Mi vida había caído en desdicha desde que mi exesposo me engañó con una mujer más joven,
abandonó y lanzó a la calle, nunca sentí la necesidad de trabajar, pues con él lo tenía todo.
Cuando tenía que valerme por mí misma no sabía cómo hacerlo y lo primero que se me ocurrió
fue mendigar. Solía hacerlo afuera de bancos, pero se burlaban diciendo: ¿Tienes cambio? o
¿Aceptas cheques?
Más que rabia me daba vergüenza, otras veces estaba afuera de la catedral y el frío que
transmitían esas personas de fe era más helado que las noches que debía soportar. Un día
vagando por la plaza de la ciudad, caminaba mirando al suelo a ver si me encontraba algo de
dinero y para mi suerte un poco más allá divisé una moneda, aceleré el paso y cuando la agarré
una sucia mano tenía agarrada la otra mitad de la moneda, levanté la vista y unos ojos llenos
de ira y odio me estaban mirando fijamente. En vez de soltarla por el miedo jalé fuerte contra
mi cuerpo y caí sentada, ahí pude ver con claridad que era una gitana con un aura densa y
oscura, tiró fuerte para quitarme la moneda, pero no pudo y viendo que no daría por perdido
ese dinero, empezó a hablar en una lengua rara y con una voz grave, cuando terminó la soltó y
terminé de caer de espaldas golpeándome la nuca contra el suelo. Todo estaba borroso y
podía sentir un olor putrefacto pegado en mi nariz.
Cuando volví en mí me senté en una banca a sobarme la nuca y a limpiarme un poco, el mal
olor lo sentía provenir de mi boca, daba asco, luego miré la moneda y en la mitad que había
sostenido la gitana estaba negra, la otra no, no le di mucha importancia y celebré haberle
ganado. Tenía mucha hambre, ese día no había comido nada, así que pasé por un almacén y
me compré un sándwich, este sabía horrible, pero con hambre no podía regodearme, guardé
la mitad en mi bolsillo, metí la mano y sentí algo, según yo no debía haber nada, miré bien y
para mi sorpresa, ahí estaba la moneda con la que había comprado el sándwich. Creí que no lo
había pagado, mejor para mí, pensé. Me fui contenta a un quiosco y compré un jugo para el
almuerzo de ese día. Ya en la tarde cuando me dispuse a comer lo que me quedaba sentí la
moneda en el bolsillo nuevamente. Era la misma moneda, había pagado el jugo con ella,
estaba segura, eso me hizo pensar que la primera vez también había pagado y esta había
regresado a mi bolsillo.
Recordé que la gitana había hablado en lenguas, ¿Me habría bendecido? Quise creer que sí.
Más tarde tenía náuseas, culpé al sándwich, el mal olor seguía y me sentía decaída. A los días
posteriores me sentía peor, lo único que me tenía alegre es que podía comer lo que quisiera
gracias a esa moneda que siempre regresaba a mí. Al mendigar la gente me hacía el quite y se
tapaban la nariz, sabía que olía muy mal, ni yo me soportaba, pero no se quitaba con nada.
Solo se me acercó una niña a pedirme dinero, y queriendo devolver el favor, le obsequié la
única moneda que tenía en ese momento y la que me había alimentado durante días. Muy
contenta se puso y se fue corriendo donde una mujer. Aquella mujer era la gitana, recibió la
moneda, la guardó en su bolsillo y automáticamente esta empezó a emitir un ruido gutural, a
temblar lento hasta que se empezó a sacudir bruscamente, finalmente escupió una pequeña
masa negra para continuar vomitando un líquido muy apestoso y oscuro hasta que se convirtió
en sangre. Muy asustada entendí que todo había sido un maleficio y que se le revirtió.