Tío Tankhun se echó hacia delante, la luz de la chimenea danzando en sus ojos, sonriendo de forma un tanto inapropiada considerando los terribles hechos de la historia que acababa de contar. Volteé a mirar hacia el marco dorado que colgaba en la pared. Si mi tío de verdad creía que ese marco estaba maldito de alguna manera. —que este marco era en realidad el mismo marco de la historia y que la historia era verdadera—, entonces ¿por qué razón decidió tenerlo en la pared de su estudio? Me dije que el marco revelaba más sobre el estado irracional de la mente de mi tío que del objeto en sí, pero aún así dejé de mirar el marco dorado, sin deseos de volverlo a ver. Me chupé los labios, sentía la boca extrañamente seca, y mi tío me ofreció otra taza de té, que acepté agradecido.
Todo este té, sin embargo, tuvo su inevitable efecto y me excusé para ir a visitar el baño. La verdad, nunca me sentía con muchos deseos de salir del estudio de mi tío solo y aplazaba estas visitas hasta el punto de infringirme algún tipo de desgracia y de salir casi corriendo por el oscuro corredor hacia lo que mi tío siempre llamaba el «cuarto de baño».
Tío Tankhun me ofreció una linterna para iluminar el camino, por supuesto, pero a pesar de que dispersaba algo de la oscuridad frente a mí, siempre estaba demasiado consciente de la horrible negrura a mi espalda. Y tampoco me sentía mucho más seguro encerrado en ese baño estrecho. Había un hueco en el lavamanos que siempre encontré perturbador, teniendo siempre la tonta impresión de que algo se asomaba hacia fuera y se replegaba en las sombras cuando yo miraba hacia abajo. Una inmensa telaraña ocupaba a perpetuidad una de las esquinas del techo, aunque nunca había visto a su tejedora.
Tan pronto como terminé y me lavé las manos lo mejor que pude bajo el agua marrón que salía de las llaves de mi tío, me dispuse a abrir la puerta — siempre me aseguraba de que el seguro quedara puesto por completo— y hacer el recorrido de vuelta con la misma urgencia que el de venida. Pero cuando estaba punto de quitar el seguro, la manija de la puerta recibió una vigorosa sacudida desde afuera.
El ruido y el repentino movimiento de la manija me asustaron tanto que casi caigo de espaldas sobre el asiento del sanitario.
—¿Hola? —dije—. ¿Tío? De nuevo la manija recibió otra sacudida y la puerta fue jalada con tanta fuerza que temí que el seguro no aguantaría.
—¿Arm? —dije—. Salgo en un momento.
Siguió una prolongada pausa de silencio durante la que presioné la oreja contra la puerta para tratar de detectar algún movimiento afuera. No podía decir con exactitud qué era lo que más me perturbaba: los zarandeos de la puerta o el hecho de que pareciera algo incorpóreo. Lo único que sabía era que no podía permanecer en el baño para siempre. Solté el seguro y abrí la puerta. Me asomé nerviosamente, miré primero a un lado del largo corredor y después al otro. Hasta donde podía ver —que no era mucho— no había nada a la vista. Salí y empecé a caminar rápido en dirección al estudio de mi tío. A pesar de lo ridículo que puede sonar, me asaltaba de manera permanente el extraño temor de perder la dirección en aquella casa. La sensación de tener este presentimiento se intensificaba por el hecho de verme perseguido por el lúgubre ruido que salía de las viejas tuberías de la casa cuando tiraba de la cadena de esa cisterna inmensa y grotescamente adornada.
Me veía perseguido a lo largo del corredor por un ruido que sonaba como si un animal grande estuviera atrapado en una especie de máquina impulsada por vapor. La enorme sombra que yo creaba parecía correr detrás de mí, tratando de sobrepasarme a medida que iba más rápido y un ruido como de pasos a la carrera —que tal vez fuera Arm, aunque nunca me di la vuelta para verificar— resonaba en el corredor, como si algo corriera de arriba abajo por las paredes. Me precipité un poco abruptamente de regreso al estudio de mi tío, jadeando de alivio.
—¿Está todo bien? —preguntó tío Tankhun.
—Sí, tío —dije—. Por supuesto. Pero, parecía haber alguien tratando de abrir la puerta del baño.
