La leyenda de la Casa de los Espejos había circulado durante años en el pequeño pueblo de San Vicente. Se decía que quien entrara en sus paredes se enfrentaría a sus propios demonios. La casa, una estructura antigua y deteriorada, estaba cubierta de hiedra y sombras, y nadie se atrevía a acercarse. Sin embargo, para un grupo de amigos aventureros, la curiosidad superó al miedo.
Eran cinco: Lucas, Sara, Mateo, Valentina y Tomás. Después de escuchar historias sobre la casa en una noche de campamento, decidieron explorarla. Con linternas en mano y risas nerviosas, llegaron a la puerta crujiente que parecía susurrar advertencias. La entrada estaba cubierta de polvo, y una corriente de aire frío les dio la bienvenida, como si la casa estuviera viva.
“¿Estás seguro de que esto es una buena idea?” preguntó Valentina, mientras miraba a su alrededor, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
“Vamos, no hay nada de qué preocuparse”, dijo Lucas, con una sonrisa desafiante. “Es solo una casa vieja”.
Al cruzar el umbral, el aire se volvió denso. Las paredes estaban adornadas con espejos, algunos rotos, otros en perfecto estado, reflejando sus imágenes distorsionadas. A medida que avanzaban, el sonido de sus risas se apagó, reemplazado por un silencio inquietante.
“Esto es extraño”, murmuro Mateo. “Siento que estamos siendo observados”.
La casa parecía absorber sus palabras. De repente, una de las puertas se cerró de golpe, y el eco resonó por los pasillos. Todos se congelaron.
“Solo el viento”, dijo Tomás, aunque su voz sonó temblorosa. Aun así, una sensación de incomodidad creció en el grupo.
Mientras exploraban, comenzaron a notar que los espejos mostraban cosas que no estaban allí. En un reflejo, Sara vio a una figura oscura detrás de ella, pero cuando se dio la vuelta, no había nada. La risa nerviosa comenzó a convertirse en preocupación.
“Tal vez deberíamos irnos”, sugirió Valentina, sintiendo un nudo en el estómago. Pero Lucas insistió en seguir adelante. “No podemos darnos por vencidos tan pronto”.
Finalmente, llegaron a un gran salón donde el espejo principal, deslumbrante y ornamentado, se erguía en el centro. Era más grande que los demás, y su superficie parecía brillar con una luz propia. Al acercarse, todos sintieron un tirón inexplicable, como si el espejo los llamara.
“¿Qué creen que hay detrás de él?” preguntó Mateo, mirando con curiosidad.
“Tal vez sea una puerta a otro mundo”, bromeó Lucas, pero su risa se desvaneció rápidamente al notar la seriedad en los rostros de sus amigos.
Uno por uno, comenzaron a acercarse al espejo. Cuando Lucas tocó la superficie, una imagen distorsionada de sí mismo apareció, pero lo que vio lo dejó helado. Su reflejo sonrió, aunque él no lo hizo. En un instante, la imagen se volvió oscura y retorcida, como si estuviera atrapada en un tormento interno.
“¿Vieron eso?” gritó, retrocediendo, pero sus amigos lo miraban con ojos llenos de miedo. Valentina se atrevió a tocar el espejo y también vio una versión de sí misma, pero esta vez era una imagen de ella llorando, atrapada en una soledad insoportable.
Las voces comenzaron a susurrar a su alrededor, ecos de sus propios miedos y fracasos. Sara vio a su hermano desaparecido, una sombra que la acusaba de no haberlo encontrado. Mateo enfrentó su propia inseguridad, reflejada en la mirada burlona de su figura distorsionada.
“¡Esto es una locura!” gritó Tomás, pero el espejo lo atrajo hacia él. Las sombras comenzaron a salir de su interior, como manos alargadas que buscaban atraparlos.
“¡Corran!” Valentina gritó, y el grupo se dio la vuelta para escapar, pero la casa parecía cambiar, los pasillos se alargaban y las puertas se cerraban. Los espejos a su alrededor reflejaban su desesperación, y cada uno de ellos se vio atrapado en sus propias visiones aterradoras.
El pánico se apoderó de ellos mientras intentaban encontrar la salida. Pero en cada esquina, los espejos se movían, distorsionando sus reflejos y mostrando versiones de sí mismos que no reconocían. La casa se reía de sus miedos, alimentándose de su terror.
Finalmente, llegaron al gran salón de nuevo, la única puerta abierta era la que llevaban detrás del espejo. Con el aliento entrecortado, se acercaron y, en un acto de desesperación, se lanzaron al espejo. La superficie era fría, y sintieron que el mundo a su alrededor se desvanecía.
Cayeron en una oscuridad profunda, y el silencio fue abrumador. Cuando finalmente abrieron los ojos, se encontraron en una habitación oscura, con espejos en cada pared. Pero no eran los mismos espejos; estaban rotos y sucios, y cada uno de ellos mostraba imágenes de los amigos atrapados en su propia tristeza.
“¿Dónde estamos?” murmuró Sara, mirando a su alrededor con miedo.
“Estamos atrapados”, dijo Mateo, con la voz llena de desesperación. “Esto es lo que la casa quiere. Alimentarse de nuestros miedos”.
Al principio, intentaron encontrar una manera de romper el hechizo, de salir de la habitación. Pero cada intento solo los llevó a enfrentarse a sus propios demonios una y otra vez. Los ecos de sus miedos se volvieron gritos, y las sombras en los espejos comenzaron a moverse, acercándose cada vez más.
Con cada reflejo, se dieron cuenta de que sus visiones se estaban haciendo más reales. Lucas se vio enfrentando la culpa de su pasado, Valentina vio la traición de sus amigos, y cada uno de ellos se convirtió en prisionero de su propia historia.
Mientras las sombras los envolvían, un último susurro resonó en la oscuridad. “Enfrenten sus miedos o queden atrapados para siempre”.
Fue entonces cuando, en un último esfuerzo, decidieron unirse. “No estamos solos”, dijo Clara, y al pronunciar esas palabras, sintieron una conexión entre ellos. En lugar de dejarse consumir por el terror, decidieron recordar los momentos felices, las risas compartidas, y la amistad que los unía.
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Editado: 26.10.2024