Cuentos de terror de mi tio Tankhun (tankhun/venice)

14

JINN

JINN

Us estaba aburrido. Su papá, encontraba este Aburrimiento bastante incómodo, pero al ser un hombre de buenos modales, expresaba Su fastidio tarareando calladamente una breve melodía y golpeando los zapatos en la gravilla bajo la mesa.
Los Akkarachotsopon, padre e hijo, se encontraban sentados en el jardín del té al lado de los estanques de las carpas sagradas en el pueblo de Urfa, al sureste de Turquía, durante el ocaso del Imperio Otomano. El sol ya había desaparecido detrás de los minaretes cercanos y las golondrinas empezaban a reunirse para pasar la noche entre las ramas de los árboles alrededor, riñendo ruidosamente sobre sus perchas.
—No puedo entender cómo alguien puede estar aburrido —comentó el Sr. Akkarachotsopon—. Te encuentras en la ciudad alguna vez llamada Edessa, el lugar de nacimiento de Abraham, un lugar mencionado tanto en la Biblia como en El Corán. Mira alrededor —dijo el Sr. Akkarachotsopon con un ademán teatral.
—. ¿De verdad pretendes decirme que encuentras todo esto aburrido?
Us no contestó sino que cerró los ojos y respiró profundamente, haciendo que su papá volviera a tararear, pero esta vez un poco más rápido. Cuando Us abrió los ojos de nuevo descubrió a un gato trepando el árbol al lado suyo, esa pareciendo detrás del tronco y reapareciendo varios metros encima de sus cabezas en la bifurcación entre dos ramas.
—En lo que llevamos de viaje — dijo su papa—, has contado con suficiente privilegio de haber visto Estambul; la fabulosa Constantinopla, la joya de Bizancio. Has estado bajo la gran cúpula de Haghia Sophia. Has navegado a lo largo del Mar Negro hasta Trebizonda. Has seguido los pasos de Alejandro Magno. ¿Todo fue aburrido?
—No todo —contestó Us. —Bien, entonces —dijo su papá—. Me encanta oír eso, por lo menos.
No todo había sido aburrido. Cerca de Van había visto a un pastor con un perro inmenso que llevaba un aterrado collar con púas. Su papá le dijo que probablemente era para protegerlo de los lobos. Pero esa era una recompensa demasiado pequeña para semejante viaje tan tedioso. Us miró de nuevo hacia arriba. El gato se deslizaba sobre el borde de la rama encima de ellos. Ahora Us entendía la razón de los empujones entre las golondrinas para encontrar una posición: ningún pájaro deseaba quedar cerca al borde del tronco del árbol.
El gato se lanzó hacia delante, atrapó una golondrina con los dientes y se escabulló abajo del árbol con su presa.
—Esta tierra es extraordinaria, Us —dijo su papá, encendiendo uno de esos nocivos cigarrillos turcos que le habían empezado a gustar—. Ola tras ola de civilizaciones Han impregnado su superficie y aún así sigue existiendo algo de primitivo en ella. Judíos, cristianos y musulmanes Han vivido todos aquí y dejaron su huella, pero existe siempre la fuerza de algo más antiguo, más oscuro, más misterioso.
¿Sabías que hasta el siglo doce hubo pueblos paganos en Harran? Us ya sabía que cualquier respuesta significaba recibir un sermón, así que se mantuvo callado. Harran era un pueblo cercano que habían visitado la semana anterior. Estaba plagado de casas en forma de panales y aparecía mencionado en la Biblia. Us se había sentado bajo la sombra, mirando a su papá dibujar mientras los niños daban vueltas a su alrededor pidiendo dulces. Había sido allí donde a Sr Akkarachotsopon le habían hablado sobre una aldea tan antigua como pintoresca, pero a la que nadie nunca iba. Visitarían la aldea al día siguiente, pero Us no tenía muchos deseos de hacerlo.
