Cuentos de Salsipuedes

El limpia bota

 

 

Las aguas del mar están inertes, sin vida como un cristal en la pared. Profunda, calmada, el azul intenso muestra su profundidad, parece la bonanza que persigue silente e imperceptible a la tormenta. El cielo cerúleo, completamente despejado baila al compás de su amada, escuchado la melodía incendiaría del sol, evaporando las aguas, es el único movimiento que minúsculamente se avista. El calima cegador recorre la pequeña acera del Malecón hasta el manto oscuro de la nada. La humedad es insoportable, en mixología con el serrín del bagazo de caña de azúcar, empujado vivo y cosido por el viento, desde las calderas del ingenio, cuyo ruido estrepitoso ha dejado sordo a los pueblerinos.

En su trayecto la leve curvatura del horizonte, paralelo a la gran avenida de Salsipuedes. Pare en divorcio, fortificadas casas: cobijada de zinc y madera. La pobreza extrema se huele a kilómetros, en aquel pueblo maldito y olvidado; sin embargo, la esperanza pinta con engaños, cientos de bancas de loterías, es el negocio más prolifero después de la droga y el narcotráfico —es más fácil que caiga un kilo de droga del cielo a que llueva— comentan empíricos meteorólogos de Salsipuedes. La tierra arrida grita retorciéndose cancerígena, ha perdido su verde pelo en plena primavera. El ganado famélico muere lamiendo rocas, y devorando telas de los cordeles, los cuatreros también ayudan en la desaparición.

Antaño existía una sola banca: funcionaba miércoles y sábados. Fundada con principios nobles “ayudar a la gente”; no obstante, se convirtió en un negocio bastante lucrativo. La avaricia cobra vida, siempre queremos tenerlo todo y un poco más, de una forma insaciable que raya en crueldad, —las cárceles dominicana están diseñada solamente para los pobres, un rico como mucho, ira de pasadía, un resort de fin de semana, no más—, es el llanto del pueblo en los periódicos y los noticieros.

—¡Maldita impunidad! Los delincuentes de traje, gafete y bufete, le sale todo a pedir de boca. En un país corrupto, desde las uñas de los pies, hasta la punta de cada hebra del pelo: el que roba un huevo por necesidad, lleva 5 años de prensión; el que roba millones, preso domiciliario en una de sus villas, vacacionando, una paupérrima multa del 10 por ciento de lo robado ¡Que injusticia! Un crimen es un crimen, el castigo debe ser equivalente al daño y el valor del hurto.

Hoy son incontables las loterías, tres veces al día, todos los días, sin titubear —un verdadero engaño, sin duda alguna—, pero de alguna ilusión hay que vivir, en una tierra que no te ofrece nada “los sueños son gratis” aunque puede generar dolor de cabeza y hacer millonario a los dueños de las bancas.

El ir y venir de los vehículos no para, aunque por momento se detiene la circulación, debido a la aglomeración excesiva de vehículos, algunos conductores imprudente causan el congestionamiento. El crepúsculo se asienta; despide al sol, en su afanada labor de derretir y calcinarlo todo, hasta los metales. Aguayo camina de regreso a su casa, similar que las aves en el cielo. Sus harapos, ese mismo traje que usa siempre, al cual no le cabe otro parche, es su uniforme de reglamento, en 20 años nunca lo ha cambiado, nunca, remiendo tras remiendo, suscitando la paradoja del «barco de Teseo», sin dudar diría: —No es para nada aquel pantalón que le regaló Nananita hace tantos años—, pero sigue cumpliendo su propósito, esconder su vergüenza, sin retiro previsible, ni aquel color azul original, convertido en gris azulado. En su mano derecha porta el único instrumento que aprendió a usar en su niñez, con el cual alimenta a sus dos mujeres y 12 hijos, una limpia bota, construida con cajones de arranque.

Desde hace 15 años empezó a jugar la loto, dos tickets, miércoles y sábados. Siempre juega las fechas de nacimientos de sus hijos. Nunca logro acertar más de tres números de los 6 necesario para el gran premio, recibir los 50 pesos invertido en el boleto, su mayor logro —un verdadero fisco, un fraude legal— que llena de esperanza a los más desvalido de la población, incluso a los salmones de clase media.

Aguayo sigue caminando, el viento lo conduce, por momento amenaza con arrojarlo a la avenida. El miedo le invade por un instante y abre esos enormes ojos, lleno de pavor, parece que quieren escapar de su vivienda. Ayer había perdido 20 cervezas jugando a las cartas, sin nada en el estómago, un conflicto bélico libraba su intestino y la niña que tenía enferma lleva la contienda a sus neuronas —¿cómo demonio pude perder 20 cervezas, en qué diablo estuve pensando?—. Había sido un día pésimo, limpió un solo par de zapatos y la pérdida de aquel dinero había llegado a los oídos de Teresa, su hija mayor. Una adolescente chismosa y metiche: —seguro que se lo ha dicho a su madre: otra bronca me espera al llegar a casa—. Pensó,  intentando sentarse para ver el Malecón, pero el hambre no estaba de acuerdo con esa decisión.

El limpia bota siguió su camino, a paso lento, parecía que retrocedía como un cangrejo en sus pasos —no quería llegar a su casa—. Juaquina le había dado dos bofetadas al saber de la pérdida y Raquel de seguro ya se había enterado de oído de su hija Teresa.

—No te quiero ver en un mes —gritó con lágrimas en los ojos. Ella era la mansa de sus dos mujeres. Nadie sabía cómo había podido conservar aquella dos mujeres, era un esperpento. No parecía un hombre agraciado en ningún talento, don o hermosura. Tosco, bruto y torpe: ni hablar bien sabía.

—Aguayo tiene un brujo que le ha permitido estar con esas dos —se solía escuchar en los muros de Salsipuedes.

—¿Cuál fueron los números de ayer, en la loto?

—El 8, 12, 15, 21, 23, 28 y el más 02. —Escuchó Aguayo a dos hombres dialogar mientras corrían por la acera. Una felicidad inundó su ser, el hambre desvaneció, las preocupaciones desaparecieron sin dejar estela. Lleno de estamina corrió hacia una farmacia, como un quinceañero lleno de vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.