—¿En este momento? —preguntó mi tío, mirando fijamente hacia la puerta del estudio y frunciendo el ceño—.
¿Viste a alguien, Venice?
—No, señor —dije—. Imaginé que era Arm.
Tío Tankhun asintió. —Pudo haber sido él.
—Después de todo, señor —agregué —, usted dijo que nos encontrábamos solos en la casa.
—¿Lo dije? —murmuró tío Tankhun.
Dejé la linterna sobre la pequeña mesa al lado de la puerta y estaba a punto de unirme a mi tío al lado de la chimenea cuando descubrí algo que no había visto antes: el dibujo enmarcado de algún paisaje extranjero a plumilla y tinta. Se trataba del tipo de dibujo que arrastraba la atención de uno y mi tío se unió a mi examen de su virtuoso sombreado.
—Ah —comentó mi tío—. Es un Akkarachotsopon
. El nombre no significaba nada para mí, pero levanté las cejas e intenté mostrarme impresionado.
—¿Sobre qué es el dibujo? —Un pequeño pueblo en el sureste de Turquía. ¿Has estado en Turquía, Venice?
—No, tío —dije. No había estado en otro lugar que de ida y regreso del colegio, y aunque mi tío ya debía saberlo, me gustaba mucho la manera como siempre lo preguntaba.
—Bueno, deberías ir —dijo—. De verdad tienes que ir. ¿No tiene tu papá ningún interés en viajar?
—Le gusta ir a pescar — dije después de un momento de reflexión
—. Pero nunca me lleva. Dice que me aburriría.
—Y con seguridad tiene razón — dijo tío Tankhun insinuando una sonrisa.
—¿Usted aún viaja, señor? — pregunté. Tío Tankhun sacudió la cabeza.
—No, Venice —contestó—. Solía hacerlo, hace mucho tiempo. Pero ahora debo permanecer aquí.
Parecía algo extraño de decir: que él debía permanecer en esa casa. Siempre se me había ocurrido que mi tío era un hombre con algo de dinero y no podía imaginar qué cosa podía evitar que saliera. Pero entonces me pregunté si se refería a algún tipo de condición médica que yo ignoraba. Posiblemente explicaría bastante sobre su curioso comportamiento. Empecé a preguntarme si habría sido él quien sacudió la manija de la puerta del baño.
—¿Se encuentra usted bien, tío? — pregunté.
Para mi enorme sorpresa, después de un silencio inicial mi tío estalló en un sostenido ataque de risa. No podía imaginar por qué razón lo que había dicho le había causado a mi tío semejante risa desenfrenada y esto sólo sirvió para confirmar mi sospecha de que su mente estaba perturbada.
—Piensas que estoy loco, ¿cierto, Venice? —dijo, Tomándome por sorpresa por su aparente acceso a mis pensamientos.
—No, tío —dije sin mucho convencimiento—. ¿Está cansado, quizás?
Tío Tankhun hizo una mueca.
—Sí, Venice —contestó casi sin respiro—. En efecto estoy muy cansado.
—¿Voy a buscar a Arm? —sugerí, dirigiéndome hacia la puerta.
—¡No! —dijo tío Tankhun enérgicamente, agarrándome del brazo —. A Arm no le gustan… las visitas.
Me soltó del brazo y no supe qué era lo más conveniente de hacer. Tío Tankhun me miró y suspiró.
—Mis disculpas, Venice —dijo con una débil sonrisa—. No fue mi intención asustarte. ¿Por qué no nos sentamos un rato frente a la chimenea?
—Claro, tío —dije y cada uno regresó a su silla respectiva.
Permanecimos sentados en silencio, el fuego jadeaba y silbaba, el reloj seguía con su tictac. Mi tío empezó a tamborilear con sus largos dedos de forma rítmica y yo reprimí un bostezo.
—Ya que estamos aquí, Venice — empezó a decir de repente, haciéndome saltar—, te puedo contar algo sobre ese dibujo.
—¿Del dibujo en la pared? Muy bien, tío —dije—. Si eso no lo cansa.
Tío Tankhun se volvió a echar para atrás en las sombras.
—No, Venice —dijo—. Gracias. Prefiero estar ocupado. Si estás dispuesto a escuchar entonces estoy dispuesto a contar la historia.
Editado: 01.10.2024