Cuentos de Oz

La voz.

Sicóloga: ¿Cómo te has sentido Alan?
Alan: La verdad es que no aguanto los dolores de cabeza que me provoca esta voz con la que
convivo día a día desde que tengo uso de memoria.
Voz: Llorón.
Alan: Ahí se está burlando de mí.
Sicóloga: ¿Desde cuándo la oyes?
Alan: Desde muy temprana edad, mis padres al comienzo pensaban que hablaba con algún
amigo imaginario, después en la escuela mis compañeros se burlaban de mí porque hablaba
solo, siendo que estaba peleando con la voz.
Sicóloga: Entiendo, siento que a esta edad ya adulta hayas tomado la iniciativa de venir a
hablarlo con un profesional en vez de que tus padres lo hiciesen, pero lamentablemente la
ayuda que necesitas debe dártela un siquiatra. Te derivaré con el doctor Manuel.
Voz: Eres un problema y nadie quiere tratar contigo, perdedor.
Alan: Entiendo, tomaré hora para mañana mismo.
Sicóloga: Lamento no ser de gran ayuda, pero lo bueno es que derivé tu caso a un especialista
indicado para tu tipo de trastorno.
Alan: Sí, muchas gracias, adiós.
Voz: Se deshace de ti como basura, como lo que eres.
Al día siguiente.
Siquiatra: Buenas tardes, adelante Alan.
Alan: Buenas tardes, vengo porque…
Siquiatra: Lo sé, tu sicóloga me contó sobre tu caso, así que no perderemos tiempo en charlas
y vayamos directamente a atacar el problema. ¿Algún problema con tomar algunas pastillas?
Voz: Mira como quiere que te vayas rápido y sedado, ¿Realmente crees que te desharás de
mí?
Alan: Por favor, cállate. Perdón, le digo a mi voz.
Siquiatra: No te preocupes, sé de qué hablas, no eres el único que ha pasado por aquí con ese
problema. Solo no le respondas ni tomes en serio sus ofensas. Ten, dos pastillas diarias de
estas harán que la voz en tu cabeza desaparezca paulatinamente.
Alan: Gracias doctor, no sabe cuánto he esperado por callarla.
Voz: No podrás callarme, cobarde.
Los días siguientes a la dosis recomendada solo habían bajado el volumen de la voz, ahora solo
eran susurros, Alan estaba contento y a la vez con temor, ya que el susurro se oía como de
miedo. Si bien no podía oír bien los susurros, las pesadillas eran cada vez más constantes y ahí
sí podía escuchar la voz en su tomo más alto. Todas las mañanas despertaba con las manos
cubriendo sus orejas, sudado y cansado. A la semana siguiente tenía control con el siquiatra
para ver avances o mejoras.
Alan: Hola doctor, las pastillas creo que me han hecho la mitad de bien, la voz se convirtió en
susurros que dan escalofríos y su presencia ya casi no se nota, pero cuando duermo es como si
la voz se apoderara de mí. Tengo miedo casi siempre.
Siquiatra: Las primeras semanas son así, la voz en tu mente busca la ocasión de más
vulnerabilidad en ti para atacarte y como con las pastillas te reforzaste durante el día ahora te
ataca de noche.
Voz/Susurro: Eres débil, nunca dejaré de atacarte.
Alan: Tiene sentido, agradezco ya no sentir más esos horribles dolores de cabeza, pero
lamentablemente se ha convertido en un zumbido en los oídos.
Siquiatra, Tranquilo, Alan, dale tiempo a las dosis, ya no lo oirás más y los dolores
desaparecerán.
Alan: Muy bien, nos vemos pronto.
Siquiatra: Nos vemos en tres semanas, adiós.
A las semanas siguientes el susurro era casi imperceptible, las pesadillas también. Hasta que
un día dejó de oírla, pero empezó a ver a una extraña presencia sombría con un cartel en sus
manos que decía:
Hola, idiota ¿Me extrañaste? Por fin puedes verme, ya no me oirás más, pero no dejarás de
verme por el resto de tu vida, no hay pastillas para cegarte.



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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