Cuentos de terror

El ente del pantano (I)

Marcio avanzaba a paso rápido entre las malezas del bosquecillo. Caminaba con la seguridad de quien ya ha realizado el mismo recorrido un centenar de veces. Ricky, su doberman de pelaje negro, tan alto que casi le llegaba a la cintura, lo acompañaba aquel día. Sujeta con ambas manos llevaba su escopeta calibre 12, lista para ser descargada en el instante que él quisiera, y contra quien fuera.

Pronto llegaría a la Llanura, donde, si uno tenía paciencia, podía ver algunos venados. Pero ese día Marcio no iba a la Llanura. Iba más allá, al Pantano. El Pantano era una vasta extensión de tierras bajas donde siempre había agua, lodo, víboras, cocodrilos, cuevas; trampas mortales para el descuidado. A menos que uno quisiera cazar un cocodrilo o una serpiente, el Pantano no ofrecía nada de interés para los amantes de la caza, como él. Empero, desde hacía días venía oyendo raros rumores acerca de una extraña criatura. Marcio quería averiguar qué tanta verdad y qué tanta ficción había en todo ello.

No eran muchos los que osaban aventurarse en el Pantano. Y la mayoría de esos osados, eran jóvenes inexpertos que creían que, internándose en ese peligroso lugar, en compañía de uno o varios amigos, demostraban lo valientes que eran, cuando sólo era una muestra más de su insensatez y de su estupidez. Sin embargo, varios de esos jóvenes, últimamente habían bombardeado el pueblo con rumores acerca de un ente que habitaba en el Pantano.

Las versiones iban desde un humano, pasando por un semihumano, hasta llegar a un monstruo pesadillesco, fruto, seguramente, de la imaginación sin límites de los imberbes. Fuese lo que fuese, había algo en lo que coincidían casi todos los rumores: había un extraño rondando por el Pantano. Marcio no creía que se tratase de un monstruo, no existían los monstruos simplemente, pero lo curiosidad y la ociosidad de su casa lo habían motivado a ir a echar un vistazo. Y si se trataba de algo o alguien peligroso, se acompañaba de Ricky y su mortal escopeta.

Transcurrió toda una hora mientras cruzaba la Llanura, el sol había recorrido la mitad de su ascenso hacia el cenit. Para cazar algo, había que hacerlo de noche, pero ese día no iba de cacería, para la tarde quería estar de regreso en su casa. Caminó bajo el ardiente sol y bajo la sombra de jóvenes alisos, bordeó suaves y majestuosas colinas y cruzó un riachuelo cuyo punto más profundo le mojó hasta las rodillas. No vio ningún animal, excepto pájaros y una ardilla, pero ninguno que mereciese especial atención. Tampoco se encontró con más hombres.

Poco a poco la Llanura fue cediendo ante el Pantano. El suelo firme pasó a convertirse en tierra húmeda y lodosa, y después en fango. Marcio se detuvo un momento y se quedó observando todo a su alrededor. Estaba rodeado de agua sucia, maleza, algunos árboles que podían vivir en un ambiente como aquel, y… la nada; estaba rodeado de la nada. Suspiró. ¿Pero qué esperaba? El Pantano siempre había estado rodeado de nada. Para otros podía tener su atractivo las charcas, las arenas movedizas, los escondrijos de serpientes y alimañas, los cocodrilos, pero para él no. Volvió a suspirar. De todas maneras, él no iba a disfrutar del paisaje. Lo que Marcio quería averiguar era si había algún extraño rondando por ahí, nada más.

Con mucho tiento empezó a adentrarse en aquel inhóspito lugar, Ricky lo seguía a corta distancia.

—Siempre atento, muchacho —le dijo.

Su fiel compañero agitó la cola y ladró en señal de entendimiento.

Durante largas horas Marcio se dedicó a deambular de aquí para allá en el Pantano, sin rumbo aparente. Bordeó charcas de agua lodosa (siempre atento a huellas sospechosas), caminó entre hiedras venenosas, oteó toda la circunferencia de La Laguna (hogar de gigantescos lagartos), subió a algunos árboles para vislumbrar más lejos, pero no vio nada fuera de lo normal.

En un momento de su búsqueda, mientras estaba inclinado examinado las huellas de un mapache en el lodo, tuvo la certeza de que había alguien observándolo por la espalda. La sensación fue tan fuerte, casi palpable, que Marcio se puso de pie de un salto, girándose con la escopeta apuntando amenazadoramente. Ricky también debió percibir algo extraño porque empezó a ladrar, aullar y corretear como loco. Pero cuando Marcio se volvió, allí no había nada, sólo un par de árboles. El temor que lo había aprisionado tan de repente, fue liberándolo paulatinamente. Ricky también empezó a calmarse, pero tenía las orejas inhiestas.

—Creo que fue mi imaginación —murmuró Marcio. Si lo era, ¿por qué Ricky también había percibido algo extraño?

Como para asegurarse de que no había nadie allí, Marció fue bajo los árboles y miró hacia las ramas y las copas. No había nada fuera de lo normal.




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