Cuentos de terror

La sombra de la muerte

El mundo está lleno de sucesos cuya única explicación atribuible es lo de sobrenatural, misterioso o cosa del más allá. Esto sucede porque simple y llanamente nuestra mente no logra vislumbrar una explicación lógica aplicable a tales acontecimientos. Ahora mismo podría narraros una serie de hechos que el mundo ha calificado como sobrenaturales, y que en efecto parecen serlo. Sin embargo, en esta ocasión me limitaré a contarles algo que me llamó mucho la atención, que durante muchos años ha dado vueltas en mi cabeza, y que he llegado a clasificar como uno de esos eventos sobrenaturales.

Sentado aquí en mi escritorio, mientras mi dulce esposa me prepara un café en la otra habitación, he decidido trascribir esta historia al papel.

Ahora lo acontecido:

Encontrábame recién casado con mi esposa, Jessica, cuando recibí una nota de un muy querido amigo. Este amigo no era otro que el Sr. Rómulo, un adinerado caballero de la ciudad. Rómulo era de mi misma edad, más sin embargo se las ingeniaba para parecer mucho mayor que yo, siempre irradiaba una gran fuerza, absoluta confianza y seguridad, y no era por su dinero, de eso estoy seguro. Creo más bien que era algo intrínseco e inherente en él.

La nota era de su puño y letra, en la cual me pedía de favor que fuese a visitarlo a su casa. Últimamente se encontraba sumido en una profunda melancolía y creía que yo podía ayudarle a superarla. También me encomendaba que llevase a mi esposa para que hiciese compañía a la suya.

No era la primera vez que Rómulo me invitaba a pasar unos días en su mansión, por lo que no hallé nada raro en la nota. Lo único que me llamó la atención fue la mención de una “profunda melancolía”, mi amigo nunca había sido melancólico. De todas formas deseché esa parte al tomarla como otra de sus bromas y como un aliciente para que yo me apresurara a visitarlo.

Llegué al siguiente día a su mansión, una soberbia casa de tres plantas y que se enseñoreaba junto a un lago de aguas azules al norte de la ciudad. Fue Rómulo en persona quien salió a recibirnos. Su sonrisa de oreja a oreja confirmó mis sospechas de que lo de la “profunda melancolía” era una broma. Él mismo nos mostró la lujosa habitación que ocuparíamos y nos guio al comedor para tomar el almuerzo, ya que habíamos llegado cerca del mediodía.

Almorzamos los dos matrimonios en perfecta armonía. Charlamos sobre nuestros últimos proyectos y lo que esperábamos de ellos. Después nos fuimos a una de sus salas privadas y nos contentamos con tomarnos una copa de vino, jugar ajedrez y charlar sobre cualquier trivialidad.

Fue hasta la tarde que el semblante de mi amigo mostró una desmejora notable, era como si de pronto hubiese enfermado. Y no fue sólo el semblante, sino también su voz se volvió lenta y profunda y su talante adquirió la actitud de un hombre triste, derrotado. Algo que en absoluto iba con mi amigo.

—¿Qué es lo que te sucede? —le pregunté en cuanto empecé a notar que algo en él había cambiado.

—No sabría explicarlo —fue su respuesta—. No estoy enfermo y ningún dolor me aqueja. No obstante, me siento como si lo estuviera. No consigo tranquilidad y… siento… siento como si algo malo fuese a suceder. Y no comprendo qué, ya que todo en esta casa y en los terrenos circundantes marcha de maravilla…

No transcribiré literalmente todo lo que mi amigo me dijo, debido a que me llevaría mucho tiempo y papel. Lo único que saqué en claro de lo que habló, fue que sin motivo aparente se sentía enfermo sin estarlo, creía que algo malo estaba a punto de suceder cuando todo iba bien y se sentía inquieto sin algo a que achacarlo.

Francamente, y con algo de vergüenza, le fui sincero diciéndole que no tenía idea de lo que le sucedía y que además de tratar de ser compañía afable, nada más podía hacer.

Ya era de noche cuando se puso de pie y se encaminó a la puerta para ir al baño. Fue en ese momento que la vi por primera vez, una sombra negra… era su sombra, pero no tenía sentido. En el momento que vi la sombra, mi amigo le daba la espalda a la lámpara que colgaba en el centro de la estancia, por lo que su sombra se proyectaba hacia adelante, muy tenue. Sin embargo, tras él estaba la otra sombra, negra, nítida, y no tenía idea de qué la provocaba. Parpadeé, y al abrir los ojos la negra sombra había desaparecido. Frente a él estaba la sombra que la lámpara bosquejaba, pero no era esa sombra la que me interesaba. Dejé el asunto en un simple efecto óptico.

Al siguiente día fuimos de pesca. Nos subimos a una pequeña canoa y remamos como cuando éramos chamacos hasta alcanzar un punto en el cual nos pusimos a pescar. A mediodía, cuando el sol se puso justo sobre nuestras cabezas de manera que casi no proyectábamos sombras, volví a ver la sombra de la noche anterior. Era negra como el ónice y reflejaba fielmente a mi amigo, incluso su caña de pescar era perfectamente visible. Me sobresalté tanto que estuve a punto de caerme del bote. Rómulo me preguntó si me encontraba bien. Le respondí que sí. La sombra negra había desaparecido de nuevo.




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