Tío Tankhun sonrió desde la oscuridad ante la mirada de horror que yo estaba seguro de tener y me pasó el telescopio. Casi tuve el impulso de ponerlo en el ojo, pero me sacudió de repente el temor de lo que pudiera ver, como si la horrible visión de Jeff pudiera aún estar adherida al lente. Sonreí con vergüenza ante mi propia
tontería.
—¿Hay algo que te divierta? — preguntó tío Tankhun.
—Sólo me decía a mí mismo, tío, que ya estoy lo bastante mayor como para que las historias me asusten tan fácilmente.
—¿De verdad? —dijo tío Tankhun, con cierto preocupante grado de duda en la voz—. ¿Crees que exista una edad en la que tal vez te vuelves inmune al miedo?
—Bueno —empecé a decir, algo preocupado por ofender una vez más sus habilidades como narrador de historias
—, no he querido decir que sus historias no hayan sido terriblemente miedosas, tío.
—Bastante —agregó tío Tankhun, aunque con una extraña entonación.
—¿Ha pensado alguna vez en publicarlas, señor?
—No, Venice —contestó—. No sería muy apropiado. Después de todo, no son mis historias, como ya te indiqué.
—Pero no comprendo, tío —dije—. Si no son sus historias, ¿de quién son entonces?
—Pertenecen a quienes participaron en ellas, Venice —replicó—. Yo sólo soy quien las cuenta.
—Pero cómo puede…
—Sin embargo, creo que ya debes irte, Venice —me interrumpió tío Tankhun, poniéndose de pie, la cara repentinamente seria—. No te gustaría estar por aquí en la oscuridad.
No podía entender la diferencia que haría, pues la casa, de todas formas, estaba en perpetua oscuridad, pero mi tío ya se encontraba en la puerta del estudio y como el fuego pareció extinguirse de repente sentí el impulso de seguirlo.
—Mantente por el sendero, Venice — me dijo en la puerta de enfrente, con la conmovedora inquietud que siempre mostraba cuando me iba de su casa—. Y no te entretengas en el bosque.
—Gracia, tío… —empecé a decir, pero la puerta ya se cerraba y pude escuchar una sucesión de cerrojos y seguros entrando en sus puestos. Sonreí al pensar en la incomodidad que mostró mi tío al despedirnos. A pesar de ser un hombre tan locuaz, podía mostrarse encantadoramente tímido a veces. Pero me volví a preguntar si habría pasado demasiadas horas en soledad. Su particular insistencia en que él no era el autor de estas historias me pareció de lo más extraño. Era obvio incluso para un muchacho como yo en esa época, que en la mayoría de los casos —como empecé a decírselo a mi tío— los protagonistas principales de las historias morían al final, o se encontraban en un estado tan atormentado que habría sido muy difícil imaginar cómo podían contar con el ingenio o la inclinación para escribir o incluso dictar su relato.
Pero esta invención no demeritaba la opinión que yo tenía de mi tío. Simplemente la tomaba como una señal de su excentricidad. Después de un vistazo rápido a la casa, me puse en camino. No tuve en ningún momento la tentación de desviarme del camino y, aunque tenía la convicción de que el bosque era totalmente seguro, tampoco estaba dispuesto a demorarme por ahí. La preocupación de mi tío era equivocada por completo. Yo no habría vagabundeado por esos bosques ni por todo el té de China. Nunca antes había salido tan tarde para regresar a casa y me sentí alarmado al ver cómo la oscuridad parecía descender como una cortina, de tal forma que así pareciera cuando salí de la casa de mi tío que el atardecer apenas empezaba, la noche me había envuelto por completo para cuando llegué al bosque.
Cuando estaba ahí escuché algo que supuse era el perro de mi tío aullando y resolví preguntarle de nuevo sobre el animal, pues nunca lo había visto por los lados de la casa, como tampoco mi tío lo había mencionado nunca. Me gustaban los animales. Al caminar por entre los árboles, imaginé haber visto algunas figuras que tomaban forma en la oscuridad circundante y de pronto me sentí con más frío. Tuve el impulso de detenerme y mirar hacia la oscuridad para convencerme a mí mismo que estaba siendo asediado por mis imaginaciones infantiles y nada más. Pero lo que se produjo fue el efecto contrario. Ahora que mis ojos se habían acostumbrado a las sombras, y ahora que en efecto concentraba la mirada, pude ver que efectivamente no me encontraba solo.
—¡Hola! —exclamé con una confianza que no sentía—. ¿Quién está ahí?
Pude ver por las siluetas que las figuras a mi alrededor eran los de unos niños. Un grupo de niños del pueblo; un grupo bastante grande. Como siempre, no dijeron nada; simplemente permanecieron ahí entre los árboles… en silencio… de forma malévola. Me preparé para una golpiza; nunca alcanzaría la seguridad de la casa entes de que me atraparan. Pero yo había pasado la vida en uno de los mejores colegios del país. Podía soportar una golpiza. El grupo de chicos se aproximó. No podía distinguir ninguno de sus rasgos ya que parecían llevar encima sus propias sombras. Intenté mostrarme lo más despectivo posible, al tiempo que tomaba fuerza para soportar la lluvia de golpes y patadas que estaba seguro iba a empezar a caerme.
Pero por extraño que parezca, en lugar de recibir golpes, unos vacilantes dedos se extendieron hacia mí, como si los niños —y ahora podía ver por las siluetas que era una pandilla— sintieran temor y al mismo tiempo anhelo de tocarme.
—¡Suficiente! —dijo una voz detrás de mí.
Los niños saltaron hacia atrás y me di la vuelta, perplejo, y vi a mi tío llevando una linterna en la mano. Me sentí aliviado, por supuesto, pero aun así tenía el orgullo suficiente para estar un tanto avergonzado al haber sido rescatado por mi envejecido pariente.
—Bible, Jeff —dijo molesto —. Déjenlo tranquilo.
—¿Conoce a estos niños? — pregunté, sorprendido al ver que sabía sus nombres y los reconocía bajo esa luz tan débil.
—Sí, Venice —contestó con un curioso tono de voz—. Conozco bastante bien a estos niños.
—No entiendo, señor.
Tío Tankhun me miró y sonrió con cansancio.
—Pediste que te contara otra historia, Venice —dijo—. Muy bien
entonces. Escucharás una historia más:
la mía…
Editado: 01.10.2024