Cuentos de terror

Tarde de carnaval

Valentina lucía esa tarde un precioso disfraz de enfermera ¡Y qué disfraz! Su juvenil cuerpo, de tan sólo trece años, era tocado por un ajustado y provocativo vestido blanco, muy por encima de la rodilla y bastante escotado, dejando a la vista el inicio de sus pequeños y lechosos pechos. La cofia en forma de boina, con una cruz roja al frente, y un estetoscopio falso, completaban el disfraz.

Estaban allí la mitad de los habitantes del pueblo. El desfile de disfraces, celebrando el día del carnaval, era un acontecimiento que sacaba de sus casas a medio mundo. Muchos se acercaban para ver qué novedades habría ese día: que tan originales serían los atuendos; quién se volaría la barda y sacaría un ingenioso disfraz; o quiénes llevarían más de lo mismo. Muchos otros, hombres y jóvenes lambiscones, se asomaban con la intención de deleitar su lascivia con muchachitas disfrazadas como ella. Y había muchas como ella. Jovencitas con atuendos de policía, muy provocativos por cierto, vaqueras, ejecutivas, atletas, de esas que usan minifaldas, gitanas y árabes… en fin, había mucho donde posar los ojos.

Por supuesto, las muchachitas sin recato eran minoría. Los héroes de televisión, monstruos de terror, payasos, emparedados, frutas y verduras era lo más común. Un chico disfrazado de hamburguesa pasó a su lado ¡Qué horror! Ella se habría muerto de vergüenza si usara algo como eso. Bueno, otros también pensaban lo mismo del suyo, pero era por envidia.

Se encontraba en la plaza del pueblo. Todas las escuelas se habían dado cita. Recorrerían las principales calzadas de la localidad, bajo aquel ardiente sol, para luego regresar al punto de inicio. Después, en el escenario se llevarían a cabo bailes y todo tipo de actos, siempre ejecutados por disfrazados, para entretener a la población.

Valentina recorrió, con el rostro alzado, las interminables filas de estudiantes hasta alcanzar el lugar donde se encontraban sus compañeros de salón. Una de las cosas más emocionantes del desfile de disfraces eran las miradas que los del sexo opuesto le dirigían, llenas de lujuria. Valentina sonrió para sus adentros y cimbreó un poco más sus caderas para llamar aún más la atención. Muchos no aprobaban que ella se disfrazara así, de manera tan llamativa, en especial sus más cercanos, pero a ella le importaba un penique lo que los demás pensaran. A ella le gustaba y punto.

El desfile dio inicio al medio día y terminó cerca de las tres de la tarde. Al final Valentina se encontraba exhausta, el sudor le perlaba el rostro y le recorría el cuerpo en finos hilillos. Si ella estaba así, no quería ni imaginarse lo que sufrían los ignorantes que llevaban disfraces hechos de gruesas telas, como el chico hamburguesa, por ejemplo.

El desfile transcurrió de la forma tradicional. Caminaron al son de música alegre y festiva, rieron, chistearon y tomaron limonada y refrescos para hacer descender el calor. Las muchachitas como ella recibieron cientos, si no es que miles, de miradas cuyas fijezas parecían querer terminar de desvestirlas, piropos tiernos y obscenos, silbidos aprobatorios y gestos desaprobatorios. Nada fuera de lo común.

Excepto una cosa.

Era bastante común que gente ajena al desfile, como los simples espectadores, también se disfrazara. Ese día no era la excepción. Entre todos había uno que la había puesto nerviosa: un hombre robusto, vestido con pantalones negros y chaqueta negra de cuero, usaba una máscara de hockey y llevaba un largo machete. En conjunto, una muy buena imitación del personaje de terror Jason Voorhees. El hombre en sí no era lo que ponía nerviosa a Valentina, si no el hecho de que éste la observaba fijamente, solo a ella, y no se alejó mucho de ella durante todo el desfile. Parecía otro integrante más del desfile, excepto que él se desplazaba entre los espectadores.

Cuando regresaron de nuevo al parque, el tipo vestido de Jason se detuvo a unos diez metros de Valentina. La observaba de tal manera que Valentina deseó, por primera vez, no haberse disfrazado de forma tan llamativa. El miedo y la desconfianza la hacían pensar que aquel tipo era un psicópata o un violador de niñas, y que ya había elegido su víctima: ella.

Respirando hondo y cogiendo coraje, empezó a deambular por todo el parque, con el propósito de verificar si Jason la seguía o sólo eran figuraciones suyas. Primero fue a una venta de refrigerios, al otro extremo del parque. Cuando se sentó para tomarse una gaseosa, vio que Jason estaba tras ella, a escasos metros de su posición. Se tomó la gaseosa en un tiempo record y anduvo un rato de aquí para allá por el parque; Jason tras ella como un guardián.

Era hora de marcharse.

Salió presurosa del parque y tomó dirección hacia su casa. El pánico le atenazó las entrañas cuando tras ella salió el tipo vestido de Jason Voorhees. En un arrebato de recato cogió el vestido y trató de estirarlo para cubrir más, pero fue en vano. Sin duda aquel tipo era un pedófilo cuya lascivia ella había encendido. Ahora trataría de apagarla, con ella. ¿Por qué? Ella sólo quería estar bonita y coqueta, nada más. En sus planes no figuraba que un lunático la siguiera para hacerse de su cuerpo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.