Su papá pagó las bebidas y caminaron de regreso al hotel. Comieron bien y su papa se bebió dos ginebras con tónica, como era su costumbre, después de las cuales empezó a contarle a Us una larga anécdota sobre su viaje a través de las estepas rusas. Tenía que ver con un cosaco y un perro de tres patas. su papa ya la había contado en Erzerum.
—Estoy cansado, papá —dijo Us, poniéndose de pie—. Creo que me iré a acostar.
—Buena idea —dijo su papá, terminando el resto de ginebra—. Tenemos un día agotador por delante. Buenas noches, Us.
—Buenas noches, papá.
Salieron en la mañana después de un desayuno de pan, miel y aceitunas; el cuñado del administrador del hotel, Mehmet, los condujo fuera de Urfa a máxima velocidad en un carruaje negro excesivamente adornado, que según les contó le había ganado a un francés dos años antes en una partida de backgammon. La aldea se encontraba en un sendero que se desprendía del camino principal del desierto con dirección a Siria. La intención del papá de Us era dibujar las casas tradicionales y las ruinas romanas cercanas, pero cuando arribaron se encontraron con uno grupo de policías en los alrededores. Mehmet les dijo que permanecieran en el carruaje y fue a averiguar lo que sucedía. Momentos más tarde regresó con un hombre que se presentó como el jefe de la policía y les comunicó que había sucedido un accidente terrible; que un muchacho había sido atacado por una bestia salvaje —probablemente un perro salvaje— y había muerto trágicamente.
Él no podía responsabilizarse por su seguridad mientras la bestia andara suelta. Le aconsejaba respetuosamente al Sr. Akkarachotsopon dibujar en otro lugar. Mientras Mehmet daba la vuelta al carruaje, Us pudo ver el cuerpo bajo una sábana, una mano ensangrentada a la vista. Había visto, también, el gesto en la mirada de los niños entre las casas y se preguntaba qué secretos podían esconder. Era evidente para él que escondían algo. De hecho, Us tenía la clara impresión de que incluso el jefe de policía les había mentido.
Había escuchado con claridad a un muchacho decir «gin». Tal vez el muchacho no había sido asesinado por animales sino por un padre borracho e intentaban ocultarlo. Pero fuera asesinato o bestias salvajes, todo esto le resultaba a Us mucho más interesante que los minaretes y los templos romanos.
—Papá —dijo Us cuando se sentaron esa noche en el jardín del té del hotel—. ¿Podemos regresar a esa aldea? Donde mataron al muchacho.
—Bueno, el jefe de policía nos advirtió que no fuéramos —dijo el Sr. Akkarachotsopon—. Tienes que tener cuidado con estos personajes, Us. Pero, ¿por qué?
—Simplemente parece interesante —dijo Us—. Quiero decir, había algo al respecto. No puedo decir qué. De algún modo parece especial. El Sr. Akkarachotsopon sonrió. ¡Por fin! Por fin, Us parecía haber quedado conmovido por algo.
—Veré que puedo hacer —dijo.
Al día siguiente Mehmet los llevó de mala gana de regreso a la aldea. Se había mostrado hablador y jovial en extremo en el anterior viaje, pero ese día se veía hosco y tenso. Había aceptado llevarlo sólo porque Sr Akkarachotsopon antes de salir le había pagado tres veces más que la vez anterior. Mehmet sacudió y dio un golpecito con las riendas, llevando el carruaje hasta la sombra de un viejo granero donde los Akkarachotsopon desmontaron.
Us siguió a su papá por toda la aldea hasta que encontró el lugar preciso para hacer sus dibujos; sacó la silla plegable y empezó a desempacar su bolsa, sacando una caja de madera con sus lápices, un frasco de tinta china, una plumilla y un cuaderno para dibujar. Us nunca se había interesado en la obra de su papá y ahora, después de estas últimas semanas sintió algo que estaba más allá del aburrimiento; algo semejante a un estado de trance en el que se sentaba y dejaba que su mirada saliera de foco y vagara a la deriva hasta quedar en blanco. Us de inmediato se arrepintió de haber pedido que regresaran allí. Sin el cadáver, esta aldea resultaba aún mucho más aburrida que Harran. Estaba hastiado de dar vueltas por este país olvidado de la mano de Dios.
