EL MARCO DORADO
Ta y su hermana Min se lanzaron emocionadas escaleras abajo cuando escucharon que su mamá regresaba. La Sra. Kanda había estado en Bangkok para visitar al abogado de la familia y había bastantes posibilidades de que les trajera un regalo.
—Bueno, niños —dijo, cuando los dos corrieron hacia ella.
—. Puedo ver por sus caras que están esperando un regalo y no deberían hacerlo. El abogado dice que ya es hora que empecemos a vivir según nuestras posibilidades. Es un hombrecito horrible e impertinente, pero hasta que las circunstancias no cambien, debemos hacer lo que nos dice.
—¿Somos pobres, mami? — preguntó Min.
—Claro que no somos pobres, Min —dijo Ta —. No seas tonta.
—Pobres no —dijo su mamá, entregándole el abrigo a Yue, la criada —. Pero estamos lejos de ser ricos, mis niños; lejos de ser ricos.
—¿Qué es esto, mami? —dijo Min, levantando un bulto recostado contra la pared. Ta observaba emocionado; quizás su mamá les había comprado algo después de todo.
—Oh, eso —dijo su mamá con un suspiro—. Bueno, su tía insistió en que la acompañara a una pequeña subasta para ayudar… para ayudar… bien, para ayudar a unos pobres desafortunados que tienen mayores necesidades que nosotros y, bien, terminé con esto —rasgó un extremo del paquete y les mostró un adornado marco dorado.
—La verdad fue una ganga —dijo su mamá—. Valió la pena sólo por el valor del marco. Pero, niños, tienen que dejarme seguir. Tengo una cantidad de cosas por hacer antes de la comida y en realidad necesito una siesta. Hablar de ahorrar dinero lo cansa a uno mucho. Cuando su madre se fue, Ta apretó los puños y pateó el piso, soltando entre dientes una queja por la compasión de su madre.
—¿Cómo pudo gastar nuestro dinero en esa basura? Ni siquiera pudo recordar para quiénes fue la subasta. Nuestro dinero con seguridad fue a dar donde una gente horrible que es pobre sólo porque no quiere trabajar. El papá de Sunny dice que Bangkok esta llena de esta gente. Yue hizo un gesto de desaprobación y sacudió la cabeza.
—Tu mamá es una mujer muy buena —dijo—. Deberías avergonzarte.
—¿Cómo te atreves a criticarme. —siseó Ta —. Supongo que crees que es bastante divertido que nos volvamos pobres.
—Tú no conoces el significado de ser pobre —dijo Yue. Ta abrió la boca para replicar, pero Min la interrumpió.
—Deja a Yue tranquila, Ta —dijo —. No es culpa suya que mamá no nos hubiera comprado un regalo.
Justo en ese momento reapareció su mamá. Tenía una curiosa mirada de complicidad en la cara y Ta estuvo seguro de que había estado escuchando. Levantó el paquete y terminó de rasgar el resto del envoltorio. Ta lo miró suplicante y le pidió si podía ver. Dentro del marco dorado había un viejo retrato fotográfico de estudio. Se trataba de un niño de su misma edad con el pelo negro y con una sonrisa como la de la Mona Lisa. Qué diablos había poseído a su mamá para comprar semejante cosa.
—¿ Yue, serías tan amable de colgarlo por mí? Puede ir allí en lugar de esa aburrida acuarela.
Ta recordó que su mamá había comprado esa aburrida acuarela en una subasta similar el año anterior.
—Por supuesto, señora. —Gracias, Yue.
Después de esto, su mamá se retiró a dormir la siesta. Yue se dispuso a descolgar la acuarela y a reemplazarla por la fotografía, dirigiéndose después hacia la cocina una vez terminó de hacerlo. Min dijo que iba a terminar una carta que estaba escribiendo a su abuela y subió las escaleras.
Ta quedó solo en el vestíbulo indignado contra todos los de la casa, cuando escuchó un susurro cercano. Miró alrededor, pero no había nadie. Entonces descubrió que el ruido parecía venir de la fotografía en el marco dorado.
—Aquí —dijo la foto con toda claridad.
El corazón de Ta dio un salto y se echó para atrás hacia el otro extremo del vestíbulo, dándose un doloroso golpe contra la mesa. El niño en la fotografía se rio.
—No tienes por qué asustarte — dijo.
—¿Qui…qui…quién eres tú? — tartamudeó Ta.
—Seré tu amigo —dijo el niño—. Si me lo permites.
—¿Mi amigo? — Ta frunció el ceño—. ¿A qué te refieres? Eres una fotografía y yo debo estar soñando o con fiebre o algo —y se puso la mano en la frente. El niño en la fotografía volvió a reír.
—Tengo el poder de otorgarte tres deseos —dijo—. Debe haber algo que desees.
