Se reunieron en el patio trasero de la casa de Miguel, ese día no estaban sus padres. El patio trasero de una vieja casa no es el mejor lugar para hacer una fogata, pero Miguel y sus dos amigos así lo hicieron. Llevaron salchichas, cervezas y se dispusieron a pasar una velada memorable.
El primero en contar un cuento fue Agustín:
—Esto es algo que le sucedió a mi abuelo —empezó, dando un sorbo a su lata de cerveza—. Mi abuelo, amigos, era un hombre avezado, valiente e intrépido. Nada ni nadie lo asustaba. Cazaba en los bosques más lejanos y recónditos, pescaba en los ríos más caudalosos y profundos; peleó contra leones y cocodrilos, pisoteó serpientes de gran envergadura, comió gusanos y bichos cuando, era eso o morir de hambre… No ahondaré más. Imagino que ya os quedó claro que mi abuelo no temía a nada.
»Hasta que lo vio a él, al hombre sin rostro, o, de los mil rostros, porque puede adoptar como suyo el rostro de cualquier persona. Él mismo me lo contó, en los días posteriores a su desaparición.
»La primera vez que lo vio fue al regresar de cacería. Había tenido mala suerte, por lo que no traía siquiera una liebre. Al principio lo tomó como a una persona cualquiera, quizá también era un cazador como él, aunque no portaba ningún arma.
»Al rato de haberse encontrado en el camino al pueblo ya charlaban y reían como dos mejores amigos. El rostro con que se le presentó era el rostro de un hombre curtido por el sol, de bigotes negros y ojos vivaces.
»Mi abuelo me contó que su más grande error fue hacerle una promesa. Sin saber quién ni de dónde era aquel sujeto, dejó que le sonsacara la promesa de que un día iría a su casa para cazar en los más fantásticos parajes y pescar en los ríos más fabulosos. Cuando llegaban al pueblo, el acompañante de mi abuelo se detuvo y dijo que en aquella ocasión se quedaría allí, pero que recordara su promesa.
»Cuando mi abuelo le tendió la mano para despedirse, el rostro de bigotes negros ya no estaba, su lugar lo ocupaba una oquedad negrísima. Mi abuelo se quedó sin respiración. Mientras luchaba para recuperar el aliento, el hombre sin rostro se esfumó, no sin antes dejar en el aire unas aterradoras palabras: “Recuerda tú promesa”.
»A partir de ese día mi abuelo dejó de ser el hombre valiente y sagaz que era. Lo más escalofriante de todo, es que una vez al año, escuchaba claramente en el viento la terrorífica frase “recuerda tú promesa”. Al final, el hombre sin rostro vino y se lo llevó. Recuerden que mi abuelo desapareció de su habitación sin dejar rastro alguno —concluyó Agustín.
Los otros dos chicos sabían que tenía razón. El abuelo de Agustín había desaparecido misteriosamente hacía un par de años. Pero no sabían cómo ni por qué. Ahora sí.
Los tres se sobresaltaron cuando alguien llamó a la puerta de la casa de Miguel.
—Chicos soy yo —gritó alguien al otro lado de la casa. Era una voz harto familiar—. Abridme, soy Mario.
Miguel se puso de pie y volvió al cabo de un minuto con Mario.
—¿Qué paso? —preguntó Jonathan— Creíamos que habías viajado con tu padre a la ciudad.
Mario se encogió de hombros.
—El coche se descompuso, así que se pospuso el viaje.
—Mejor para nosotros —aplaudió Miguel—. Anda, toma una cerveza y una salchicha. Es tú turno Jonathan.
—Bien —asintió Jonathan—. ¿Han escuchado decir que en mi casa asustan? —inquirió. Los otros tres chicos asintieron—. Es verdad. Les contaré cómo en una ocasión casi muero de un susto.
»Sucedió hace casi un año, en una noche cualquiera. Desperté en medio de la oscuridad, con una sed terrible. De manera que bajé a la cocina por un vaso con agua. Prendí la luz y me serví el agua. Tomábame el agua cuando escuché las pisadas.
»Pero no eran pisadas cualquieras, sino fuertes, poderosas, enormes, como las de un monstruo. Mi corazón se desbocó, más aún cuando recordé que en esa casa asustaban. Y entonces vi la sombra, grande, negra, horrorosa. El vaso cayó al suelo y se hizo añicos cuando lo dejé caer al correr como alma que lleva el diablo a mi habitación. Mientras subía las escaleras oía las pisadas tras de mí.
»Créanme, es inexplicable el horror que se siente cuando en medio de la oscuridad oyes que algo grotesco te persigue. Es... es… sencillamente aterrador. Llegué a mi habitación y me refugié en las sábanas, hasta que dejé de oír las terribles pisadas. Cuando me atreví a ver, a mi alrededor no había nada. El reloj de la mesilla señalaba las doce y cinco minutos.