Los meses favoritos de Oscar eran aquellos en los que las flores brotaban, los pájaros cantaban, la brisa era fresca en las mañanas y cálida por las tardes. La primavera siempre alegraba los corazones de la gente. Era la época del año que significaba la pasión por la vida.
Para Oscar, la palabra "primavera" simplemente era una forma de llamar a la época del año cuando su hija, un sauce de quince años que él mismo había plantado en su jardín, se veía más hermosa. Y cuando los retratos que él hacía de ella quedaban mejor.
Oscar había sido criado en un hogar ortodoxo, donde las reglas estaban fijadas desde que él estaba en la cuna. Sus padres lo obligaron a tomar clases de piano, pintura y francés. Sin embargo, lo que más le había llamado la atención desde que era niño era el retrato. No le gustaba retratar personas o rostros. A él le gustaba retratar aquello que todo el mundo ignoraba: la naturaleza.
Desde que tenía 9 años, Oscar tomaba su atril y se dirigía a cualquier suburbio londinense en busca de paz e inspiración. Árboles, flores, arbustos. Había tantas formas y colores que Oscar podía estar horas sentado en su banquito de madera intentando buscar el tono de verde perfecto para hacer un calco de aquel parque. Perdía muchas horas en el boceto. Intentaba imitar la forma de las hojas y el tronco a la perfección. Pero una vez que tomaba sus acuarelas, nadie podía detenerle.
Oscar intentó presentar su trabajo en muchas galerías de arte londinense, pero el arte abstracto estaba tomando notoriedad y nadie quería arriesgarse a exponer algo tan simple y sin significado como la copia de un árbol.
Sin mucho dinero y con la desaprobación de sus ortodoxos padres, Oscar se tuvo que mudar a la vieja casa de sus abuelos, quienes eran los únicos que lo entendían. Sería en ese jardín donde años más tarde plantaría la primera semilla de su sauce.
Su cumpleaños número 28 fue plagado de desgracias. Días antes, su abuelo falleció de un ataque al corazón mientras leía el diario matutino y, a las pocas semanas, su abuela decidió que ya no quería seguir viviendo en ese mundo sin su amado esposo: murió de tristeza una noche de tormenta.
Ese mismo año, sus padres decidieron vender todas sus posesiones y partieron en un barco a Estados Unidos, sin siquiera avisarle a su único hijo.
Depresivo, trabajando como asistente mecánico, juntó el dinero suficiente para comprar una semilla de sauce y la plantó en el jardín de su casa.
Diez años tardó en crecer, pero para su cumpleaños número 40, Oscar ya gozaba de un árbol lo suficientemente grande como para tomar una siesta debajo de su sombra.
Fue en ese tiempo cuando comenzó a obsesionarse. Una tarde, mientras la brisa mecía las depresivas hojas del sauce, Oscar tuvo una revelación: comenzó a pensar que ese árbol sería quien lo saque de la miseria y quien le abriría las puertas a la fama.
Oscar comenzó a pintar el árbol en diferentes momentos del día: de noche, bajo la luz de la luna; por la mañana con el rocío acariciando sus hojas; al mediodía, bajo los brillantes rayos del sol; por la tarde con el ocaso en el oeste.
También hizo pruebas en diferentes momentos del año. En invierno, las ramas desnudas estaban cubiertas de nieve fría y blanca. En otoño, las hojas tomaban un color anaranjado, amarronado, rojizo y amarillento. En verano, el cielo azul hacía que las hojas tuvieran un color verde chillón. Y en primavera, el árbol se brotaba de unas hermosas flores amarillas que cubrían toda su superficie.
Cada vez que Oscar terminaba un cuadro, recorría las calles de Londres en busca de alguna galería que aceptara su trabajo. Pero a pesar de que pasaba horas deambulando por las pobladas calles de la gran ciudad inglesa, jamás conseguía que alguien aceptara sus cuadros.
Oscar comenzó a hacerse famoso en las galerías de Londres, lo llamaban "el rezagado". Algunos intentaron darle consejos, intentaron convencerlo de que intentara arte moderno, abstracto. Pero Oscar se negaba una y otra vez, y seguía insistiendo con pinturas clásicas repletas de detalles y colores.
Se dice que Oscar realizó cerca de 155 pinturas de aquel sauce, pero no logró vender ninguna.
Oscar comenzó a tener síntomas de depresión: falta de apetito y de sueño, pocas ganas de cocinar, bañarse o limpiar la casa. Se sentía vacío, frustrado. No importaba cuántas veces lo intentara, sus cuadros jamás eran suficientes.
Se pasó los tres meses del invierno encerrado en su casa. Los vecinos, al ver que no abandonaba su hogar ni para trabajar ni para comprar alimento, comenzaron a llevarle comida a la puerta de su casa. Los primeros en hacerlo tocaron la puerta y, al no obtener respuesta, dejaron los platos en el pequeño escalón de la entrada. Al cabo de una semana, los vecinos se organizaron. Los lunes era Mary Lorder, la costurera, quien se encargaba de proveerle alimentos. Los martes era el turno del mecánico que una vez le había dado trabajo a Oscar. Los miércoles era el turno de Michael Rossi, conocido como el italiano, siempre le dejaba pasta caliente. Los jueves la señora Marks, una viuda, le llevaba sopa tibia y pan casero. Los viernes un policía amigo de su padre se encargaba de dejarle algo nutritivo que su esposa cocinaba. Los sábados era su vecino, el señor Owen, quien lo alimentaba. Y los domingos, un viejo conocido de sus abuelos que tenía un restaurante le llevaba las sobras del día anterior.
Lo que nadie sabía era que Oscar se estaba preparando para su magnum opus. Oscar estaba dedicando todo ese tiempo a bocetar el árbol que amaba como a una hija. También estaba probando diferentes combinaciones para lograr el color ideal y él mismo estaba creando los pinceles para obtener el trazo perfecto.
Cuando la primavera comenzó y las flores comenzaron a brotar en su árbol, Oscar desplegó su arsenal artístico y comenzó a trabajar en su obra.
Tardó exactamente 23 días, pero lo logró. Una tarde de primavera, Oscar se dejó caer en una reposera de madera, se pasó un paño húmedo por la frente y sonrió. Su obra maestra estaba terminada.