La locura de Robert se había desatado luego que su última esposa había intentado asesinarlo, en ese momento decidió que no iba a ser nunca más el "Sugar Daddy".
Tenía 60 años, ya estaba viejo como para lidiar con estas cosas, pero no quería morir, no todavía, menos sabiendo que le dejaba toda su fortuna a alguna arpía que sólo utilizaba para pasar el tiempo.
Habían pasado dos años de el "accidente" de su ex esposa, la mujer sólo tenía 25 años pero su cuerpo era flamante, una total barbie, no se había arrepentido de estar con ella, pero no iba a dejarle toda su fortuna, ni a ella ni a ninguna.
Así sucedía, pasaba un mes enamorando a mujeres casamenteras. Cuándo se daba cuenta de sus verdaderas intenciones la furia le recorría el cuerpo. Hoy estaba en casa con Graciela, un mujer totalmente esbelta, con unos pechos del infarto, pero codiciosa como serpiente. Los lujos de su casa eran muchos, y a Graciela parecía gustarle, mientras más extravagante mejor, esa era la señal que buscaba.
Graciela yacía sentada en si sofá de cuero negro tomando un copa del vino más caro del condado, él, detrás de ella, con su palo favorito de golf en la mano.
Había pasado un mes soportando las exigencias de aquella mujer, ella pensaba que lo que él buscaba era placer, no se equivocaba. Pero su mayor problema era el tipo de placer que hacía saltar al extasis a Robert. Atravesar carne fresca de serpiente, que todas las entrañas de las perras que lo buscaban calleran al suelo y mancharse con sangre de las manos a la frente, eso era placer para Robert.
Estaba loco, loco por matar arpías, loco por mantener su vida intacta, loco por qué ya no creyeran que era un viejo ingenuo con mucho dinero.
Se había convertido de "Sugar Daddy" a "Sugar Killer"
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Editado: 22.10.2024