Cuentos de Primavera: Historias que florecen

Siete Niños

Hans había sido reclutado con 17 años por las tropas alemanas que, en un desesperado intento por ganar la guerra, buscaban nuevos hombres para suplantar las bajas.

Cuando los soldados tocaron la puerta de su casa y le entregaron el telegrama, Hans se había animado mucho. En esas épocas había muchas historias sobre los héroes que luchaban por la patria. Pero su madre cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar con desesperación. Su esposo, el padre de Hans, había partido a las trincheras en la frontera con Francia hacía dos años y poco se sabía de su paradero. Y ahora, el mismo oscuro destino le tocaba a su hijo mayor.

La guerra, que había comenzado en julio de 1914 y que supuestamente terminaría esa misma Navidad, llevaba casi tres años de ininterrumpido conflicto. Al principio, habían sido los esposos. Sin embargo, a medida que los soldados morían en batalla, el ejército comenzó a reclutar hombres cada vez más jóvenes y más ancianos para cumplir con el deber.

Esta vez era su turno.

Hans y el resto de los jóvenes reclutados tendrían 48 horas para prepararse, despedirse de sus familiares y amigos, y alistarse en el frente de batalla.

Y así fue como Hans lo hizo. Primero, preparó unas pocas pertenencias: algo de ropa, unas fotografías y un viejo libro de E.T.A. Hoffmann que había pertenecido a su abuelo. Luego se despidió de su grupo de amigos, muchos de ellos también reclutados para diferentes frentes; de una noviecita a la que Hans le había prometido que, al volver, contraerían matrimonio; y de su familia: madre, dos hermanos y una hermana. Y finalmente, siguió las indicaciones de los soldados para ser llevado a Metz, que en ese entonces era parte del imperio alemán.

Cuando se subió al viejo camión del ejército, saludó a su madre con la frente en alto y contempló su hogar hasta que las casas de sus vecinos se interpusieron en su vista. Su madre lloraba sin parar mientras apretaba la mano de su hermano más pequeño. Pero él no se inmutó; había fantaseado ir a la guerra varias veces con sus amigos y estaba totalmente preparado para lo que estaba por vivir.

Hans fue el último de doce jóvenes reclutados para el frente de batalla en ese pueblo, pero fue el primero en bajar del vehículo. Un soldado le entregó un casco, su uniforme y un fusil de cerrojo. Contento por tener la oportunidad de luchar por su país, Hans hizo caso a sus superiores. En cuestión de días aprendió a disparar y al cabo de una semana, ya se encontraba en el frente de batalla.

Pero a Hans nadie le enseñó la lección número uno: nunca hay que romantizar la guerra.

Pronto se dio cuenta de que aquellas historias épicas donde hombres luchaban por defender la soberanía de sus patrias eran puros cuentos para que niños como él fantasearan con el hecho de ir a esas guerras.

Las trincheras eran lugares oscuros, donde hombres de todas edades y tamaños corrían de un lado a otro en busca de supervivencia. Cuando llovía, Hans y sus colegas podían pasar largas horas con los pies húmedos, sintiendo cómo sus dedos se deshacían bajo el agua sucia. De noche, se podían ver destellos alrededor de su pequeño refugio, se oían gritos en la niebla y dormían con el terror de despertar en una furia de disparos y estallidos. Pero de día, era aún peor. Lo que más le aterraba a Hans era ver compañeros salir volando por los aires. Compañeros que recibían disparos en el rostro mientras se asomaban para disparar, y caían muertos a su lado dentro de la trinchera. Con frecuencia, Hans era testigo de hombres que debían ser amputados, jóvenes que perdían la vista o el oído.

Pero el verdadero terror ocurrió una fresca mañana de abril.

La noche anterior Hans apenas había podido dormir; sus compañeros heridos se lamentaban con escalofriantes sollozos y los altos mandos murmuraban intentando idear un plan que pudiera acabar con las tropas francesas con la menor cantidad de bajas posible, algo que a esas alturas parecía una ambición muy grande e improbable de conseguir.

A Hans no le sorprendió despertarse con los estruendos y los gritos de sus compañeros avisando de un ataque. Rápidamente agarró su arma y salió disparado al exterior de la trinchera para preparar la defensa. Pero en el momento en que sus pulmones engulleron aire, sintió como la garganta se le cerraba. Los ojos comenzaron a llorarle y no pudo evitar toser. Dio tres pasos y tropezó con un cuerpo. Hans cayó de rodillas y se llevó ambas manos al rostro; el sabor a barro invadió su boca. La cabeza le daba vueltas y su cuerpo no respondía con normalidad.

Sintió como alguien lo tomaba del brazo y tiraba de él y, como por acto divino, Hans logró ponerse de pie y correr. Esquivó varios cuerpos de sus colegas, algunos de ellos todavía vivos y luchando por engullir algo de oxígeno. Se tropezó con un soldado que quería escapar de aquella nube tóxica con desesperación.

Hans llegó hasta un pequeño montículo de bolsas de arena que había sido colocado por ellos días atrás como barricadas, lo escaló y corrió en dirección al bosque. Los estallidos se seguían escuchando cuando Hans desapareció entre los árboles. Apenas podía respirar. Pero cuando se dejó caer en la hierba, sus pulmones se abrieron y volvieron a engullir oxígeno.

La brisa que acarició su rostro se sintió como la mano de Dios dándole una oportunidad más para vivir. A Hans todavía le ardían los ojos, y unas delgadas gotas de lágrimas cayeron por sus mejillas.

Sentía el rostro sucio con tierra, sangre, sudor y lágrimas. No tenía mucha experiencia en la guerra, pero los pocos días que había estado en el frente de batalla habían sido la experiencia más escalofriante de su vida. Se sentía como estar en el mismo infierno.

Treinta minutos fue lo que tardó Hans en recobrar la compostura. Su rostro seguía irritado y la garganta todavía le picaba. Pero al menos podía respirar.

Se enderezó lentamente y, con un gran esfuerzo, logró sentarse. Con las manos sucias, se frotó los ojos y pestañeó varias veces antes de poder volver a ver con algo de nitidez.



#2730 en Otros
#712 en Relatos cortos

En el texto hay: magia, primavera, magia y amor

Editado: 12.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.