En un pueblo olvidado por el tiempo, se erguía una mansión conocida como "La Casa de los Susurros". Los ancianos del lugar contaban historias de un espíritu atrapado dentro de sus muros, el de Elena, una mujer que había sido cruelmente asesinada por aquellos en quienes confiaba. Aquellos que se aventuraban a acercarse afirmaban escuchar sus lamentos, llenos de rencor y venganza.
Lía, una joven investigadora de fenómenos paranormales, decidió que era hora de desentrañar el misterio de la mansión. Armada con una cámara y una linterna, llegó al lugar una noche de luna llena, ignorando las advertencias de los lugareños. La atmósfera era tensa, y el viento susurraba secretos olvidados.
Al cruzar el umbral, un escalofrío recorrió su espalda. Las paredes estaban cubiertas de polvo, y el aire olía a descomposición. Mientras avanzaba, una sensación de ser observada la envolvía. En la sala principal, encontró retratos de Elena, todos con una mirada triste, pero en sus ojos había un brillo inquietante.
Mientras exploraba, Lía comenzó a escuchar susurros que parecían fluir de las paredes. “Ayúdame…”, decía una voz suave, casi como un canto. Su corazón se aceleró, pero la curiosidad la llevó a seguir el sonido. Ascendió las escaleras, y los susurros se convirtieron en gritos desesperados. “¡Venganza!”.
Llegó a una puerta entreabierta y, al empujarla, entró en la habitación donde Elena había vivido. Decorada con lujos de antaño, la habitación parecía intacta, como si el tiempo no hubiera pasado. Sin embargo, en el centro, una cama deshecha revelaba que un horror había tenido lugar allí.
Lía se acercó a un espejo polvoriento en la pared. Al mirarse, vio que su reflejo se distorsionaba. De repente, la figura de Elena apareció detrás de ella, con ojos llenos de furia. “¿Por qué has venido?”, preguntó la figura, su voz resonando como un eco en su mente.
“Quiero conocer tu historia”, respondió Lía, sintiendo que sus rodillas temblaban.
“¡Mi historia! Me traicionaron aquellos a quienes amaba”, gritó Elena, su figura tambaleándose entre la rabia y el dolor. “Vinieron aquí buscando refugio, y yo les ofrecí mi corazón. Pero me mataron. Ahora, quiero que sientas su sufrimiento”.
Lía sintió un escalofrío helado recorrer su cuerpo. “¿Qué quieres de mí?” preguntó, pero la respuesta fue un grito desgarrador que reverberó en las paredes. “Tú serás la portadora de mi venganza. Ellos pagarán por lo que hicieron”.
De repente, Lía se encontró en una visión oscura. Vio la escena del asesinato: Elena, rodeada por sus amigos, quienes, en un arrebato de celos, la habían atacado. La sangre empapó el suelo, y los ecos de sus gritos resonaron en su mente.
Despertó de la visión, aterrorizada. “¡No puedo hacerlo!”, exclamó, pero la figura de Elena se acercó más. “¡Tú eres mi única esperanza! Llévalos aquí. Ellos deben enfrentar su destino”.
Sin poder resistirse, Lía asintió lentamente. “Lo haré”.
Esa noche, comenzó a buscar a los antiguos amigos de Elena, ahora adultos con vidas aparentemente normales. Con cada encuentro, eventos extraños comenzaron a suceder. Un coche se estrelló, un trabajo se perdió, y uno de ellos desapareció. La ira de Elena se desataba, y Lía comprendió que la sed de venganza de la fantasma era insaciable.
Finalmente, reunió a los tres sobrevivientes y los condujo de regreso a la mansión. “¿Por qué estamos aquí?” preguntó uno de ellos, temiendo la respuesta.
“Para enfrentar lo que hiciste”, respondió Lía, temblando. La habitación de Elena estaba sumida en la penumbra, y un aire denso de tensión llenaba el espacio. De repente, la figura de Elena emergió, su mirada feroz.
“¡Traidores!” gritó, y un viento helado recorrió la habitación. Lía sintió que su corazón se detenía, mientras la ira de Elena se centraba en los hombres.
“Ustedes me mataron y nunca pagaron. ¡Hoy, la justicia se servirá!”, resonó la voz de Elena, mientras la casa comenzaba a temblar.
Los hombres intentaron huir, pero las puertas se cerraron con fuerza. Las ventanas estallaron en mil pedazos, y una tormenta se desató dentro de la casa. Lía observó, paralizada, mientras la venganza se desataba. Elena lanzó su mano, y sombras emergieron de las paredes, arrastrando a los hombres hacia un destino aterrador.
“¡Lía, ayúdanos!” suplicó uno de ellos, pero el terror en sus ojos no conmovió a Elena. En cambio, las sombras comenzaron a tragarse a los hombres, sus gritos se mezclaban con los ecos de las almas atrapadas en la casa.
Lía, atrapada entre el deseo de ayudar y la sed de venganza, sintió que se desvanecía. “¡Detente, Elena!” gritó. “No puedo ser parte de esto”. Sin embargo, la figura de Elena se hizo más poderosa.
“¡Eres mía!” resonó la voz, y Lía sintió que su voluntad se desvanecía. Pero, en un último intento de resistencia, se acercó al espejo. “¡No me controlarás!”.
El espejo se iluminó, y una luz brillante envolvió a Lía. Las sombras vacilaron, y Elena gritó de rabia. “¡No puedes escapar!”.
Con un grito, Lía rompió el hechizo. Las sombras se disolvieron, y los hombres, aterrorizados, se encontraron de pie en la habitación vacía. La atmósfera pesada había desaparecido, pero Lía sabía que había pagado un alto precio.
Al mirar a sus amigos, Lía sintió una mezcla de alivio y culpa. “La venganza ha terminado”, dijo, aunque sabía que la oscuridad siempre residiría en su interior. Aunque había salvado a sus amigos, la conexión con Elena no se había roto.
Mientras abandonaban la mansión, Lía miró hacia atrás. La Casa de los Susurros quedó en silencio, pero un eco persistente resonó en su mente. Sabía que, aunque había liberado a Elena, una parte de su alma siempre permanecería atada a esa oscuridad. La venganza de Elena había sido apaciguada, pero la sed de sangre siempre permanecería en la mansión, esperando a la próxima víctima.
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Editado: 26.10.2024