Sintió como si estuviera padeciendo un castigo y todo desembocaba de nuevo en «el incidente». Todo había sido distinto desde entonces. «El incidente», como decía siempre su padre, sucedió en el colegio. Un muchacho llamado Arthit había tomado aversión por Us y, en el curso de unos pocos meses, las burlas y el acoso se habían transformado en golpes casuales y palizas constantes. En lugar de recibir la compresión que esperaba por parte de su padre, el Sr. Akkarachotsopon le dijo a su hijo que todo eso formaba parte de la vida del colegio y que él nunca sería un hombre si no empezaba a defenderse por sí mismo. Tenía que hacerle frente. Así era la vida.
Entonces, un domingo, después de misa, Us esperó a Arthit con un 'palo mientras este pasaba por las canchas de tenis y lo atacó sin previo aviso. Us estuvo a punto de no llevarlo a cabo, aterrado con la posibilidad de que Arthit simplemente le arrebatara el arma y le propinara una paliza con el palo, pero se alegró muchísimo al descubrir que con el primer golpe Arthit parecía haber quedado inconsciente. Soltando una risa triunfal, Us saltó sobre la postrada figura de Arthit, soltándole golpes sobre la cara y la cabeza. Golpeó una y otra vez, el brazo cada vez más cansado por el esfuerzo, hasta que se vio arrastrado hacia atrás por un tutor que había escuchado los repugnantes golpes y corrió a auxiliar a Arthit .
Esa misma tarde avisaron al papá de Us y lo llevaron al colegio. Us encontró la entrevista con el director, quien vociferó y manoteó sobre el escritorio con tanta fuerza que la lámpara cayó al piso, preferible a la conversación con su papá, quien estuvo tranquilo, incluso para sus estándares, y en su más fastidioso humor filosófico. El hecho de que existieran testigos que pudieran dar fe de que Arthit acosaba a Us obviamente significaba algo, pero a Us lo molestó descubrir que todo el mundo se mostraba mucho más preocupado con el hecho de que el estúpido de Arthit casi pierde la visión de su ojo derecho que con el asunto de su matonería.
En cuanto a Us, se sentía un héroe. Arthit era un matón y él le había hecho un favor al colegio. Aún más fastidiosa resultó la actitud del papá de Us, quien, después de haberle dicho a su hijo que se enfrentara a Arthit, ahora se ponía del lado de los profesores, quienes afirmaban que independientemente de la provocación este no era el comportamiento que ellos esperaban de sus alumnos. No era, aparentemente, lo que un niño de buenos modales haría. Si Sr Akkarachotsopon no hubiera sido el ilustre ex alumno que era y un benefactor tan generoso con su antiguo colegio, Us habría sido expulsado ahí y en ese mismo instante. Era tan impopular con las directivas como lo era con sus compañeros, pero Us tendría una segunda oportunidad. Sería Arthit quien se iría a otro colegio, no él. Había sentido cierto grado de satisfacción con ese arreglo.
En todo caso, se decidió que lo mejor para todo el mundo sería que Us abandonara el colegio por un tiempo y dejar que así se calmaran un poco las cosas. El Sr. Akkarachotsopon venía planeando un viaje al el Imperio Otomano desde hacía tiempo y resolvió entonces sacar a su hijo del colegio para que lo acompañara. El viaje por sí mismo sería una enseñanza.
Sr Akkarachotsopon era un exitoso autor e ilustrador de libros de viajes. Había recorrido el mundo con su personal sello del traje de lino claro y un sombrero panamá, escribiendo sobre los sitios de interés por donde había pasado y elaborando por donde iba sus tan afamados dibujos compactos y meticulosos en plumilla y tinta. Por su parte, el Sr. Akkarachotsopon esperaba que este ejemplo de aplicación, curiosidad y perseverancia tal vez influyera en su caprichoso hijo, quien, a pesar de ser evidentemente inteligente, parecía no estar interesado en nada. Pero después de dos meses de viaje, esta esperanza demostraba ser irrealizable. A medida que su papá empezaba a quedar más absorto en su dibujo, la atención de Us quedó atrapada por un grupo de niños parados a corta distancia. Observaban con cautela algo que Us no podía ver, ya que una casa bloqueaba su visión.
