La casa era grande y austera. Las paredes enyesadas necesitaban una retocada y el jardín una completa renovación. De esto último ya se encargaría Kate. El jardín de su casa anterior siempre había sido bonito y bien conservado, y eso que Kate trabajaba como secretaria en una firma de abogados, ahora que ya no lo hacía, seguramente se las ingeniaría para hacerlo lucir esplendoroso. El jardín y el yeso quebrado de las paredes era lo más achacable a la casa, al menos a primera vista, pero el precio que había pagado por ella era una ganga, imposible dejarla pasar.
—¡Está muy sucia! —comentó Kate nomás cruzar el umbral de la puerta.
—No empiezo a trabajar hasta el lunes próximo —dijo Wilson—. Tenemos tiempo para dejarla reluciente hasta entonces.
Kate le sonrió con ternura.
Llevaban poco más de un año de casados, ella tenía veintidós y él veintisiete; era natural que la amara igual que el primer día, cuando no más. Haría todo lo que ella quisiera, limpiar la casa él solo si así lo requería. Por supuesto, Kate no le pediría algo así, también lo amaba.
—¿Hace cuánto qué no vive alguien aquí? —preguntó Kate al Señor Roman, el agente que les había vendido la casa.
El tipo, bajo y rechoncho, se compuso el nudo de la corbata.
—Ya se lo expliqué al Señor Wilson —dijo—, la casa lleva sin habitantes siete años.
—Ya te lo había dicho, mi vida —intervino Wilson en tono conciliador.
—Quizá sea por eso… —Kate parecía ensimismada.
—¿Ocurre algo, mi amor?
—No, solo que… la casa me parece algo lúgubre.
Wilson también lo había notado desde la primera vez que estuvo allí. En la atmósfera del lugar parecía flotar un aura húmeda, ominosa. Pero la había desechado, después de tanto tiempo sin personas que la habitaran, era posible que la humedad, el polvo y la soledad fueran las causantes de dicha impresión.
—Lo que necesita es ventilación y una lavada —apuntó el agente de bienes raíces. Wilson notó que el individuo desviaba la vista hacia una de las paredes, como si evitase darles la cara.
—¿No pudo hacerlo su empresa?
—Señorita, por el precio que la vendimos, habríamos obtenido pérdidas si le hubiésemos dado mantenimiento seguido.
Ésta vez Wilson ya no tuvo dudas: el hombre negaba darles la cara. Además, parecía nervioso. ¿Será que ocultaba algo? ¿O la belleza de su joven esposa lo incomodaba? A fuerza tenía que ser lo primero. Un agente de bienes raíces debía estar acostumbrado a tratar con centenares de personas, todas dispares, mujeres hermosas incluidas. Así que no, la cosa no iba por allí. El tipo trataba de reservarse alguna información. Como por inspiración divina, o satánica, la pregunta correcta asomó a la lengua de Wilson.
—¿Qué fue de los anteriores habitantes de la casa?
El cambio de expresión en el rostro del Señor Roman, mínimo e imperceptible para la mayoría de personas, no así para Wilson, fue suficiente para saber que iba por el camino correcto.
—Eso no tiene importancia. —La respuesta del agente fue evasiva.
—Para mí la tiene —decretó Wilson—. Tengo la intuición de que hay una historia detrás de todo esto.
—Bueno… —el hombre parecía indeciso. Una lucha interna debía estarse dando en esa cabeza gorda y redondita que poseía—. Les contaré lo que ocurrió con los últimos inquilinos, pero quiero que me prometan que no intentarán deshacer el contrato. Supongo que no son supersticiosos.
—No, no lo somos —o al menos Wilson no lo era.
—¿Qué tiene que ver el si somos supersticiosos o no? —Kate a veces era demasiado puntillosa.
—Ya sacarán ustedes sus conclusiones. —El Señor Roman volvió a componerse el nudo de la corbata, aunque a decir verdad no había nada que arreglar, estaba tan pulcro y tan bien puesto como podía estarlo—. Prométanme que el trato seguirá en pie.
Wilson ya había firmado un contrato por aquella casa, e incluso ya había alguien tratando de vender su anterior vivienda. Intentar deshacer un contrato sólo por lo que pudiera contarles el Señor Roman no era algo que pasase por su mente, además de que si lo intentaba seguramente le costaría dinero.
—Lo prometemos —dijo.