Cuentos de Oz

Puerta 34 (Primera parte).

Un día saliendo del trabajo me llegó un mensaje al teléfono, no decía quién era, solo una
ubicación y hora. Como me quedaba de camino a casa decidí ir. Anteriormente ya había
participado de citas a ciegas donde el modus operandi era el mismo, así que no vi nada raro.
Llegué casi a la hora citada, había muchos vehículos en lo que parecía ser un hotel, se veía
antiguo, bueno, ya que estamos aquí, vamos con todo, pensé, en mi mochila traía protección y
cigarrillos, la tomé y entré.
Una chica de estas aplicaciones de citas me escribió y pensé que era mi día de suerte, le
empecé a responder mientras veía que todos adentro tomaban una llave del mostrador, elige
una, me dijo un tipo. Tomé cualquiera y vi que todos se ponían enfrente de la puerta con el
número de llave, solo seguía a los demás mientras fijaba una cita en mi teléfono.
Cuando sonó la campana de hotel los demás se miraron y pusieron la llave en la chapa y
entraron a sus cuartos. Parecía un tonto repitiendo lo que los demás hacían. Una vez dentro
todo se oscureció y solo sentía mis piernas mojadas. Cuando todo se aclaró, me di cuenta que
estaba parado en medio de una pileta en una especie de plaza, unos niños que estaban
jugando cerca me vieron mojado y se largaron a reír estrepitosamente. Asombrado y con
miedo de lo que había pasado corrí y me escondí en un bosque. Estaba aterrado, la gente se
veía como en las películas de semana santa, ese día lloré hasta quedarme dormido entremedio
de unos matorrales.
Pensaba en mi familia, en que me estarían buscando, en las citas que dejé programadas y a las
cuales no podría ir. Oculto observaba a los lugareños pensando que quizás todo esto era parte
de una película o broma de mal gusto, lamentablemente no era ni una ni la otra.
Entendí que esta no era mi realidad, que debía estar soñando o que alguien me había drogado,
pero el frío y hambre me decían que todo era real. Sueño o no debía buscar refugio o hacerme
uno, y como era un tipo amante de la naturaleza empecé a hacerme una pequeña cabaña.
Necesitaba herramientas como hachas y sierras, así que me di una vuelta por el poblado, la
gente me veía raro y con miedo, por ende, no socializaba con ellos, me fue difícil conseguir lo
que buscaba, pero había divisado algunas en casas aledañas y al caer la noche me escabullí
para tomarlas prestadas. Ya al día siguiente me surtí de materiales para construir mi cabaña,
alejada de esa gente.
Día a día escribía en mi cuaderno, como una pequeña prueba de que no estaba loco, no podía
utilizar mi teléfono para pedir ayuda, ya que en la pileta con el agua se averió. Me llevó un
tiempo poder terminar mi casita, más del que hubiera querido estar ahí. Parecía que me
preparaba para vivir aquí indefinidamente cuando realmente quería despertar del sueño este.
Pasaron unos meses según mis cálculos y solo comía frutos que encontraba en el bosque,
ardillas y una que otra serpiente. Ya era hora de tener mi huerto y animales de granja, planté
algunas semillas de las verduras que robé en los campos del pueblo y uno que otro animal para
hacerme de comida en el crudo invierno que se veía que vendría.
Siguió pasando el tiempo, la gente no me hablaba, es más, me temían, ya sabían que les había
robado anteriormente, pero mientras no les hiciera daño ellos tampoco me lo harían a mí.
La soledad me estaba matando lentamente, cada día al despertar rezaba por abrir los ojos y
estar en casa, pero no, seguía en la pesadilla en la que estaba inmerso.

El crudo invierno se hizo presente y no tenía el abrigo suficiente para poder soportarlo, sabía
que no podía seguir robando cosas o los pueblerinos me atacarían, así que, abrí mi mochila y
saqué algunos objetos para poder hacer trueque, necesitaba ropa muy abrigada.
Al día siguiente llevé mis objetos raros para ellos y les hablé en la plaza del pueblo para poder
intercambiarlos. Era mi primera vez en un año ahí donde hablaba con ellos. Mis objetos no
eran tan valiosos, pero para ellos eran cosas nuevas, uno de ellos me aceptó el trueque y me
dio ropa hecha de lana de oveja. Debieron conmoverse por la ropa que andaba trayendo,
sabían que no pasaría el invierno vestido así. Muy contento y agradecido volví a mi cabaña y
prendí fuego para abrigarme, documenté en mi cuaderno, comí y me dormí.
A los meses unos poblados enemigos en busca de expansión de su territorio amenazaron con
una guerra y la toma del pueblo, los lugareños se unieron con pueblos vecinos que se verían
afectados he hicieron un pacto para repeler la invasión. La gente del pueblo fue a mi cabaña a
ponerme al día con las noticias, no los conocía, no me importaban, pero me vería envuelto de
igual manera. Los soldados me dieron unas clases de defensa en escudo y espada junto a los
del poblado vecino.
Ahí conocí a Berta, una hermosa mujer de tez blanca como la leche con la que me tocó
entrenar. Me había enamorado, pero no debía mezclarme con ellos, su mirada en mí me decía
que también le importaba, así que una noche antes de la guerra caímos en la tentación. La
invasión empezó a primera hora donde codo a codo luchamos incansablemente. La guerra
duró poco, puesto que el rey había sido capturado, así los pueblos siguieron con su vida
pacífica, ese día Berta y yo no nos volvimos a ver jamás.
En un abrir y cerrar de ojos me había acostumbrado a esta pesadilla, tanto que ya era un
anciano. Miré alrededor de mi cabaña y estaba vacía, así que decidí clavar todas las hojas de
mi cuaderno en las paredes, el que había sido mi diario de vida por años. Fue mi manera de
dejar constancia y pruebas de que no estaba loco. Esa misma tarde me rendí, sabía que nunca
nadie vendría por mí, sin saber cómo había llegado ahí, creí que acabando con mi vida este mal
sueño llegaría a su fin. Tomé una cuerda con la que amarraba a mis animales, la pasé por sobre
una rama, me la puse como bufanda, subí la escalera y me dejé caer.



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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