El invierno crudo se venía muy pronto y era necesario salir a recoger frutos al bosque. Con mi
pequeño hijo salíamos todas las mañanas en nuestro caballo, los demás en la aldea se
encargaban de recolectar madera, alimento para los animales y carne. Nuestros morrales
hechos de piel de animal las llevábamos llenas al final del día. En una tarde de recolección las
aves salieron dispersas de entre los árboles, pensábamos que se trataba de algún lobo u oso,
así que rápidamente subí a mi hijo al caballo, pretendía subirme, pero una flecha me atravesó
el hombro.
Caí al suelo al intentar montarme, de inmediato supe que los saqueadores nos rodearían, me
levanté velozmente olvidando el dolor en un momento de adrenalina, esquivando más flechas
logré subirme y montar de regreso a la aldea, con una mano dirigía al caballo y con la otra
afirmaba a mi pequeño. Pronto llegamos al poblado que estaba ardiendo, los malditos ya
habían arrasado y barrido con todos, ahí me tercié con un grupo de saqueadores, esquivé
golpes de espada, pero uno de ellos logró agarrar a mi hijo y tirarlo al suelo, giré con el caballo
y este se levantó en dos patas, debía volver por él, aunque me costase la vida.
Arremetí embistiendo a uno de los captores y luego sentí una punzada en el ojo, la cara
caliente y el piso en mi espalda. Pude ver la cara de uno de esos desgraciados entre humo y la
sangre y lo escuché decir: ¡Está muerta, vámonos!
A lo lejos se oían los gritos de mi hijo, hasta que todo se oscureció. Al volver en mí, una
pequeña anciana me tenía dentro de una choza en mi azotada aldea. Ella había sacado la
flecha del ojo y del hombro mientras estaba desmayada al borde de la muerte. Por sus ropas
pude identificarla como una de los carroñeros, gente que iba en busca de lo que quedaba
después del paso de saqueadores. Le agradecí como pude y volví a desmayarme.
No sé a los cuántos días después desperté, pero aún estaba débil. A mi costado estaba el
morral con los frutos que recogí esa fatídica tarde. Lentamente me senté y comí, una venda
rodeaba mi cabeza y un cabestrillo sostenía mi brazo, miré a simple vista en busca de la
anciana, mas no la vi. La aldea estaba sumida en cenizas y sin ningún cuerpo a la vista, era
extraño. Ya cuando pude levantarme y andar por ahí me fijé que todos los cuerpos habían sido
enterrados en una gran fosa común. Había oído que los carroñeros tenían esa costumbre de
enterrar a los caídos en agradecimiento a lo que podían rescatar de ellos, pero creí que solo
era un cuento.
Me acerqué a la sepultura improvisada y lloré a mi marido y amigos. Al rato escuché un
relincho a lo lejos, debía ser mi caballo, lo busqué hasta dar con él. Debía buscar un refugio
más seguro, los saqueadores podrían estar cerca aún. Ya teniendo un escondite debería buscar
a mi hijo, esos bastardos lo tenían cautivo quién sabe dónde. Vagué por la montaña hasta
encontrar la cueva que frecuentaba de niña y ahí me establecí.
Ojalá pudiese dar con el paradero de la anciana, en ella tenía una aliada y una posible testigo
del paradero de mi hijo. Al pasar de los días ya me sentía mejor, ya no necesitaba del
cabestrillo, me dirigí al mercado más cercano del reino en busca de información. Ya en él, no
pasaba desapercibida con la venda en mi cabeza, me acerqué a un bar de mala muerte y
pregunté por el escondite de los saqueadores, el hombre de la barra me dio alcohol y dijo:
Debes estar borracha primero para venir a preguntar por ellos. Me bebí el trago en un abrir y
cerrar de ojos, tu sed de alcohol no se compara con tu sed de venganza, continuó. Al oído me
dijo que hace unos días habían estado ahí celebrando sus fechorías. Pregunté por mi hijo, pero
no lo había visto. Salí de ahí y me dispuse a hacerle guardia al bar por si volvían pronto.
Un carruaje de esclavos se paseaba por el lugar, me acerqué a ver si mi hijo estaba entre ellos,
pero nada, le consulté al vendedor y me dijo que no vendía niños, que podía ser muy ruin y
desgraciado, pero que hasta él tenía su integridad. Sí le habían ofrecido niños hace unos días
en el corazón del bosque, donde nadie en su sano juicio pondría un pie.
Me subí a mi caballo y partí. Al adentrarme al espeso bosque noté humo en el cielo, era una
clara señal que los malditos estaban destruyendo alguna aldea. Al llegar, una desoladora
imagen me recibió, allí solo me encontré con los carroñeros haciendo lo suyo, recolectando
sobras y curando heridos. De entre todos ellos pude ver a la anciana que me ayudó, necesitaba
de su ayuda una vez más.
Al verme ella me reconoció inmediatamente, le agradecí enormemente el haber salvado mi
vida, asintió con la cabeza y me dijo que lo que yo buscaba no estaba en este reino, puesto que
esas sabandijas se habían llevado a mi hijo por el camino que conducía a las afueras. Luego de
eso se marchó con su gente y no la volví a ver jamás. Pasaron años de búsqueda interminable,
cada vez que me les acercaba ellos ya no estaban, solo seguía el rastro de destrucción y
muerte que dejaban a su paso.
En un bar a punto de darme por vencida al borde de un coma etílico escuché unas risas, volteé
a mirar y vi a un hombre rubio, joven y que se me hacía familiar. Al tratar de enfocar la vista y
sostenerme en pie ya se habían ido. Corrí tras ellos y caí borracha al piso. Desperté al otro día,
con una jaqueca enorme y con el recuerdo vivo de ese hombre rubio. Tambaleando caminé
hasta mi viejo caballo, pero yacía muerto amarrado al poste donde lo dejé la noche anterior.
Mi viaje continuaba ahora a pie, pensé. Un poco más allá, a las afueras de una casa de
remolienda unos caballos estaban amarrados, era mi oportunidad de hacerme con uno,
rápidamente corté la soga que lo tenía cautivo y me lo robé. Salí disparada del lugar a un
galope veloz, de cerca se aproximaban a mí una numerosa pandilla, tomé el caballo
equivocado, pensé. El líder de ellos era este hombre rubio, al verlo, detuve mi huida y decidí
ver bien quién era.
Me rodearon y de un empujón quedé de cabeza colgando de un pie enredado. Démosle su
merecido decían algunos, ¡mátala! Gritaban otros. Su líder se me acercó, se agachó y miró
fijamente. Con voz baja dijo: Madre, por favor, toma mi caballo y huye lo más lejos que
puedas, no me busques más, ya estoy cansado de huir de ti. Ya no soy el buen hijo que
recuerdas, ellos me volvieron uno de la jauría, te perdonaré la vida, porque si vuelvo contigo
ambos moriremos.