En una tranquila aldea, rodeada de densos bosques y sombras perpetuas, se erguía una antigua biblioteca, conocida por sus estanterías cubiertas de polvo y sus libros olvidados. La gente del pueblo evitaba entrar, pues se decía que aquellos que lo hacían escuchaban voces susurrantes que les revelaban secretos oscuros. A pesar de las advertencias, Clara, una joven amante de los libros, decidió explorar el lugar.
Una tarde, con una tormenta acercándose, Clara entró en la biblioteca. El aire era denso y frío, y el olor a moho llenaba sus pulmones. Las estanterías, altas y amenazantes, parecían vigilarla mientras avanzaba. Se acercó a una sección que parecía más antigua que el resto, y al abrir un libro polvoriento, una ráfaga de aire gélido la hizo estremecer.
De pronto, oyó un susurro tenue. “Ayúdame…”. Clara se detuvo, mirando a su alrededor, pero no había nadie. Intrigada, se adentró más en la biblioteca, cada vez más cautivada por las voces que la rodeaban. “Descubre la verdad”, insistieron. Clara no podía resistir. Siguió los murmullos, guiada por una fuerza desconocida.
Finalmente, llegó a una sala oscura, donde una mesa de madera crujía bajo el peso de antiguos grimorios. En el centro, una vela parpadeaba débilmente. Al acercarse, Clara notó un diario desgastado. Lo abrió y comenzó a leer. La escritura hablaba de una joven que había hecho un pacto oscuro, prometiendo su alma a cambio de conocimiento y poder. Cada página estaba manchada con lo que parecían ser lágrimas secas.
Mientras leía, las voces se intensificaron, y Clara sintió que la habitación giraba a su alrededor. “Libérame”, susurró una voz más fuerte, llena de desesperación. Clara, asustada pero fascinada, buscó la fuente del sonido. Justo detrás de ella, una sombra comenzó a tomar forma, alzándose desde el suelo.
Era la figura de una mujer, con ojos vacíos y una expresión de angustia. “Estoy atrapada entre los mundos”, dijo. “Necesito que completes el ritual. Solo así podré liberarme… y darte poder”.
Clara se sintió atraída hacia la figura, sintiendo la promesa de conocimiento y poder. Sin embargo, una parte de ella dudaba. “¿Qué tipo de poder?” preguntó.
“Todo lo que desees”, respondió la mujer, su voz un eco entre los libros. “Solo debes realizar el ritual. Tu alma será la última pieza del rompecabezas”.
A pesar de su miedo, Clara sintió que el deseo de saber más la empujaba. Tomó la decisión de proceder. La mujer le mostró los ingredientes necesarios: un cabello de una persona que había fallecido, una vela negra y una lágrima de dolor sincero. Clara salió corriendo de la biblioteca, decidida a completar el ritual.
Esa noche, bajo la luz de la luna, reunió los elementos. Lloró recordando a su abuela, quien había muerto recientemente. Una lágrima cayó sobre la vela negra, encendiéndola en un destello brillante. Mientras los murmullos regresaban, Clara comenzó a recitar las palabras del ritual.
La habitación se llenó de una energía oscura y poderosa. La figura de la mujer apareció de nuevo, ahora más definida, y Clara sintió que el miedo se desvanecía. “Eres fuerte”, dijo la mujer. “Ahora, ofréceme tu alma, y juntos seremos imparables”.
En ese momento, Clara sintió una punzada de duda. “¿Qué pasará con mi alma?” preguntó, temiendo la respuesta.
“Tu alma se unirá a mí, y te daré lo que desees”, dijo la mujer, sonriendo, pero Clara notó que sus dientes eran afilados y su sonrisa, retorcida. La verdad comenzó a hundirse en su corazón: este poder tenía un precio.
Justo cuando estaba a punto de ceder, recordó las advertencias del pueblo. Las historias sobre la biblioteca, las voces, el dolor. Con un grito, Clara apagó la vela. La figura de la mujer se desvaneció en la oscuridad, gritando en agonía.
“¡No puedes escapar de mí!”, resonó su voz en la habitación mientras las sombras se arremolinaban a su alrededor.
Sin pensarlo, Clara salió corriendo de la casa. La tormenta había comenzado, y la lluvia caía con furia. Detrás de ella, los susurros se convirtieron en gritos aterradores. “Tu destino está sellado. No podrás escapar”.
A medida que corría, sentía que algo oscuro la perseguía. Las sombras de los árboles parecían moverse, y la lluvia se convirtió en un torrente helado que la ralentizaba. Finalmente, llegó al pueblo, donde las luces titilaban en la distancia.
Sin embargo, al mirar atrás, vio una sombra oscura, la figura de la mujer, fluyendo entre las sombras. Clara sintió un terror profundo. Sabía que la biblioteca nunca la dejaría ir. El precio por su curiosidad había sido demasiado alto.
Los aldeanos, al verla aterrorizada, intentaron ayudarla, pero Clara solo podía gritar: “¡No entren en la biblioteca! ¡No lo hagan!”.
Días después, el pueblo comenzó a notar algo extraño. Aquellos que entraban en la biblioteca nunca volvían a ser los mismos. Sus ojos se vaciaban de vida, sus risas se convertían en murmullos. Las historias se propagaron: la biblioteca estaba viva, y su sed de almas nunca se saciaba.
Clara, atrapada entre la realidad y la locura, sabía que el último susurro de la biblioteca nunca cesaría. La figura de la mujer la acechaba constantemente, recordándole que el poder siempre tiene un precio. Desde entonces, la Casa de los Susurros se convirtió en un lugar temido, y las leyendas sobre el último susurro de Elena nunca se apagaron.
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Editado: 26.10.2024