Cuentos de terror

El hijo de Emily

Era el primer cumpleaños de Julio, el hijo de Emily. Su cabello castaño y espeso, que casi le cubría las orejas lo hacían parecer un poco salvaje y mayor. Caminaba con soltura pese a su corta edad y desde hacía tres meses hablaba de forma clara. Pero sin duda su rasgo más llamativo eran sus ojos grandes, redondos y de pupilas negras, que refulgían como el ónice. Emily recibió ese día muchos halagos por causa de su hijo, aunque también descubrió que muchos miraban con suspicacia al pequeño.

Más tarde, cuando los invitados empezaban a irse, ocurrió lo que Emily tanto había temido: Julio se enfrascó en una pelea con otro niño. Charlaba de forma amena con una vecina cuando oyó los gritos de los infantes; pero no los gritos tradicionales de los pequeños, sino gritos estridentes y cargados de terror. Emily corrió a ver qué ocurría, pero Santiago, su esposo, se le adelantó, de modo que llegó antes a la escena. Cuando Emily se acercó, Santiago abrazaba a Julio y otros adultos atendían a un niño cuya sangre manaba de diversos cortes.

—¡Oh Dios mío! —Barbotó—. ¿Qué ocurrió aquí?

—¡Lo atacó! —chilló fuerte un infante de cuatro años.

—Y se transformó en un monstruo, con uñas y dientes —dijo otro.

El resto de niños no dijo nada durante un buen rato. Fuera lo que fuera que habían visto, los había dejado tan asustados que lo único que podían hacer era llorar y abrazarse a las faldas de sus progenitoras.

—¿Qué pasó aquí, Julio? —demandó Emily con seriedad.

Cualquier otro niño puede que ni siquiera hubiera entendido la pregunta, pero no era ese el caso de Julio, que respondió con calma y con voz extrañamente adulta.

—Me quitó mi rebanada de pastel —dijo Julio.

—Pero ese no es motivo para recurrir a la violencia —reprendió Emily—. Además, había más en la mesa.

—El problema no fue que me haya quitado algo —replicó el chico, sus oscuros ojos prendidos en ella—, el problema fue que después lo tiró.

El niño fue llevado al hospital, donde afortunadamente informaron que solo sufría de algunos rasguños. Santiago pagó la cuenta y Julio fue encerrado en su cuarto de juego sin permiso para salir. Lo más extraño de todo fue que ni el doctor supo decir con qué objeto el infante de un año había herido al otro niño. Julio se negó en redondo a decir ni una sola palabra sobre el asunto y el otro muchacho dijo que había usado dientes y garras, pero por supuesto eso no podía ser. Además, el afectado alegó que él no había robado nada, y Emily casi le creyó al no encontrar más tarde el pastel que según su hijo el otro muchacho había tirado.

Emily desconfiaba de su hijo, y sentía por él una especie de temor que se suponía una madre no debía sentir por su vástago. Pero no era un temor sin fundamento, no, era un temor que aumentaba día con día debido al comportamiento fuera de lo común del pequeño.

Había notado algo extraño en Julio desde las primeras semanas de nacido. Aquel cabello castaño, casi del color del fuego, no era normal en ninguna de las familias de los padres y le hacía recordar una pesadilla que tuvo hace algún tiempo. Tampoco eran del todo normales los ojos grandes y oscuros. Y cuando ese día hirió a un niño que le triplicaba la edad, Emily recordó con sobrecogimiento las varias veces que siendo un bebé Julio le había sangrado los hombros aparentemente sólo con los dedos.

Julio era un niño con tendencias peligrosas, de eso Emily ya se había percatado. Lo peor de todo es que las ponía en práctica. A la edad de diez meses atrapó a un ratón con las manos y le quebró el cuello. Emily lo había visto salir al jardín con el ratón en las manos, después vio como el infante amarraba el roedor al extremo de una cuerda y lo lanzaba a la acera de la calle mientras él cogía la cuerda por el otro extremo. Recordaba haber sonreído ante el ingenio de su hijo. Lo que Julio pretendía era atraer a un gato salvaje que se la pasaba en los contenedores de basura que había al otro lado de la calle. Cuando tras unos diez minutos el gato llegó cerca de Julio, en pos del ratón, el niño lo cogió y le quebró el cuello. Emily ahogó un grito de consternación y terror. Julio dejó gato y ratón en el jardín y regresó al interior de la casa.

También era aficionado a buscar lagartijas en las masetas, los setos y rosales. Pero no las buscaba porque quisiese ver la casa libre de alimañas y bichos, sino porque disfrutaba dando muerte a las pequeñas criaturas.




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