Cuentos de Primavera: Historias que florecen

La Mujer más Bella del Mundo

Dominique era conocida como la mujer más bella del mundo, o al menos ese rumor se había extendido por toda Europa, atrayendo a cientos de jóvenes al norte de Borgoña a pedir su mano. Sus cabellos eran largos, ondulados y de un castaño intenso. Sus ojos eran grandes y de un verde penetrante. Sus labios eran delgados y de un color carmesí intenso natural.

La fama de Dominique había comenzado pocos meses después de su nacimiento. Se decía que la propia Isabel de Austria, esposa del rey Carlos IX de Francia, había viajado por largos días solo para verla y había jurado que, si alguna vez ella daba luz a un hijo, Dominique sería la futura reina de Francia.

Nunca se supo si realmente la Reina había dicho estas palabras o si los padres de Dominique habían inventado esa historia para ganar fama. La realidad es que la única vez que Isabel de Austria dio a luz, fue una niña. Los padres de Dominique no se desanimaron; todo lo contrario, la leyenda de su inigualable belleza se extendió aún más.

Desde que su pequeña hija aprendió a caminar, varios hombres de diferentes zonas de Francia llegaban a Borgoña para pedir la mano de la niña. A veces, eran padres que querían esposar a la pequeña con alguno de sus hijos. Otras veces eran hombres jóvenes que esperaban con ansias la edad de consentimiento de la niña para hacerla su esposa.

Pero, a diferencia de otras jovencitas, quienes crecían soñando con los vestidos que se pondrían el día de sus bodas, Dominique se pasaba un tiempo considerable sumergida en los jardines del castillo que su padre había heredado luego de la muerte de su abuelo.

Nadie sabía con exactitud desde cuándo Dominique había desarrollado esa fascinación por su jardín. Pero desde que todos tenían memoria, la niña se despertaba temprano y, antes siquiera de desayunar, salía a dar una vuelta por aquel laberinto de flores, arbustos y árboles que había en el patio trasero de su hogar.

Antes siquiera de aprender a hablar, Dominique aprendió a realizar tiaras de flores. Y cuando aprendió a leer, se infiltró en la gran biblioteca que tenía su padre para leer acerca de herbología, incluso aunque no terminaba de entender del todo lo que querían decir aquellos textos.

Todos los sirvientes de la casa sabían que si no encontraban a la niña en los jardines, debían ir a la biblioteca.

Los años pasaron y Dominique creció.

Las ancianas de Borgoña decían que ella se parecía a un clavel o una rosa blanca, destellando pura inocencia. Los ancianos la comparaban con un hibisco por la belleza en su alma. Sus tías señalaban que ella era un tulipán violeta, digna de ser parte de la realeza. Sus tíos aseguraban que irradiaba la felicidad de un crisantemo amarillo. Algunos la comparaban con las margaritas, por su sencillez e inocencia. Otros decían que su afecto maternal era tan obvio como el que desprendían las cinco en rama. Su madre decía que le recordaba a los jazmines. Dominique era cariñosa y amorosa, y cada vez que caminaba por los pasillos, desprendía un agradable aroma. Pero su padre estaba convencido de que su única hija era como una gerbera anaranjada; sus risas y carcajadas eran eufóricas y contagiosas.

Los rumores de su hermosura no solo se extendieron por Borgoña y París; pronto toda Francia fue testigo de los cotilleos sobre Dominique. Y no tardaron mucho en llegar a las diferentes ciudades de Europa: Bergen, Londres, Atenas y Sofía.

Los primeros jóvenes que Dominique recordaba venían del sur de Francia. De hecho, el primero fue un joven de veinte años llamado Pierre. Era un muchacho simpático que venía de Marsella. Había llegado a Borgoña con un traje colorido, y no es que a Dominique no le pareciera atractivo. Pero no pudo evitar notar que pisoteaba todas las pequeñas flores que había en el césped.

El segundo vivía en una gran casona a las afueras de Metz. Dominique sabía que era dueño de varias hectáreas donde muchos hombres trabajan día y noche para cultivar diferentes tipos de granos. Pero ella no pudo soportar que arrancara varias de sus flores para pedir su mano.

La mayoría de las veces, Dominique rechazaba a sus pretendientes porque querían llevarla a vivir lejos de su querido jardín. Pero había algunos hombres que se atrevían a destruir sus preciadas flores y sus valores, y era en esos momentos cuando Dominique le dejaba en claro a sus padres que jamás desposaría a un hombre tan descuidado. Ella era como una flor, y si un hombre era capaz de arrancar un capullo con tal de complacer a una mujer, sería capaz de cualquier cosa con ella.

Pero los meses pasaron y Dominique, quien para ese entonces tenía el apodo de la mujer más bella del mundo, comenzó a ganar mala fama entre los pobladores de las principales ciudades de Borgoña. A ella no le importaba si los hombres eran adinerados, si tenían un título o tierras. Tampoco le importaba si eran jóvenes en la cúspide de su vida o viudos que buscaban la compañía de una dama. Se comenzó a decir que Dominique era rara, una mujer inconformista a la que nada le venía bien. Los rumores se empezaron a esparcir por toda la región hasta que llegaron a oídos de sus padres, quienes comenzaron a preocuparse por la mala fama que su hija se estaba ganando. En aquella época no se podía permitir que una joven tan bella y pura quedara soltera, especialmente cuando podía formar importantes alianzas políticas o económicas.

Fue entonces cuando su padre tomó una importante decisión que cambiaría la vida de Dominique para siempre. Ella fue enviada a París.

A diferencia de otros aspectos de su vida, en los que Dominique tenía voto y opinión, ella fue llevada por la fuerza. Sus padres, especialmente su madre, se habían cansado de los susurros que se escuchaban en todo el castillo por parte de los empleados.

Una mañana de primavera, Dominique fue sacada de su habitación y la obligaron a subir a un elegante carruaje que durante un día entero arrastró a la joven hasta una de las ciudades más oscuras de la época.



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En el texto hay: magia, primavera, magia y amor

Editado: 12.06.2025

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