Cuentos de terror

Día de las madres

Tommy, de apenas seis años de edad, sabía que el día siguiente sería el día de las madres. Había pensado largo y tendido sobre qué regalarle a su querida progenitora. Tenía que ser algo grandioso, inolvidable, algo que la hiciera estremecerse de emoción. Tenía algunas ideas en mente, pero aún no conseguía sacar nada en claro. Bueno, le plantearía ese tema a su tutor, a casa de quien se dirigía, sin duda él sabría esclarecer sus ideas y lograr que cogiera la más idónea.

El chófer lo llevó hasta la casa de Freddy, su tutor, y lo dejó a la puerta. Lo dejó tocando el timbre para volver un par de horas después, cuando las lecciones de Tommy hubiesen concluido. Su joven maestro salió a recibirlo y lo llevó al cuarto que ocupaba para impartir sus clases al chico. Freddy tenía el físico y el aspecto de un hombre joven, incluso sus papeles de identificación decían lo mismo, pero Tommy sabía que era viejo, muy viejo.

Sin pérdida de tiempo abordó el tema que le carcomía la cabeza: el día de las madres. Mientras su tutor le explicaba detalladamente una bonita sorpresa para su madre, la sonrisa de Tommy se fue ensanchando cada vez más.

٭٭٭٭٭٭٭

Beatriz estaba en el spa del club con su amiga Carol, dos mozos bien cuidados les masajeaban la espalda con manos suaves y flexibles.

—¡Qué bien se siente! —comentó Carol.

—¿Sabes qué más se siente bien? —inquirió Beatriz.

—No. Ni me interesa de todas formas. ¡Esto es vida, Beatriz!

—De todas formas de te lo diré. Mi Tommy me hizo salir de casa muy temprano porque quiere prepararme una sorpresa.

—¿En serio? —Carol alzó la cabeza. Beatriz vio un fugaz destello de celos en los ojos de su amiga. Carol tenía un niño de diez años y una niña de siete, pero ninguno había pasado de regalarle una flor del jardín de la casa, una tarjetita o como mucho, una caja de chocolates—. ¡Pero sí solo tiene seis años!

—No me negarás que es un niño bastante inteligente. Además, le ayudará Freddy y los empleados de la casa.

—¿Freddy? ¿Ese guapetón que imparte cursos en su casa?

—El mismo.

—No me importaría pedirle que me imparta uno o dos cursos a mí —hizo una pausa mientras ambas reían—. ¿Le tienes suficiente confianza para dejar a tú hijo en sus manos?

—¿Por qué no? Después de todo, le conozco desde hace varios años.

—Supongo que es válido. Pero no me imagino a un niño de seis años preparándote una fiesta.

Beatriz pensó que eso se aplicaba a casi todos los niños del mundo, no así a su Tommy. Tommy, a sus seis años, era capaz de hacer complicadas sumas y hablaba con claridad, leía con fluidez y hablaba francés y estaba aprendiendo italiano. Sabía que su hijo era un prodigio, y eso la henchía de orgullo. Prepararle una fiesta no era cosa de otro mundo para su superdotado hijo.

—¿Te gustaría que te preparara una sorpresa, madre? —le había preguntado esa mañana con su acostumbrado tono educado.

—¡Oh, claro! ¡Me encantaría, cariño! —por un instante le pellizcó las mejillas al niño, hasta que éste se las apartó de un manotazo. Era un niño, pero no le gustaba que lo trataran como tal.

—Bien. Necesitaré entonces que te ausentes por la mañana. Aunque ya sabes que planeo algo para ti, quiero que ese algo sea una sorpresa —le explicó.

—De acuerdo. De todas maneras, pensaba dejarme consentir en el club.

—Consiéntete mucho, porque después todo serán emociones fuertes —sonrió.

—¿Quieres que me lleve también a la servidumbre? —le había preguntado con picardía. Desde luego, la servidumbre tenía que estar allí, sino ¿cómo podría prepararle la sorpresa? Pero su hijo simplemente respondió:

—No, déjala, servirá para adornar. Freddy me dijo que necesitaremos bastantes cuerpos.

—¡Oh! ¿Esto es idea de Freddy?

—De ambos.

—¿Te dijo a qué horas deberías regresar? —le preguntó Carol, devolviéndola a la realidad.

—Quedó en mandarme un mensaje de texto.

—Entiendo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.