Michael abrió lentamente los ojos. El despertador de su teléfono celular reproducía una canción en la mesilla junto a la cama. Alargó la mano. Lo apagó. Una sonrisa asomaba a sus labios. Había soñado con Joanne, su novia. En el sueño hacían el amor en algún motel del pueblo. Sonreía porque era estúpido. Joanne jamás accedería a acostarse con él. Iba a la iglesia y aseguraba que no se acostaría con nadie hasta haberse casado. Michael no tenía intenciones de casarse con ella, al menos no de momento, lo que hacía preguntarse si no estaba siendo idiota al seguir con ella. Entonces recordaba cuán enamorado estaba de la joven.
Pero la sonrisa no era solamente por el sueño.
Era su cumpleaños número dieciocho. ¡Por fin era un adulto!
Llamaron a la puerta. Michael imaginaba quiénes eran.
—Un momento —pidió.
Se vistió aprisa y quitó el cerrojo.
—¡Feliz cumpleaños, cariño! —gritaron al unísono su madre, su hermana y su hermanito. Todos con una sonrisa de oreja a oreja y sosteniendo un pequeño pastel entre los tres.
Era casi una tradición familiar aquel gesto. Acostumbraban llevar un pastel y un feliz cumpleaños a la habitación del cumpleañero. Con el tiempo había dejado de ser una sorpresa, pero no dejaba de ser un buen gesto.
Para culminar el ritual, Michael los invitó a pasar y comieron el pequeño pastel en su habitación. En su familia los cumpleaños no se celebraban con tromba. El pastel y el feliz cumpleaños era todo. A Michael no le desagradaba el método. No se hubiera sentido cómodo presidiendo una fiesta por su decimoctavo aniversario de vida.
Después del almuerzo, y tras darse un baño, Michael fue a buscar a su novia para ir a ver una película al cine y tomar un helado. Sabía que ese día, así como los anteriores, no conseguiría de su novia más que unos besos y unos abrazos, de modo que había apartado la tarde para ella y la noche para ir a tomar un par de cervezas con Kevin, su mejor amigo.
Aparcó el coche frente a la casa de los padres de Joanne, se bajó y llamó a la puerta.
—Hola, cumpleañero —saludó la madre de Joanne al abrir la puerta.
Michael sintió las mejillas encendérseles.
—Buenas tardes, señora —saludó a su vez, tratando de esconder el rubor—. ¿Se encuentra Joanne?
—Le diré que ya llegaste. Pero pasa, siéntate.
Como es típico en las mujeres, Michael esperó en la sala alrededor de media hora. ¿Por qué las mujeres tardan tanto en arreglarse? Mientras tanto se puso a jugar cartas con el hermanito menor de su novia. Era un chico muy simpático. Después de media hora tuvo que repetirse por enésima vez que la espera había valido la pena.
Joanne estaba radiante.
—Oye, pero si sólo vamos al cine, que yo sepa no nos han invitado a ninguna boda —bromeó.
—Me halagas —fue la tímida respuesta de Joanne.
La chica tenía dieciséis años, su cabello era lacio y castaño y sus ojos cafés. Ese día llevaba puesto un vestido celeste que resaltaba su esbelta figura, pero sin ser muy ajustado. Se sujetaba el cabello con una diadema del mismo color y que hacía juego con sus aretes y un pequeño collar. Estaba realmente hermosa… y sexy. Michael apartó la mirada de su novia y se concentró un momento en las cartas que tenía en las manos. Se puso de pie hasta que la erección desapareció.
—Nos vamos —dijo.
Siempre que estaba con ella tenía erecciones muy a menudo. Más en días como aquel en los que estaba más linda de lo normal. Ni que decir si le daba aunque sea un casto beso. La deseaba, esa era la razón. ¿Y qué había de malo en ello? Bien pensado, quizá esa tarde volviera a pedirle que tuvieran sexo.
Primero fueron al cine. Esa tarde, por ser su cumpleaños, tenía el derecho a escoger el film que quisiera. A él le gustaban los de acción, ciencia ficción y terror; pero como quería tener contenta a Joanne optó por una de esas de amor, una de esas que hace que la mayoría de chicos sientan ganas de vomitar. Joanne se la pasó de lo lindo. Michael no tanto. Fingía ver la pantalla, pero en realidad estaba más ocupado admirando el nacimiento de los firmes pechos de Joanne, y soñando con ver sus piernas más allá de donde el vestido lo permitía. Tenía erecciones a cada dos por tres. En esos momentos miraba a la pantalla, para que la erección bajara, esas películas eran capaces de eso y más. Pero al rato volvía, y la situación se volvía a repetir.