—Debo estar soñando —murmuró Ta, pellizcándose—. Debe ser un sueño.
—¿Qué haces? —preguntó una voz a su espalda, haciéndola saltar. Era Yue.
el niño en la fotografía volvió a ser sólo una foto.
—No estaba haciendo nada — contestó de inmediato Ta —. En todo caso puedo hacer lo que quiera. Esta es mi casa.
—Esta es, creo, la casa de tu madre —dijo Yue, sonriendo y regresando a la cocina.
—¿Entonces? —dijo el niño en la fotografía—. ¿No hay nada que desees?
—¡Quisiera que esa estúpida de Yue me dejara tranquilo! —dijo Ta
entre dientes.
Tan pronto como pronunció estas palabras sintió una curiosa sensación, como si hubiera habido un cambio repentino de presión en el aire. Se sintió mareado y puso la mano en la baranda para no caerse. Parpadeó un par de veces para volver a enfocar, pero vio que la fotografía quedaba de nuevo estática. Chasqueó los dedos en frente del rostro del niño, pero nada se movió.
Ta soltó una risita nerviosa. Quizás se estuviera enfermando, después de todo. ¿Podía realmente haber alucinado toda la cosa? Sacudió la cabeza y parpadeó una vez más. La idea de haber sido un truco de su mente le pareció de inmediato más fácil de creer que la de que le hubiera hablado en efecto una fotografía. Volvió a soltar una risita.
Días más tarde, la familia estaba comiendo cuando sonó el timbre. Los dos niños se miraron sorprendidos. Nadie nunca timbraba a esta hora. Su mamá frunció el ceño y se puso de pie, retorciendo la servilleta con nerviosismo.
—¿Quién podrá ser? —dijo. Yue había abierto la puerta y pudieron escuchar los murmullos de una conversación en el vestíbulo. La Sra. Kanda salió del comedor y los niños, después de intercambiar una mirada de sorpresa, la siguieron. Se encontraron con Yue llorando. La puerta estaba abierta y había dos hombres de mirada seria con abrigos oscuros parados a la entrada, con un policía detrás de ellos, mirando hacia la calle.
—¿Qué diablos está sucediendo? — preguntó su mamá—. ¿Qué significa todo esto? ¿ Yue? ¿Qué sucede?
—Me temo que la Srta. debe venir con nosotros, señora —dijo uno de los hombres de mirada seria. A Ta le tomó un instante comprender que se refería a Yue.
—¿Ir con ustedes? —dijo la Sra. Kanda—. Pero ¿por qué? Realmente debo protestar…
—Por favor —dijo Yue —. Será mejor que me vaya. Usted ha sido muy buena, señora. No quiero que se meta en problemas por mi culpa.
—Hágale caso, señora —dijo el otro hombre—. Ella no tiene los papeles en regla y debe irse. Sólo se causará problemas a usted misma si interfiere.
—¡ Yue! —gritó Min y corrió a abrazar a la criada. Yue había dejado de llorar. Abrazó a Min y le lanzó una dura mirada a Ta.
—Por favor, señora —dijo Yue —. No intente ayudarme. Tiene que cuidarse usted misma.
—Mi pobre muchacha —dijo la Sra. Kanda, abrazándola. Con esto, los hombres se llevaron a Yue y la metieron en el auto que los esperaba. Desaparecieron en pocos segundos.
Cuando su mamá estaba arriba consolando a Min, Ta permanecía escondido en el salón de la entrada, dándose ánimos suficientes para entrar solo al vestíbulo.
—¿Has venido para pedir otro deseo? —le dijo la fotografía.
—No era mi deseo que se llevaran a Yue —dijo Ta —. Sólo estaba pidiendo que me dejara tranquilo. No es mi culpa que se la hayan llevado. El niño en la fotografía sonrió.
—¿Y tu segundo deseo? A Ta no le gustó la manera como le habló la foto. Era casi como si lo culpara, pero había decidido no decir nada. Después de todo, si podía conseguir por intermedio de el cualquier cosa que deseara, Ta difícilmente se iba a poner a discutir con el, pero en esta ocasión iba a pedir algo mucho más útil que la ausencia de una criada irritante.
—Desearía que fuéramos ricos — dijo Ta, levantando una ceja de la misma forma imperiosa que le había visto usar a su amiga Sunny con el mismo propósito. No hubo ninguna respuesta por parte del niño. De hecho no hubo ninguna señal de que la fotografía hubiera sido otra cosa que simplemente eso: una fotografía. Ta se retiró y espero a ver qué sucedía.
Pasaron los días pero nada cambió. Ya se había dado casi por vencido de ver que su deseo se cumpliera cuando el teléfono timbró una lluviosa tarde de sábado. La mamá de Ta le daba la espalda cuando contestó y pareció perder el equilibrio en un momento, la mano agarrándose al borde de una silla. Colgó el auricular y permaneció, la cabeza baja, un rato en silencio.
