Título: El Último Susurro
La lluvia caía con fuerza, golpeando los cristales de la antigua cabaña de su abuela, situada en el corazón de un bosque denso y oscuro. Lucía solitaria, abandonada a su suerte, pero para Clara era un refugio. Después de la reciente muerte de su abuela, había decidido pasar una última noche allí, aferrándose a los recuerdos que había compartido con ella.
Al llegar, el ambiente era opresivo. La cabaña crujía, como si respirara, y el aire tenía un olor a humedad y polvo. Clara encendió la chimenea y se sentó en una silla desgastada, tratando de evocar las memorias de los días soleados en los que su abuela le contaba historias sobre el bosque. Historias que, en ese momento, parecían más que simples fábulas.
Mientras la luz parpadeaba, Clara recordó las advertencias de su abuela: “Nunca salgas de noche, Clara. El bosque guarda secretos que no son para los vivos”. La frase resonó en su mente mientras la tormenta se intensificaba. A pesar de su miedo, una extraña curiosidad la invadía. ¿Qué secretos guardaba el bosque? ¿Qué había querido decir su abuela realmente?
Con el tiempo, el sonido de la lluvia se convirtió en un susurro. Al principio, pensó que era el viento, pero al escuchar con más atención, se dio cuenta de que eran voces, débiles y apagadas, como si las sombras del bosque hablasen entre sí. Clara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se levantó y, desafiando su instinto, se acercó a la ventana.
Fuera, la oscuridad era profunda. Sin embargo, entre las sombras, algo brilló. Un destello de luz, como un faro en la tormenta. Clara sintió una mezcla de temor y fascinación. Decidió que no podía ignorarlo. Tomó una linterna y, con un suspiro profundo, salió de la cabaña.
El aire frío la envolvió, y la lluvia mojó su piel, pero avanzó con determinación hacia el bosque. Las voces se intensificaron, llamándola, guiándola. Clara se adentró en el sendero, iluminando su camino con la linterna. Cada paso parecía resonar en el silencio de la noche.
A medida que se adentraba más en el bosque, el resplandor se hizo más fuerte. Pronto llegó a un claro donde la luz parecía concentrarse. En el centro, un antiguo árbol se alzaba, sus ramas extendidas como manos suplicantes. Al acercarse, vio que la luz emanaba de un objeto en el suelo: un pequeño espejo, cubierto de barro y hojas.
Clara se agachó para recogerlo, y al limpiarlo, el espejo reveló un reflejo distorsionado. En lugar de su rostro, vio la imagen de su abuela, sonriendo con una dulzura inquietante. Pero, al mismo tiempo, había tristeza en sus ojos, como si intentara advertirle sobre algo.
“¿Abuela?” Clara murmuró, asombrada. Las voces a su alrededor se intensificaron, un coro de susurros que se mezclaban con el murmullo de la lluvia. “Clara… ven…”. La voz de su abuela se desvanecía en los ecos del bosque.
Sintiendo un tirón en su corazón, Clara volvió a mirar el espejo. En un instante, las imágenes cambiaron, y en lugar de su abuela, vio figuras sombrías que parecían surgir del suelo, alargándose y retorciéndose. Era como si las almas de aquellos que habían desaparecido en el bosque estuvieran atrapadas en el cristal, suplicando ayuda.
El terror la invadió. Clara se dio cuenta de que el bosque no era solo un lugar de belleza, sino también un hogar de sombras. De repente, las figuras comenzaron a salir del espejo, envolviéndola con una niebla oscura que parecía devorar la luz. Ella intentó retroceder, pero algo la mantenía en su lugar, como si la tierra misma quisiera que se quedara.
“¡Clara!” La voz de su abuela resonó con fuerza, rompiendo el hechizo. En ese momento, Clara recordó las advertencias, recordó las historias que su abuela le había contado. El bosque no solo guardaba secretos, sino también un hambre insaciable por las almas que se atrevían a desafiarlo.
Con un esfuerzo sobrehumano, Clara rompió el hechizo y corrió de regreso por el sendero, sintiendo el frío aliento de las sombras persiguiéndola. Cada paso era un grito de su corazón, un intento desesperado por escapar del destino que le aguardaba.
Finalmente, alcanzó la cabaña, cerrando la puerta detrás de ella con un golpe seco. Su respiración era agitada, y el sonido de la lluvia parecía reírse de su terror. Se asomó por la ventana, y en el oscuro bosque, las figuras permanecían, contemplando la cabaña, sus ojos brillando con una sed de venganza.
Clara sabía que no estaba a salvo. En su interior, sentía que el bosque nunca la dejaría ir. Había cruzado una línea que no podía deshacer, y el eco de los susurros continuaba, cada vez más fuerte. Era un llamado a la desesperación, un recordatorio de que las sombras no se olvidan fácilmente.
Esa noche, mientras el viento aullaba y la lluvia azotaba los cristales, Clara se sentó en el suelo de la cabaña, abrazándose a sí misma. El espejo y las voces la habían cambiado para siempre. Y aunque su abuela había partido, su advertencia seguía presente: “Nunca salgas de noche, Clara”.
La tormenta continuaba, y con cada trueno, Clara comprendió que su lucha apenas había comenzado. La noche se alargaba, y el bosque, con sus secretos oscuros, esperaba.
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Editado: 26.10.2024