Cuentos en tinta roja

Conjuro de Almas

No era la primera vez que lo hacia, pero sería la ultima. Ella siempre supo que estaba destinada a estar con él, eso de intentar amar a otros no iban con ninguno de los dos, al final los dos terminaban solos y con el corazón herido, estaba mas que segura de lo que iba a hacer, la chamana le había recomendado el hechizo de amor pero ella quería algo más fuerte, algo que fuera más trascendental, un conjuro de unión de las almas. Le advirtieron que seria doloroso, que habían otras alternativas, pero ella ya había tomado la decisión.

Tardó una semana en conseguir los materiales, un hilo rojo, un cuchillo, veneno, una soga, cloroformo, un encendedor, un hermoso pañuelo que había bordado su abuela y esperar a la luna.

Esa noche, donde la luna tendría un brillante color azul, él deambulaba como cada viernes, ahogado en alcohol y su propia miseria, ella lo miro de entre los arboles y sonrió cálidamente. Ese era él hombre que amaba, él que nunca se había fijado en ella para más allá de lo carnal, él que merecía a alguien tan buena como ella. Ninguna otra mujer le llegaría ni a los talones. Él se tambaleó, trastabillo y cayó en un montón de hojas secas, posiblemente si lo dejaba ahí iba a dormir hasta el alba y ella iba a poder recostarse a su lado y mirarlo toda la noche, por lo general contaba sus pecas, acariciaba su cuerpo, su cabello y admiraba sus largas pestañas carmín. Observarlo era deleitante, pero no suficiente, tampoco lo eran sus encuentros carnales en medio de las noches de borrachera y éxtasis que él se permitía al comienzo de cada mes. Para ella lo único que valía la pena era hacerlo suyo, suyo para siempre.

Lo observo entre las hojas secas que hacían juego con su cabello, naranjas, rojas ,amarillas, era un hombre exótico, ella no sabia como había llegado a ese polo de la ciudad, pero estaba segura que, al contrario de ella, él no pertenecía allí. Lo tomó por la nuca y envolvió su nariz y boca con el pañuelo embebido en cloroformo, eso lo adormilaría por completo. Ató sus manos y piernas con la soga y con el extremo restante lo arrastró callejones abajo, ese era su territorio, nadie vendría esa noche.

Unió sus meñiques con el hilo rojo, un nudo en el meñique derecho de él y otro en el de ella, estaban conectados, como siempre tendría que haber sido, recitó una oración cuando salió la luna.

"Aquellos unidos con el hilo rojo del destino bajo la luna azul del otoño serán bendecidos con la unión para el resto de sus vidas, y aunque tengan que dejar esta vida a medias o al comienzo, serán mas felices en la próxima, juntos, siempre juntos, en esta y en las vidas que vendrán. Esta noche quiero convocar al portal de las almas hacia el más allá, el limbo de los pecadores, el limbo de las cosas inconclusas, donde los unidos por este rito quedarán por siempre y para siempre juntos, sus almas solo conocerán la paz al lado de su otra mitad, ya no serán dos, ahora, serán uno"

Realizó un corte trasversal en su mano izquierda y otro en la mano de él, unió sus sangres sobre el papel, quemó el papel, y tomó el frasco del veneno, lo abrió, observó a su amado, era todo lo que ella necesitaba. Miró sus ojos verdes como las esmeraldas, él la miró con los ojos bien abiertos, su mirada le daba el ultimo empujón para terminar el conjuro, era tan deliciosa, tan penetrante y absolvente, quería fusionarse con él para siempre. Le quitó la venda de la boca y antes de que él pudiera decir una palabra, tomó el contenido del frasco y unió sus bocas en un profundo beso de amor, de unión verdadera, de infinidad para sus almas, pasó el liquido por la garganta de él y por la suya. El conjuro estaba hecho, dejarían esta vida, pero pronto se reencontrarían en la siguiente, como dos partes de un mismo ser.




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