a perdonar ni
a dejar de matar.
Durante ese día, casa por casa, las familias fueron muriendo, el pueblo en sangre fue bañado y
la ira, hambre y sed de la criatura fue saciado.
 



#363 en Paranormal
#4086 en Otros
#1128 en Relatos cortos

En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.