Fuera lo que fuera, resultaba evidentemente aterrador, pues Us pudo ver el temor en la cara de algunos y una demostración de valor desafiante pero poco convincente en la cara de otros. Se sintió intrigado por saber la fuente de esta alarma. Caminó bordeando la construcción hasta cuando salió de su sombra y retrocedió, haciendo una mueca ante la repentina luz del sol. Con los ojos casi cerrados vio arriba una extraña figura resplandeciente, expandiéndose y contrayéndose como un reflejo sobre aguas turbulentas. Parpadeó y cuando volvió a mirar encontró una niña pequeña, de unos ochos años de edad, flaca y con aspecto hambriento, vestida con harapos. La cara era pálida y sin expresión, el pelo Marchito.
Us vio cómo uno de los niños agarró una piedra y se lanzó a la niña. Por habilidad o suerte, la piedra voló con una impresionante precisión y golpeó a la niña a un costado de la cabeza, por encima de la oreja derecha. Us sonrió y sacudió la cabeza. La niña aulló de dolor y puso la mano en la herida. Us pudo ver el resplandor de la sangre incluso desde la distancia donde se encontraba. Miró fijamente, fascinado. Us observaba invariablemente las actividades de aquellos a su alrededor con la aburrida objetividad de una audiencia frente a una sosa representación teatral.
El mismo no habría podido recordar con certeza si en efecto se había preocupado por alguien en toda su vida pero aun así, para su enorme sorpresa, Us sintió que se interesaba por esta completa extraña.
—¿Por qué simplemente no te vas, idiota? —murmuró para sí.
Pero la niña continuó inmóvil en su puesto. Varios niños se pusieron en cuclillas, buscando piedras. El muchacho a la cabeza de la banda le gritó a la niña, agitando las manos hacia ella, señalándola, espantándola. A Us se le cruzó la idea por la cabeza que podía ayudar a la niña. Que podía ser un héroe… un héroe de verdad. La idea lo divertía. Us se acercó al grupo de niños cuando empezaban a apuntar con las piedras. Esperaba que se dispersaran cuando él se acercara, pero parecieron muchos menos intimidados por él que por la niña.
—Déjenla —dijo Us mientras se aproximaba.
Lo miraron sin comprender y Us volteó a mirar la niña y le sonrió en un esfuerzo por consolarla. Cuando miró de nuevo hacia los otros niños, el muchacho que parecía liderarlos tenía un cuchillo grande en la mano y lo movía bruscamente en el aire entre los dos. La ferocidad de este pequeño lo fascinó. Us ladeó la cabeza, lo miró detenidamente, le dio la espalda y caminó donde la niña, quien, furiosa, empezó a correr cuando él se aproximaba. Us persiguió a la niña hacia el desierto llano cubierto de escombros.
Cada vez que estaba a punto de alcanzarla, la niña tomaba un nuevo impulso, hasta que él empezó a molestarse. El sol martillaba sin misericordia y los ojos de Us empezaron a arderle con el sudor salado.
—No te voy a lastimar —dijo, jadeando, sorprendido por el suplicante tono de su voz—. Quiero ayudarte.
Cuando hacía un último y sofocado esfuerzo por atraparla, Us pisó una piedra, trastabilló, torciéndose dolorosamente el tobillo, respirando con dificultad. La niña también se detuvo. Se dio la vuelta y lo miró desde sus gruesas cejas. Una voz sonó detrás de Us y se volteó. Lejos, parados entre ellos y la aldea, se veía la pandilla de niños que habían atacado a la niña. El líder le gritaba algo a Us y agitaba la mano hacia él; gritaba palabras que él no comprendía, aunque podía adivinar que no eran elogiosas. Había algo ridículo respecto a este chico, aún más pequeño por efecto de la perspectiva, que incitaba a Us y le hacía señas para que regresara. Us sonrió y cojeó en dirección a la niña, quien esta vez no hizo ningún amago por escapar. Los niños empezaron a agacharse y a recoger piedras. Us pudo ver el resplandor del sol en la hoja del cuchillo del niño, pero no sintió ningún temor.
