La primera vez que Richard escuchó La voz no le prestó gran atención. Se le hacía tarde para llegar a su trabajo y no encontraba las llaves del auto. Le gritó varias veces a su mujer si había visto las condenadas llaves, pero o no lo escuchaba o no sabía nada porque no le respondió.
—Busca en el bolsillo trasero del pantalón tirado en el cesto —le dijo.
—¿En el pantalón? ¿Qué demonios puede…? ¡Oh mira, aquí está! Gracias.
Tomó su maletín a la carrera, le dijo adiós a su esposa en la cocina y salió pitando a su trabajo. Sólo cuando estuvo a mitad de camino pensó en lo que había ocurrido. Frenó de golpe y por poco lo choca el auto que venía tras él.
—¡No fue mi esposa! —Exclamó— La voz que me dijo dónde estaban las llaves no era la de mi esposa.
Pero entonces se puso a meditar en lo absurdo de su elucubración y se dijo que sí tuvo que haber sido su esposa. Aun así, la voz había sido completamente extraña: grave, masculina, clara y autoritaria. «Por las prisas debo haberme confundido», se dijo. Pensando en que todo había sido producto de su imaginación, puso en marcha de nuevo el coche y fue a su trabajo. Cuando esa noche le preguntó a Carol, su esposa, si ella le había dicho dónde encontrar las llaves esa mañana y ésta le dijo que no, simplemente pensó que había sido un suceso muy curioso.
*****
Esa fue la primera vez que Richard escuchó La voz, mas no fue la última. La siguiente ocasión que la escuchó fue una semana más tarde, cuando por causa del trabajo olvidó la fecha de su segundo aniversario de bodas. Pero La voz se lo recordó e incluso le dijo lo qué quería Carol de regalo. Richard hizo caso a La voz, más por prisas que por convencimiento, y el resultado fue una esposa feliz y un Richard meditabundo. ¿Qué era esa voz? ¿Algún demonio, algún don, qué?
A partir de ese día Richard empezó a escuchar la voz venida del aire más a menudo. Muy pronto ya no era sólo una voz sin emisor aparente, sino que era “La voz”. Daba consejos a Richard y le ayudaba con las cosas perdidas. También había ocasiones en las que le decía los pensamientos de las otras personas, y tras algunos juegos de psíquico, Richard comprendió que era verdad. Le decía lo que esperaban los demás de él y cómo eran sus estados de ánimo. Pronto La voz se convirtió en un elemento permanente de su vida.
Las cosas se complicaron un poco cuando la voz accedió a hablar con él. En un principio sólo le decía cosas, y cuando Richard le preguntaba cómo es que sabía esas cosas, que quién era, el silencio era la única respuesta que obtenía. Lo que le hacía preguntarse si después de todo no eran imaginaciones suyas. Pero La voz, aunque no le respondía, siempre volvía y Richard no tardó en convencerse de que era real.
La primera vez que le habló no fue una gran charla. Es más, Richard creía que le habló sólo para arrancarle algunas dudas y terminar de convencerlo de que era algo real.
Se encontraba en una joyería, tratando de hallar algo para su joven esposa. De pronto las alarmas se encendieron y los empleados acusaron de la pérdida de un anillo de diamantes. Nadie entraba y nadie salía. La policía llegó enseguida.
—Fue él —le dijo la voz—, el de chaqueta negra. Ése que parece tan tranquilo.
Richard observó al que La voz le indicaba. Era un adulto joven, unos años menor que él. Alto, delgado, bien vestido, en definitiva, no parecía alguien que necesitase robar.
—¿Estás segura? —preguntó.
Algunas personas se le quedaron viendo de forma rara.
—Seguro —corrigió La voz—. Estoy seguro.
—No parece un ladrón.
—Los buenos ladrones no parecen ladrones. Atrápalo antes de que escape.
—¿Escapar? —Richard dejó escapar una risita—. Estamos encerrados.
—Escapará metiendo el anillo en el bolso de la señorita de al lado. No podemos permitir eso ¿cierto?
—Cierto.
Richard, bastante inseguro, le dijo a un policía que había visto al hombre hurtar el anillo. La policía lo registró, el anillo estaba con él. Se lo llevaron y le dieron las gracias a Richard. Fue la última vez que Richard dudó de La voz.