Su nombre era Nicolás. Tenía quince años, y podría decirse que era el cerebrito de la clase; siempre tenía notas sobresalientes. Vivía a las afueras del pueblo, en una casa antigua y colonial. Raras veces se le veía en el pueblo, excepto cuando iba al colegio. Nadie lo consideraba un chico atractivo, mucho menos divertido. Era bajito, delgado, de tez morena y cabello negro rizado, tan ridículamente rizado que se le pegaba al cuero cabelludo haciéndolo parecer pelo de borrego. Además de poco atractivo, era retraído y huraño.
Por eso cuando Elizabeth, la chica más hermosa de la clase, mostró interés amoroso en Nicolás, medio mundo se llevó una gran sorpresa. Elizabeth era alta, esbelta, de cabello castaño rojizo, un rostro que opacaba la luna llena y una sonrisa más brillante y seductora que un diamante. Y él; bueno, ya les conté lo que era él.
La efímera relación duró apenas quince días. ¿Lo pueden creer? ¿Quince días solamente? Yo me tomo más tiempo entre un baño y otro, no, es broma.
Volviendo al tema. Durante quince días formaron una de las parejas más atípicas que se hayan visto en aquel pueblito. Ella era alta, él, chaparro; ella era una beldad, él, bueno, diré que era feo; ella sonreía todo el tiempo y a todo el mundo, él, ni a sus padres; ella era popular, él, puede que ni toda su familia lo conociera… Bueno, bueno, creo que ya estoy divagando.
El punto es que una pareja tan peculiar tendía a fuerza a llamar la atención y a levantar suspicacias. Muchos bromeaban al respecto, en especial los más jóvenes, sobre las artimañas a las que aquel nerd habría de haber recurrido para conquistar semejante muchacha.
Muchos se pasaban, de veras, aunque considero que por envidia. «Debió fumarle el puro», decía uno. «Ha de haber acudido con un brujo —opinaba otro. Luego, con picardía agregaba—: hay que preguntarle con quién fue». «Quizá a heredado una gran fortuna de algún pariente lejano», agregaba otro. «Yo creo que la ha amenazado a muerte —decía otro—. Y la pobre ¡qué tanto aprecia su vida».
Lo cierto es que Nicolás y Elizabeth fueron novios por quince días. Días que fueron los más felices en la vida de Nicolás. Secretamente amaba a Elizabeth desde hacía años. Por eso, cuando la chica empezó a sonreírle, a levantarle una ceja, a mostrarle conscientemente la parte superior de sus bellas y torneadas piernas, Nicolás la amó aún más, si es que eso era posible.
Envalentonado, por las claras incitaciones de la chica, Nicolás se atrevió a abordarla. Me limitaré a decir que la entrevista fue para morirse de risa, o de pena. Nicolás, deslumbrado por la celestial belleza de Elizabeth, tartamudeó como el que más. Pero, ¡Ey, sorpresa!, Elizabeth ni se rio ni le dijo nada grosero, todo lo contrario, se mostró en extremo amable, incluso llegó a decirle «ternurita», «qué lindo», «tienes unos bonitos ojos».
Dos días después de aquella conversación, llegaron de la mano a la escuela y declararon que eran novios.
A pesar de ser los quince días más felices de su vida, para Nicolás también fueron los de más arduo trabajo. De pronto, sin saber cómo, se encontró realizando dos tareas en lugar de una. Pero lo hizo con entusiasmo, ayudar a su novia a obtener buenas notas lo henchía de orgullo.
Incluso, viendo que en aquella hermosa cabecita no se quedaba nada, se las ingenió para inventar un complicado sistema para que su novia hiciera trampa en los exámenes. No estaba de acuerdo con esto último, pero cuando estás enamorado, simplemente es imposible decirle que no a la causante de ese afecto.
Transcurridos quince días, terminó la magia. Elizabeth, simple y llanamente, le dijo que ya no quería ser su novia y lo botó.
Asunto aclarado para todo el pueblo: no había magia, brujería, ni hechizos, ni amenazas de muerte. La joven sencillamente, por una vez en su vida, quería sacar buenas calificaciones.
¿Y Nicolás? ¡Pobre! ¡Si lo hubieran visto en los días que siguieron al final de su relación!
¡Solamente quería obtener notas sobresalientes! Lo había tratado peor que a una basura. ¡Con razón nunca le había dado un beso! Por eso nunca dejó que no pasara más allá de tomarle la mano. No lo quería ¡Solamente lo utilizaba!
¿Alguno de vosotros ha sido tratado así? ¿Os imagináis lo que sufrió el pobre Nicolás? Yo sí. Yo sí sé lo que es sentirse burlado, usado, destrozado, humillado y un millón de apelativos más a los que podría recurrir. Por eso siento pena por Nicolás y lo compadezco.