Ella apretaba sus ojos en la inmensa oscuridad de su habitación.
No estaba tranquila, pero respiraba lento.
No estaba dormida, pero tenía los ojos cerrados.
Los pasos de las escaleras los sentía como adentro de su cuerpo, no lo soportaba, debía calmar su corazón, si él se enteraba de la taquicardia que amenazaba por salir de su pecho a galope el castigo sería peor, era mejor dejar su cuerpo calmo y sin vida.
Todo su control se fue al caño cuando la puerta rechinó, los pelos se le ponían de punta y esos dedos cálidos le masajeaban los muslos. Esos dedos que odiaba tanto.
Deslizó su mano bajo la almohada con suma delicadeza, lo había estado practicando noches anteriores y ya se sabía la rutina de memoria. El zip del cierre de su pantalón se hizo presente, fase uno. El estrépito de sus botas retumbó en el silencio, fase dos. Los dedos cálidos comenzaban a subir a su entre pierna, no quería llegar a la fase tres.
Como si en sus dedos tuviera tentáculos de pulpo enrolló en su mano el mango y en un movimiento rápido, que él no pudo detectar por su borrachera, se pintó los dedos de rojo carmesí, el cual se intencificaba con lo negro de la noche.
Se sentó en la cama, vio su obra de arte, los dedos cálidos se habían ido....
Suspiró.
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Editado: 22.10.2024