Cuentos de terror

Matando al demonio

Mi mujer es un demonio. No hablo en sentido figurado, sino literalmente. ¿No me creen verdad? Ya se darán cuenta de lo que digo es verdad. No obstante, es el demonio más hermoso que existe en el mundo. O al menos así lo creo yo. Es alta, de rostro alargado y sin mácula y su cabellera tan negra como la noche sin luna. Sus ojos son negros, profundos, cautivadores, un portal al mismísimo infierno. Y qué decir de su cuerpo y piernas torneadas… bueno, mejor no sigo, mi objetivo no es provocarles envidia o encender vuestra lascivia.

Su nombre es Britany, su nombre terrenal al menos. Su verdadero nombre es una retahíla de letras que nunca he logrado pronunciar, ni lograré. La conocí hace siete años y nos casamos hace seis. Pero no descubrí que era un demonio, un sirviente del diablo, hasta hace un año apenas. Ese día resolví escapar de ella. No lo logré. Y puesto que es un esfuerzo en vano también resolví hace mucho no seguir intentándolo. Siempre me encuentra. Pero no me maltrata. Todo lo contrario, me sonríe, me besa, me dice que se ha divertido pero que es hora de regresar a casa. Al rato estoy con ella en la cama, abrazados, pensando en qué voy hacer. Aterrado. Aunque a veces no tanto.

La verdad es que no es tan mala, y, ahora que lo pienso bien, la amo tal como es. Pero amo más mi alma, y sé que a menos que me desligue de ella, al término de mi vida, estaré en lo más profundo del infierno, en lugar de una morada de luz y paz en el cielo.

De modo que he resuelto que la única manera de librarme de ella es asesinándola. Y creo que ha llegado la hora de llevar a cabo ese acto. Perdóname mi amor, pero es por la salvación de mi alma.

Son las ocho de la noche y en la tv transmiten el noticiero. La verdad es que no le estoy prestando demasiada atención. Ni al noticiero ni a la cacofonía de ruidos y voces que provienen del ático, santuario de oración y hechicería de mi mujer. Son voces a veces sibilantes, a veces agudas. En ocasiones escucho risas, carcajadas y uno que otro sollozo. Pero el sonido más característico de esas sesiones son los cantos, una especie de salmodio lento, ora bajo, ora alto, atrapante. Por eso no le presto atención, son capaces de arrastrarme a una especie de trance en el que veo visiones de un horror innominable; mi futuro hogar a menos que haga algo.

Pero lo peor de todo no son las voces, ni las risas, ni el llanto, ni los salmos, no, lo más horrible es la sangre, y las fuentes de la que es extraída. Cada luna llena mi esposa se tiene que cargar a alguien para hacer esos ritos tan horribles. Sangre humana por supuesto. Lo ven, por eso también la tengo que asesinar, no sólo por salvar mi alma sino para salvar a cientos de vidas humanas.

Cambio de canal en la tv, sólo por fingir que hago algo, y me tomo una cerveza para controlar mis nervios y mi miedo. Si no consigo matarla, bien muerta, temo que por fin se harte y me asesine ella a mí, eso también sería terrible. Britany dice que me ama, que no me haría daño, pero igual, es un sirviente del mal, no puedo esperar obtener clemencia siempre.

Dan las nueve y luego las diez. El televisor sigue encendido, ahora mostrando un partido de baseball. No sé quiénes juegan, ni me importa. Arriba, en el ático, las voces se han apagado, no así el canto. Éste no cesará hasta la medianoche. Es entonces cuando yo tendré que actuar. El momento se acerca. Estoy más nervioso que nunca, a pesar de que cuatro latas vacías de cerveza adornan la mesita de noche.

El reloj de pared da las once. A las cuatro latas se han unido otras tres. Empiezo a sentirme mareado, de modo que decido no seguir con las cervezas. Allá arriba casi no se oye nada, pero si aguzo el oído sé que aun oiré una suave letanía, casi inaudible. Britany debe estar empezando a quedarse sin energías, el hechizo le consume las fuerzas.

Afuera una brisa helada y susurrante recorre el jardín, agita las persianas y golpea los postigos. No es una brisa normal, bien que lo sé yo. La luna llena casi está en su cenit. Pronto serán las doce, pronto será la hora.

Pero antes de que den las doce debo presenciar otros horrores, así como los presencié cuando empezó el hechizo. No entiendo bien cómo, pero Britany abre una especie de portal al caer el sol, de él sale un millar de diablillos y demonios menores a hacer sus fechorías. Unos sólo implantan pesadillas en las mentes más débiles, otros provocan locura o asustan a algunos desdichados. Pero también los hay que asesinan, ésos son los que más miedo me inspiran. No me tocan porque Britany se los ha prohibido. Pero ¿qué pasará cuando ella se canse de mí y les de su consentimiento? Tiemblo sólo de pensarlo.

Falta un cuarto para las doce y los primeros esbirros de mí esposa empiezan a regresar. Con ellos traen frío, miedo e ira. Las puertas de la casa se abren y algunos vidrios de las ventanas vuelan, es un espectáculo horrendo al que aún no me acostumbro. No puedo reprimir un temblor. Afuera son invisibles, pero adentro se materializan. En una ocasión traté de fotografiarlos, pero cuando revelé la cinta no había nada en ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.