Cada fin de semana iba al cementerio a visitar a mis muertos, mi hijo pequeño no entendía
mucho, pero se entretenía jugando con los remolinos y oliendo flores en las lápidas vecinas.
Corría muy alegre por el pasto mientras yo me sumergía en oraciones y pensamientos a ojos
cerrados. Después de haber hecho todo eso no encontraba a mi pequeño, lo busqué por los
alrededores, pregunté a las personas cercanas si lo habían visto, pero nada. Internamente me
estaba desmoronando, a lo lejos vi a una pareja de ancianos llevar a un pequeño de las manos.
Corrí tras ellos gritándoles que se detuvieran, ya más cerca se voltearon y me dijeron:
Tranquila hija, nosotros cuidaremos muy bien de nuestro nieto, desvaneciéndose lentamente.