Cuentos en tinta roja

Todo queda en familia

Marta sabía que en su casa algo se cocía a fuego lento, sabía que Gabriela le había estado mintiendo, sabía que no iba a clases de yoga hacia un mes, lo sabía por que la había seguido, había preguntado en el instituto y le dijeron que ella ya no iba más, que había dejado de pagar su matricula, ella sintió un gran dolor en el pecho y desesperada volvió a su casa, ella tampoco estaba allí esa tarde, enfurecida se dio un baño, pero sabia que esto no se iba a quedar así, menos a una semana de su aniversario, llevaban tiempo casadas, pero nunca pensó que Gabriela la traicionaría, le clavaría un puñal por la espalda y tiraría todos sus años de amor a la basura por una mentira.

Gabriela iba a yoga los martes, o mas bien "iba". Marta esperó unos minutos a que ella subiera a su auto y se fuera hacia donde sea que fuera a ir este martes, la ansiedad la estaba matando, quería salir por la puerta de la cocina hacia la cochera, agarrar a Gabriela de los hombros y preguntarle que ¿hacia a dónde iba? que ella sabia que no iba más a yoga, que ¿por qué la engañaba?, luego de todo lo que tuvieron que luchar para estar juntas. Respiró con la taza de té frio en su mano mientras escuchaba el auto de Gabriela arrancar, era hora de averiguar hacia donde iba su querida esposa.

Marta siguió a Gabriela por una parte alejada de la ciudad, subió una lomada de casas residenciales y la vio aparcando frente a una mansión de tres pisos, blanca como un glaciar. Salió del vehículo y canturreando llego a la puerta, introdujo una llave y entró como si aquella fuera la casa de toda su vida. Enfurecida, Marta bajó del coche, caminó a paso rápido por la acera hasta la casa donde su esposa había entrado, el buzón de la entrada citaba "Estopar", le hervía la sangre, no podía creer que su amada estuviera en este lugar, no podía creer nada desde que puso un pie en la vereda de esa casa maldita. Años atrás había jurado que no entraría jamás a aquella casa, llena de recuerdos desagradables y oscuros, solo el hecho de pasar por aquella puerta le generaba un repudio total.

Agarró con mucho asco la manija de la puerta y la giró, esta no abrió, hizo memoria y recordó la llave de emergencias que se escondía bajo el tapete de la entrada, levantó el asqueroso tapete que citaba "Bienvenidos a esta bella morada" y sacó la llave dueña de todos sus peores recuerdos, abrió la pesada puerta. Asquerosos gemidos se escuchaban desde la planta de arriba, se le revolvió el estómago mas de lo que ya estaba y consumida por la ira de lo que fuese a encontrarse se dirigió a ese cajón prohibido de la cocina, lo abrió y sacó el cuchillo de caza, hacía años que no lo sostenía en la mano. Subió peldaño por peldaño fumando toda su ira, dolor y asco, que se transformaron en una gran bola de sentimientos encontrados, nadie la iba a detener, lo tendría que haber hecho hace algunos años atrás, pero presa del amor no concretó lo que las señales le indicaban.

Abrió la puerta del dormitorio principal, bloqueó como pudo su sentido de la audición para no escuchar esos sonidos desagradables, y allí la vio a ella, a Gabriela, a su amor por tantos años, siéndole infiel con el peor de las ratas. Gabriela la vio a los ojos e impactada dejó de saltar, los ojos vacíos de Marta no le comunicaron nada, solo dolor e ira, estaba completamente vacía y sin tener tiempo a reaccionar, sintió como se asfixiaba con su propia sangre, sangre de una zorra.

Marta agarró a su padre del poco cabello canosos que le quedaba, lo miró a los ojos intentando comunicarle que esto lo tendría que haber hecho hace muchos años atrás, él la miró y sonrió, "Todo queda en familia", fué lo que alcanzó a decir la escoria que la había traído al mundo antes de abandonarlo con una garganta sangrante y veinte puñaladas en el tórax.

Así como llegó se fue, se deshizo del cuchillo de su madre y volvió a la carretera como un fantasma, Marta ya no existía, debería buscar un nuevo nombre.




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