He perdido toda libertad tras estas rejas, cada día que pasa recuerdo mi tierra natal, quisiera
morirme. Cada cierto tiempo llegan nuevos reclusos, imagino que nadie de nosotros debería
estar acá, pero algo estaremos pagando. Las visitas no nos están prohibidas, lamentablemente
solo llega gente indeseada, somos como animales de circo.
El tipo nuevo que llegó dijo que tuvo que dejar a su familia atrás para poder huir, pero fue
capturado de igual manera. Aquí dentro no nos tratan bien, las visitas se van con una buena
imagen del lugar, los que vivimos acá, sabemos que no es así. No imaginan cuánto deseamos
salir de estas paredes que nos rodean, volver a ser libres, continuar con la vida que dejamos
atrás. Desgraciadamente, solo salen los que mueren, los envidio tanto. Quién iba a pensar que
en la muerte estaba esa tan codiciada libertad.
Decidí iniciar una huelga de hambre y así acabar con esta agónica y estúpida esperanza de
obtener mi tan preciada salida de este lugar. Sufrí los primeros días, pero debía ser fuerte, los
otros reclusos me daban sus fuerzas para que no decayera en mi lucha. Los médicos no podían
hacer mucho por mí, las cartas ya estaban echadas y mi destino era uno solo. Mi último día con
vida lo presentí, cada vez que cerraba los ojos podía ver mis tierras y sentir la libertad en mis
pies. Cuando mi último aliento fue exhalado me vi corriendo libre por la montaña hasta llegar
al río a cazar el tan delicioso salmón, rodeado de mi pareja y oseznos.