En medio del bosque había una vieja choza donde vivía una bruja ya anciana, aquél que pasaba
por ahí salía corriendo y los más valientes iban y le pedían ayuda con embrujos. La bruja les
decía que no había reembolso de dinero si el conjuro salía mal, con esto, mucha gente se
quejaba en el reino. Un día el rey escuchó a sus sirvientas hablar de como la bruja maldecía y
enfermaba a los aldeanos cuando iban a reclamarle. No le tomó mucha importancia en ese
momento, pero cuando la mayoría de sus sirvientes y soldados empezaron a morir
repentinamente decidió tomar cartas en el asunto. Así que ordenó a sus mejores hombres ir
por ella y apresarla.
Cuando sus soldados llegaron con la bruja la traían amordazada, pues era la única forma de
que dejara de maldecir y lanzar conjuros. Estuvo presa en la mazmorra dos días, tiempo
suficiente para que el rey reuniera a todo su reino en la plaza central.
Buenas tardes gente del reino, hemos capturado a la bruja que tiene a medio morir a la
mayoría de los aquí presentes. ¡Esta tarde la meteremos en un ataúd de metal, exclusivamente
diseñada para ella y la lanzaremos al río!
La gente voceaba el nombre del rey en agradecimiento y aplaudían la decisión.
¡Traigan el ataúd y a la bruja!
Entre forcejeos y sacudidas, la bruja se liberó de la mordaza y lanzó su último conjuro, ¡Vendré
después de muerta a cobrar mi venganza cada vez que alguien mencione mi nombre!
¡Cállenla y métanla ya!
Un golpe en la cabeza bastó para que se aturdiera, los guardias cargaron el féretro hasta el
puente y lo lanzaron al río. La gente estaba contenta con los hechos y esa misma tarde el rey
promulgó una ley que prohibía tajantemente decir el nombre de la bruja. Aquel que osase
mencionarlo, moriría en la hoguera.
800 años después, un detectorista pasaba por las orillas del río en tiempo de marea baja en
búsqueda de algo valioso. Su detector sonó y empezó a cavar, un antiguo reloj de bolsillo
estaba enterrado. Sorprendido y emocionado se adentró a las aguas para limpiarlo y leer su
inscripción. En ella decía: “Propiedad de Meryl Bufé”, la que leyó en voz alta.
De pronto, de entre las aguas y por detrás del detectorista, apareció la bruja, esquelética y con
el pelo mojado en su cara, con el propósito y ansias de cumplir sus últimas palabras.