Cuentos Extraños De Una Mente Extraña

El hospital

Cuando Kannazuki Kazuto salio de su casa, una sensación de inquietud lo invadió, embargando su ser completamente y sintiendo como el sudor frío recorría su espalda.

La razón por la cual se sintió así, jamas la supo, solo se limitó a agitar su cabeza y así, despejar su mente agitada.

Dio los buenos días a su vecino, el cual salía de su casa para realizar su jornada laboral y al igual que muchos otros; a consumir sus días en aquella rutina sin sentido y así cumplir su papel en la sociedad.

Kannazuki suspiró aliviado. Ya había cumplido dicho papel y se había jubilado (o mejor dicho, fue obligado a jubilarse) y sus días como esclavo corporativo se habían acabado.

La rutina de su casa a la oficina había cambiado y ahora solo se quedaba en casa, viendo el tiempo pasar, mientras esperaba lo que él llamaba "su segunda jubilación".

Pero hoy no. Hoy debía visitar a su esposa, la cual se encontraba en el hospital debido a cierta enfermedad incurable. Aquella que lleva a la tumba a cientos de personas al rededor del mundo.

Sin esperar un segundo más, Kannazuki se apresuró hasta la estación de autobuses más cercana, y aunque quería llegar temprano, sabia que no podría usar el metro, no en la mañana, no con aquella masa de gente igual de apresuradas por llegar a tiempo a su destino.

El hospital quedaba un poco lejos y Kannazuki debía tomar dos autobuses para llegar. Y aunque existían otros hospitales y clínicas más cercanas, Kannazuki eligió aquel lejano y antiguo edificio dedicado a la salud publica porque según su opinión (y la recomendación de varios amigos) era la mejor.

Mientras Kannazuki esperaba el autobús, una mujer acompañada de su hijo pasaron frente a él, colocándose a su lado en la fila para esperar el autobús

El niño estaba vestido con su uniforme de preescolar, lo que hizo que Kannazuki pensara en sus hijos, entristeciéndole.

Después de todo, ninguno de los dos había visitado a su madre desde que fue internada.

Kannazuki quería hablar con ellos, saber como estaban y preguntarles la razón por la cual habían abandonado de aquella manera, a la mujer que les dio la vida.

Pero no podía, su hijo mayor, aunque vivía en Japón, era más el tiempo que pasaba viajando por negocios, que el que estaba en casa. Y su hijo menor, se había matriculado en una universidad en el extranjero y apenas sabia algo de él.

La rabia lo embargó. Respiró profundamente y dejo que sus sentimientos volvieran a la normalidad. Poco a poco se fue tranquilizando, hasta que el niño, intentado contar los números, confundió el cuatro con muerte, haciendo que Kannazuki sintiera escalofríos.

Su madre no lo escuchó, estaba absorta en su teléfono inteligente, sonriendo por quien sabe que tontería publicada en una de las muchas redes sociales existentes, o conversando con algún amigo quizás. Aunque a decir verdad, a Kannazuki no le importaba. Solo esperaba que al menos en la escuela el niño aprendiera los números de manera correcta.

Kannazuki pensó en corregir al niño, pero en ese momento, el autobús se asomaba por la esquina de la calle y se acercaba poco a poco para luego recoger a los pasajeros y continuar con su recorrido.

Kannazuki se sintió extrañado, generalmente a aquella hora siempre pasaba el mismo autobús (lo sabía porque se memorizó el serial de la matricula) conducido por el mismo chofer.

Pero esta vez era diferente, era otro autobús y otro conductor.

Al principio, a Kannazuki le pareció extraño, pero no le dio mucha importancia, esperó a que se detuviera el vehículo.

Al abrirse las puertas, la mujer y el niño entraron primero, adelantándose a Kannazuki y haciendo que éste se sintiera indignado.

Furioso, se subió en bus, dirigiéndose al hospital y visitar a su esposa.

Incluso había olvidado pagar al conductor.


El cielo amenazaba con lluvia cuando Kannazuki llegó al hospital, lo que hizo que maldijera para sus adentros por no haber traído un paraguas.

El edificio, ubicado detrás de una colina, alejado de el bullicio y el caos de la ciudad, llevaba medio siglo en funcionamiento. Lo habían remodelado a tal punto, que parecía cualquier hospital moderno.

Kannazuki detestaba Tokio, prefería mas bien la tranquilidad del campo donde creció y donde, según él, la paz era palpable.

Jamas logró acostumbrarse a aquella jungla de acero y cemento, ni siquiera luego de vivir por más de 30 años en ella. Incluso decía que al retirarse volvería al campo, pero en cambio, compro una casa en los suburbios y mientras envejecía, su idea de mudarse se hizo cada vez más y más lejana.

Kannazuki se preparó para iniciar su caminata ya que la subida lo cansaba, pero al llegar a la cima de la colina, apenas si sintió cansancio (algo que le pareció muy extraño) después de todo, el no se ejercitaba y su resistencia era igual (o incluso menos) que la ultima vez que subió aquella colina.

«Hoy es un día extraño» pensó, mientras se acercaba al hospital.

Atravesó la entrada y saludó a las enfermeras del recibidor como siempre hacia cuando visitaba a su esposa, pero estas, mientras tenían una charla ociosa, actuaban como si no notaran su presencia.

Kannazuki se encogió de hombros y siguió su camino hasta la habitación donde su esposa se encontraba.

Subió por las escaleras hasta el piso tres, no usaba el ascensor debido a su claustrofobia, y al llegar, notó que la puerta del piso estaba abierta y sin importarle mucho, siguió su camino por un pasillo tan blanco como la nieve.

Conocía el camino de memoria, después de todo lo recorría casi todos los días, caminó recto y cruzó por dos esquinas hasta que finalmente, divisó la puerta de la habitación.

Siempre se sentía ansioso al ver aquella puerta, ver a su esposa acostada y darle los buenos días.

Sin darse cuenta, Kannazuki aceleró el paso y abrió la puerta súbitamente, olvidando tocar primero, como acostumbraba hacer.



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En el texto hay: horror, terror, terrorpsicologico

Editado: 26.05.2019

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