Cuentos de Oz

La horca.

Mi banda y yo éramos conocidos en todos lados como los asalta bancos, íbamos de pueblo en
pueblo cometiendo atracos a mano armada. Los sheriffs tenían precio por nuestras cabezas y
más si nos entregaban vivos. Nos repartíamos el botín entre los cuatro y el resto se entregaba
a la gente que nos ayudaba a huir, esto último pasó de boca en boca por los pueblos, así que
prácticamente teníamos santos en todos lados.
El dinero que robábamos era invertido en nuevas armas, caballos y ropa, nuestros lujos nos
hicieron tan notorios que llamábamos la atención al lugar que fuéramos, tratábamos de no
levantar sospechas e ir todos juntos a bares y eventos públicos. Hasta que un día, muy
borracho hablé de más. Solía visitar mujeres después de cada atraco y ahí fue donde me
jactaba de quién era en realidad. El rumor corrió entre las mujeres de la vida fácil, me
chantajeaban y hasta sospechaban de las personas con las que me veían a diario.
La banda estaba en peligro, lo conversamos y la única solución era acabar con ellas una a una,
yo no era un asesino, es más, tenía sentimientos por una mujer de esas. Estaban decididos a
hacerlo, justo después de robar un último banco. Traicioné a la banda de manera anónima al
sheriff del pueblo al que iríamos a robar, las personas dentro del banco serían alguaciles de
diferentes pueblos los que frustrarían el asalto.
Obviamente ese día no fui, pero observé como uno a uno salían esposados y golpeados.
Mucha gente se reunió en la plaza del pueblo e hicieron el recorrido al patio de la cárcel,
donde serían ejecutados en la horca. Cuando fui a mirar la ejecución llegó a mi lado la mujer
que amaba y a la que le había contado todo mi plan con tal de salvarla. Por atrás llegó el sheriff
y le agradeció por haberme traído hasta aquí y le dijo que más tarde pasara por su
recompensa. El traidor salió traicionado, no dije nada, solo la decepción y un corazón roto se
reflejaba en mis ojos.
Ya esposado, me subieron a la horca donde mis exbanda me miraba con odio. El sheriff dio la
orden de ejecución mientras la gente del pueblo gozaba. Uno a uno fuimos cayendo al vacío
mientras sonaba el cuello romperse, no sé si el mío era más fuerte, pero se resistía a
quebrarse. Sentía que mi cara iba a explotar, por unos minutos pude observar como la realidad
cambió, todo se empezó a oscurecer y vi como pequeños demonios se abalanzaban sobre mis
excompañeros y les extraían el alma, unos me jalaban los pies para apresurar mi muerte y
cuando se me acababa el aire uno de ellos cortó la soga y caí al suelo. No fui tan malo como
para ir al infierno, pensé, hasta que uno de los alguaciles me disparó.



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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