—No tienes por qué tener miedo — dijo Us—. No te harán daño mientras yo esté aquí.
Por primera vez, la expresión de la niña pareció suavizarse al tiempo que se disolvía su gesto ceñudo y levantaba los ojos. Us se regocijó con la grata sensación que le dejaba su buena obra.
Sr. Akkarachotsopon había dejado de dibujar y, preguntándose dónde estaría Us, dio un paseo por toda la aldea y llegó a una pequeña loma que bajaba bruscamente hacia el desierto. Qué mágico era este lugar. El débil eco de unos niños gritando era lo único que perturbaba la tranquilidad y se admiró del contraste frente a cómo parecieron las cosas la primera vez que vinieron. El recuerdo de la tentativa visita le llegó con una repentina claridad: no sólo la conmoción ante el desafortunado muerto, sino el hecho extraordinario de haber escuchado con total claridad que alguien entre la multitud había pronunciado la palabra jinn. ¿En realidad esta gente creía en genios?.
En ese instante algo llamó su atención y, cerrando los ojos bajo la brillante luz del sol, se sorprendió al ver a Us a lo lejos. No estaba solo. Sr. Akkarachotsopon intentó protegerse los ojos de los rayos del sol. ¿Qué diablos estaba haciendo Us allá? ¿No se daba cuenta de lo caliente que estaba? Y ¿exactamente quién o qué era lo que estaba con él? ¿Por qué no podía enfocarlos? Y ¿por qué era que esos niños gritaban y manoteaban? Un extraño temor empezó a invadir a Sr Akkarachotsopon.
La palabra jinn pasó como una ráfaga por su cabeza una vez más. Cuando la escuchó por primera vez, la palabra le evocó la imagen de uno de esos genios de botella de Las mil y una noches. Pero Sr Akkarachotsopon sabía que existían otras clases de jinn; los jinn malévolos: estaba el pérfido shaitan, el ghoul de las mil formas —el mismo que terminamos llamando ghoul— morador de tumbas y lugares desiertos.
Sr Akkarachotsopon abrió los ojos aterrorizado y empezó a correr.
Los niños seguían gritando cuando pasó por su lado. Uno de ellos tenía un cuchillo. Siguió corriendo, tratando desesperadamente de alcanzar a su hijo, gritando su nombre una y otra vez. Us escuchó los llamados de su papá pero no hizo caso. Fuera lo que fuera tendría que esperar. Había algo en esta niña vagabunda que lo intrigaba. La gente rara vez le provocaba algún tipo de interés a Us, pero esta niña era diferente de alguna forma. Us miró hacia abajo, le sonrió y la niña le devolvió la sonrisa: una sonrisa amplia, los labios separados, la boca llena de diminutos dientes blancos resplandecientes. Pero eran los dientes pequeños y afilados de un lagarto.
El cuerpo de Us estaba echado boca arriba cuando Sr Akkarachotsopon lo alcanzó, un brazo sobre la cara como si quisiera protegerse, con una oscura y atroz marca roja brillándole en la garganta. La cosa que Sr Akkarachotsopon había espantado se había disuelto en la calina: por un instante fue un animal, después una niña, enseguida una mujer, después una animal de nuevo; después nada en absoluto.
El Sr. Akkarachotsopon se agachó y levantó el cuerpo de su hijo y caminó tambaleante hacia la aldea, tarareando algo suavemente mientras avanzaba. Los niños que se encontraban cerca se separaron para darle paso, las cabezas inclinadas.



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Editado: 01.10.2024

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