Cuentos de Primavera: Historias que florecen

La Cazadora de Arcoiris

Theo recorría las lluviosas calles de Londres cuando su paraguas salió volando. La tormenta duró varias horas y los vientos sacudían los edificios con violencia. Tuvo que refugiarse en un pequeño pub mientras esperaba que el clima mejorara para poder volver a su apretada casa. Sin paraguas, las gruesas gotas de agua helada habían impactado en su abrigo y penetrado en su piel.

Se pidió un café, para contrarrestar el frío, y le dio unos ligeros sorbos hasta que recobró el calor en su pecho.

Theo no era el único que había sido alcanzado por la lluvia. Varios hombres y mujeres habían ingresado en el pub, chorreando agua y mojando el suelo de madera, y Theo escuchó varias veces al encargado maldecir mientras enviaba a uno de los empleados a fregar la entrada.

Esperó a que la lluvia cesara, y de hecho lo siguieron varios comensales, para pagar su café y abandonar el pub. Las nubes se disiparon y el sol comenzó a asomar sus rayos con timidez. Una niña comenzó a dar saltos y su madre la reprendió por pisar los charcos de agua. Theo comenzó a caminar en dirección a su casa, rogando porque la lluvia no volviera a caer por varias horas. Pasó junto a tres grandes macetas ahogadas en agua y recordó que había dejado la ventanilla de su habitación abierta. Seguramente sus libros y las mantas de su cama estarían empapados.

Decidió tomar un atajo para llegar lo antes posible a su casa. Necesitaba evaluar la situación en su recámara y ponerse a secar el suelo antes que la madera se llenara de hongos y moho. Dobló a la derecha e ingresó a un callejón algo olvidado. No era un camino que solía tomar; solamente lo utilizaba cuando tenía que llegar a su casa rápido.

Pero, a diferencia de otras veces, donde Theo solía pasar sin mayor problema, esa vez divisó algo que captó su atención. El arcoíris que se había formado en los cielos tras la tormenta terminaba en aquel oscuro callejón con un brillo tan intenso que por unos momentos lo cegó.

Comenzó a dar pequeños pasos, sumido en curiosidad. Nunca había sido un verdadero fanático de los arcoíris, pero todavía recordaba las épocas donde su hermana solía gritar de emoción cada vez que uno de esos puentes de luz aparecía. Theo entró en el callejón esperando tener una simpática anécdota para contarle a su hermana, conmemorando los viejos tiempos. Sus ojos estaban fascinados ante la nitidez y cercanía con la que veía los colores; jamás había estado tan cerca. El brillo era tan intenso que Theo tuvo que colocar una mano delante de sus ojos para poder seguir avanzando. Un extraño calor comenzó a invadir su cuerpo y un curioso hormigueo trepó sus piernas.

Pero cuando estaba a escasos metros del origen de aquel resplandor, la luz se apagó. Tuvo que pestañear varias veces para volver a acostumbrarse a la claridad natural del sol. Fue entonces cuando la vio. Una mujer vestida de negro sostenía un gran tambor transparente amarrado a su cuerpo con una cinta de cuero oscuro, en cuyo interior se encontraba un extraño humo de colores. Theo pestañeó varias veces. Esa mujer había logrado atrapar el arcoíris en aquel recipiente.

—¿Qué carajos…? —dijo sin terminar de entender qué había pasado.

La extraña alzó la mirada y la expresión victoriosa en sus ojos se esfumó. Comenzó a correr en dirección a la calle y, por alguna razón, Theo comenzó a correr detrás de ella.

—¡Espera! —exclamó.

Pero aquella mujer continuó corriendo entre las personas que paseaban por la ladera del río. Theo la seguía de cerca, necesitaba saber qué estaba pasando y tenía una extraña curiosidad por saber cómo esa mujer había logrado atrapar un arcoíris en una cápsula transparente. Ella esquivó a un grupo de turistas que se reunían cerca del río para tomar una fotografía; la gente a su alrededor parecía no notar que estaba pasando. Él se chocó contra un hombre calvo y fortachón que le propinó un insulto.

La extraña bajó la velocidad para poder cruzar uno de los puentes que atravesaban el río Támesis. Y fue en ese momento cuando Theo logró alcanzarla y aferrar la cinta con tanta fuerza que el cuero cedió. El gran tambor transparente se soltó y comenzó a rodar por el puente. Ambos intentaron frenar, pero su velocidad era tal que apenas llegaron a voltear para ver cómo un grupo de personas, que parecía indiferente a toda esa situación, pateaba la vasija y ésta rodaba al río.

Tanto la mujer como Theo se acercaron baranda que los separaba del precipicio y contemplaron cómo el frasco flotaba en dirección al este, rumbo a Greenwich y más allá.

—¡Maldición! —exclamó la mujer mientras daba un golpe al metal con su mano.

Theo se mordió el labio inferior. Hasta ese momento había pensado que perseguir a esa extraña en busca de explicaciones era una buena idea, pero se había arrepentido de ello.

—Lo siento, yo…

Ella ignoró completamente su presencia y comenzó a subir a la barandilla del puente para saltar. El tambor empezaba a hundirse lentamente.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?!

Theo la agarró del brazo y la obligó a bajar con un tirón.

—¡El río es peligroso!

La mujer intentó soltarse, pero él no se lo permitió. Ambos fueron testigos de cómo la corriente se tragó la gran vasija de cristal y el arcoíris que llevaba dentro. La mujer lo obligó a soltarla con un movimiento brusco que tomó por sorpresa a Theo.

—¡¿Qué es lo que quieres?! ¡Ese arcoíris era mío!

—Yo solo quería saber… —Se sentía algo avergonzado—cómo y… por qué…

La extraña negó con el rostro y, luego de soltar un suspiro, se dio media vuelta y comenzó a alejarse en dirección al norte. Pero luego de todo lo que había pasado, Theo no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácil.

—¡Espera! —aceleró la velocidad para poder estar a su paso— ¿Quién eres?

Ella lo ignoró magistralmente.

—Jamás había visto a una persona atrapar un arcoíris; se supone que es la reflexión de la luz, no un…

—¡¿Entonces, por qué no haces de cuenta que todo esto fue un maldito sueño y me dejas en paz?! —lo interrumpió.



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En el texto hay: magia, primavera, magia y amor

Editado: 12.06.2025

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