“El sótano”, dos palabras que de un modo escalofriante estremecieron el corazón de Wilson. El sótano les había parecido raro desde el primer momento, allí el aire se dejaba sentir más pesado y aciago, como si una nube oscura y maligna pendiera sobre él. En esos momentos había creído que se trataba por el exceso de humedad y polvo, ahora ya no estaba tan seguro.
“El sótano”, un lugar que su esposa había limpiado con más esmero que todo lo demás, el cual, a pesar de la lavada y las varias lámparas que se habían colocado en él, tenía un aura capaz de deprimir y hacer sentir funesta a cualquier persona. Si la anciana tenía razón debía ir allí, desmontar o romper las tablas del piso y escarbar hasta dar con los cuerpos de los dos niños. Tarea que no consideraba fácil, menos exenta de peligros.
—Voy a ir allí y buscaré los restos de los infantes —aseveró.
La anciana lo escrutó con ojos legañosos y Kate soltó un pequeño chillido.
—No, es peligroso —sentenció—. Creo que mejor deberíamos llamar a la policía.
Doña Rita soltó una pequeña risita. Una risa desdentada que provocó un pequeño escalofrío en Wilson. Era la primera vez que oía reír, aunque fuera de forma leve, a la anciana.
—¿Acaso creen que yo no he llamado a esos patanes para transmitirles mis sospechas? —dijo—. Lo único que he conseguido es que me tomen como la loca del barrio.
«Idea no tan descabellada», pensó Wilson.
—¿Entonces qué podemos hacer?
—¿Creen en Dios? —la anciana respondió una pregunta con otra pregunta.
—Sí —dijo Kate.
Wilson no estaba tan seguro. Aceptar como cierta la teoría de que existía un ser omnipotente, surgido quién sabe de dónde, con la capacidad de crear un mundo y millones de seres vivientes, no era algo que su mente pudiera asimilar así de fácil. Sin embargo, un mundo surgido de la nada, con un planeta situado casualmente en un lugar idóneo para que apareciese la vida, tampoco le parecía una hipótesis muy loable. Su opinión estaba dividida, aun así, respondió que sí.
—Entonces encomiéndense a él —dijo la anciana—. Lleven una Biblia, un rosario y agua bendita de ser posible. No sé si las sombras de esos muertos son cosa del Diablo, pero desde luego no están allí por voluntad de Dios.
٭٭٭٭٭٭٭
Por la mañana Wilson se sentía agotado, no había dormido siquiera una hora a pesar de que lo había intentado con esmero. Cada vez que cerraba los párpados veía una sombra que lo sujetaba con dos manos negras como un pozo sin fondo y de tacto más frío que el hielo, entonces abría los ojos para corroborar que sólo había sido su imaginación. En una ocasión se obligó a hacer caso omiso de la sombra y logró dormirse, pero soñó con la sombra y la pesadilla fue tan vivida que se despertó jadeando y con el corazón a mil por hora. Después no se había atrevido siquiera a cerrar los parpados.
Kate no presentaba un aspecto mejor. Se había acostado a su lado y había aparentado dormir, pero Wilson sabía que fingía. Si lograba que las sombras dejaran de aparecerse en su casa, entonces quizá pudieran tener paz. Aunque el hecho de que no sacara la escena de su mente quizá se debía a lo reciente del episodio, pero quién sabía.
Wilson estaba decidido a ir al sótano a desenterrar lo que fuera que hubiera allí. Sin embargo, no pensaba ir así como así. El problema era que no tenía nada de lo que valerse, ni herramientas, ni dinero para adquirirlas, ni Biblia o agua bendita, ni siquiera ropa para vestirse. Se encontraba inválido. Esas cosas sólo las obtendría si reunía el coraje suficiente para entrar en la casa.
Y eso fue lo que hizo. Kate se opuso rotundamente, e incluso suplicó que no fuera, que podrían conseguir lo que necesitaran por otros medios, pero Wilson ya había tomado una decisión. Incluso no podría ir al trabajo por causa de esas sombras, quizá hasta lo despidieran, aunque por un día de falta no creía que lo hicieran, aun cuando también solo había asistido una vez. Por eso debía terminar con ese asunto ese mismo día, cosa que quizá no podrían hacer si aceptaba el consejo de Kate y se ponía a buscar por otros lados lo que necesitaba para llevar a cabo aquella misión para nada deseada.
Se encomendó a Dios y entró a la casa con cautela. Las luces estaban encendidas y la escopeta de su difunto abuelo yacía tirada sobre la alfombra, era lo único que quedaba de testigo de que lo de la noche anterior había sido real. Kate lo miraba asustaba a pocos metros de la puerta, en compañía de doña Rita y su pareja de gatos.