—¿Mamá? —dijo Ta.
La Sra. Kanda se dio la vuelta para mirar a su hijo, con lágrimas en los ojos.
—Ve a buscar a Min, querido — dijo.
Ta hizo lo que le pedía y su mamá los llevó a los dos al salón de la entrada.
—Es la abuela —dijo—. Sean valientes, mis niños. Temo que… Lo siento, pero la abuela ha muerto. La noticia golpeó especialmente fuerte a la Sra. Kanda, dado que llegaba demasiado pronto después de la deportación de Yue. Su suegra pudo haber sido una mujer fría y había — utilizado la promesa de su dinero como una especie de arma, pero había sido el último lazo para la Sra. Kanda con su amado esposo, quien había muerto hacía mucho tiempo y sus hijos apenas si lo recordaban. Ta quedó con una sensación de frío.
Más tarde, cuando Min y Ta se encontraban solos, Min dijo cortante:
—¡A ti nunca te gustó la abuela! —
—Yo a ella nunca le gusté —replicó Ta.
Min sacudió la cabeza con desespero.
—No harás que me sienta culpable —dijo Ta —. Siento que la abuela se haya muerto, pero no voy a fingir, como otras, sentirme triste. Min respiró profundo y le dio una fuerte cachetada a Ta con toda la fuerza posible. Fue un golpe violento y le encendió la cara a Ta, aguándole de inmediato los ojos y tumbándolo de lado sobre la cama. Cuando volteó a mirar, Min se había ido. Se frotó la mejilla y apretó los dientes.
—Estoy harto de ella —murmuró—. Desearía poder tener mi propio cuarto. La palabra «desear» resonó en su cabeza. ¿Había realmente deseado la muerte de su propia abuela? No. Su deseo había sido que la familia fuera rica, eso fue todo. Era cierto, la muerte de su abuela significaba que ahora eran ricos, pero difícilmente era culpa suya. No podían culparlo de la forma como sus deseos se hacían realidad. Cuando volvió a levantar los ojos su mamá estaba parada en la puerta.
—Mi adorado Ta —dijo su mamá con algo más que un indicio de sorpresa en la cara y la voz—. Dios, pero si estás llorando, mi amor.
—Sí, mamá —dijo—. Pobre la abuela.
—Ahora está con los ángeles, Dios bendiga su alma —dijo su mamá.
—¿Cómo murió, mamá? —preguntó Ta, sentándose. Su mamá apartó los ojos por un momento, apretando y soltando los dedos.
—Tuvo una caída, cariño —dijo—. Le había advertido muchas veces sobre esas escaleras pero ella no… La mamá de Ta cerró los ojos y suspiró hondo. Cuando los volvió a abrir una lágrima le rodaba por la mejilla. Ta se levantó de la cama y corrió donde ella, abrazándola. Su mamá le acarició el pelo y Ta la abrazó más fuerte, contento con esta nueva cercanía entre los dos. Quizás no era demasiado tarde para enmendar las cosas. Ta había saboreado por un instante lo que se sentía ser alguien bueno, ser Min, y le había gustado. Tal vez no era demasiado tarde para cambiar.
Min regresó un poco más tarde al cuarto y encontró a Ta aún sentado en la cama donde lo había dejado. Para su sorpresa, Ta abrió los brazos y le dijo que lo sentía.
—¿Podrás perdonarme alguna vez, Min?—le pidió.
—Claro que sí —dijo Min, abrazándolo—. Eres mi hermano y no debí haberte golpeado.
—Me lo merecía —dijo Ta —. He sido detestable. Desde hace tiempo he sido detestable pero voy a cambiar, Min, lo prometo. Los dos se abrazaron con fuerza hasta que Min dijo que se sentía cansada y se recostó en la cama. Ta se sentó a su lado, acariciándole el pelo hasta que se durmió.
De repente Ta se dio cuenta de un ruido agudo; un ruido que le tomó un tiempo identificar como el timbre. El cuarto pareció oscurecerse de repente. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí sentado? Caminó como en sueños hasta el rellano de las escaleras para ver a Neul, la nueva criada, abrir la puerta. Ta miró hacia abajo mientras Neul, con gesto muy serio, iba a buscar a la Sra. Kanda, dejando a dos hombres de aspecto severo parados en la entrada.
La mamá de Ta se dirigió hasta la puerta y, después de una larga conversación, les indicó a los hombres la sala de estar. Ta bajó las escaleras en puntas de pie. Se preguntaba quiénes podían ser esos hombres, pero fue sólo por un segundo. No importaba. Nada importaba. Esperó en el vestíbulo y se deslizó hasta el marco dorado. Sabía exactamente cuál sería su deseo. Se paró frente al niño y este le sonrió.
—No te ves muy contento —le dijo el niño.
—Deseo —dijo Ta, sin prestar atención al niño—, deseo que todo sea como era antes de que mi mamá te trajera de la subasta.
Ta cerró los ojos una vez pronunció su deseo, pero los abrió casi de inmediato cuando escuchó que el niño soltaba una risita.
—Te ves ridículo —dijo.
—¿Por qué no has cumplido mi deseo? —dijo Ta, frunciendo el ceño.
—Ya te he otorgado los tres deseos, como lo prometí —dijo el niño.
Como el resplandor de un rayo que estallara en su cabeza, Ta recordó su deseo de tener un cuarto sólo para el y un grito atravesó toda la casa, manteniéndose suspendido en el aire como el humo de un disparo. La puerta de la sala se abrió de repente y uno de los hombres salió corriendo, seguido por la Sra. Kanda. Subieron atropelladamente las escaleras mientras Neul aparecía en el rellano, gritando de nuevo y señalando de manera histérica. El segundo hombre permaneció al lado de Ta con una extraña expresión en la cara, las manos apretadas y los músculos de la quijada crispados.
Ta pudo escuchar ruidos de pasos y voces apagadas saliendo del cuarto suyo y de Min. ¿Por qué gritaba así esa tonta criada? Se puso las manos en los oídos. Después vio la fotografía en el marco dorado. Entonces de repente comprendió con claridad lo que tenía que hacer si quería mantener su promesa a Min; si en realidad iba a convertirse en una mejor persona. Ta salió corriendo y agarró la fotografía, estrellándola contra la baranda. El golpe dejó a la criada en silencio. La mamá de Ta quedó inmóvil al final de la escalera y vio a su hijo parado en el vestíbulo, el marco de oro en sus manos y trozos de vidrio esparcidos por el piso.
—Ya es suficiente, Srta. Kanda — dijo el hombre al lado de la mamá de Ta.
—. Sargento, por favor asegúrese que no se haga daño.
—¿Sargento? —preguntó Ta, cuando el hombre dio un paso, elevándose sobre el amenazante.
—.¿Mamá? ¿Quiénes son estos hombres?
—Son policías —dijo la Sra. Kanda, con el cuerpo tembloroso, el rostro blanco como la tiza, los dedos cerrándose una y otra vez en forma de puño.
—. Ta —dijo, la voz seca y áspera—. ¿Qué has hecho? ¿En nombre del cielo qué has hecho? Estos hombres han venido a decirme las cosas más terribles y ahora… ahora tu hermana Min es…
—¿Yo? —preguntó Ta —.Nada, mami. Fue la fotografía. Era malvada y la destruí.
—¿Cuál fotografía? —preguntó su mamá, bajando las escaleras hacia el —. ¿De qué estás hablando?
—¡La fotografía! —dijo Ta, poniéndose furioso. Su mamá podía ser a veces muy irritante.
—. La que trajiste de esta estúpida subasta. De alguna forma todo esto es culpa tuya, mamá. Si no hubieras sido tan…
—Pero si yo nunca traje ninguna fotografía —dijo su mamá—. Compré un espejo.
Ta observó a su mamá con total confusión y después bajó los ojos, hacia las docenas de trozos rotos de vidrio que lo reflejaban. No había ninguna fotografía. Nunca hubo ninguna fotografía.
Cayó en cuenta del hecho en el mismo instante que los dos hombres se acercaron para agarrarlo, tomándolo de las muñecas y obligándolo a soltar el marco dorado al piso. Mientras lo llevaban afuera empezó a recordar.
Había sido el quien había enviado la nota a la policía revelando que Yue no tenía los papeles en regla para permanecer en el país. Había escuchado a su mamá y a Yue hablar sobre el asunto.
Recordó, también, cómo había ido a visitar en secreto a su abuela, entrando por la puerta del jardín y haber persuadido a la mujer para que le mostrara algo en su cuarto, empujándola después por las escaleras y escapándose de la casa antes de que alguno de los sirvientes se diera cuenta de que el había estado allí… o así lo había creído. Pero un vecino lo había visto y había llamado a la policía.
Recordó sostener la almohada contra la cara de Min y de cómo las manos de su hermana buscaban ciegamente sus brazos para agarrarlos, tratando de zafarse, hasta que perdieron fuerza y quedaron tendidas sin vida a cada lado.
A Ta no lo colgaron por estos crímenes como se suponía. Se decidió que no poseía la suficiente sanidad mental para ser clasificado como asesino. La herencia de su mamá se invirtió para proporcionarle el mejor cuidado en el mejor de los asilos y se cumplió así el último deseo de Ta. Tuvo un cuarto propio por el resto de su vida.
Editado: 01.10.2024