Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 3-perdido en otra realidad.

¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Quiénes son estas personas? ¿Dónde está Linda? ¿Y mi hija Melisa? ¿Qué está sucediendo?
¿Por qué estoy atado a esta cama?
¿Por qué tengo todos estos aparatos conectados al cuerpo?

Las preguntas retumbaban como ecos en la mente de Percy el día en que despertó de aquel coma que lo había mantenido sumido en un sueño profundo durante tres meses. Allí estaba, en una cama de hospital, como un cuerpo inerte, incapaz de mover un solo músculo.

Al abrir los ojos, una luz blanca, casi cegadora, atravesó sus pupilas. Instintivamente volvió a cerrarlos, apretándolos con fuerza, hasta que logró adaptarse a la claridad. Lo primero que distinguió fue el monitor de ritmo cardíaco a un lado de la cama; lo segundo, los tubos que se aferraban a su cuerpo como raíces que no lo dejaban escapar. Cada intento de movimiento le provocaba un dolor agudo, como si su carne no le perteneciera.

Una mujer, a quien no había notado, salió corriendo de la habitación gritando que el paciente había despertado. Minutos después regresó con dos hombres de batas blancas: médicos. Todos lo observaban con una mezcla de asombro y alivio, mientras Percy seguía preguntándose en silencio dónde diablos estaba.

Le retiraron lentamente el tubo que lo mantenía respirando. Sentir aire entrando por sus propios pulmones fue un privilegio olvidado, casi irreal. Pero algo no encajaba: él no recordaba haber sufrido ningún accidente. La última imagen en su memoria era la de haberse dormido la noche anterior junto a su esposa Linda, después de dejar a su pequeña hija durmiendo en su cuarto.

Percy tenía 38 años, una vida estable como gerente, amigos, una familia amada. Pero al despertar, lo que encontró no fue eso.

Los días pasaban y lo visitaban médicos y enfermeras sorprendidos por su recuperación. Hasta que una tarde ocurrió lo imposible: vio entrar a su madre.
Su madre, que había muerto hacía diez años en una cena de Navidad.

La reconoció en su perfume, en sus gestos, en su sonrisa. Estaba allí, tan real como su padre, que también parecía saludable y entero, sin rastro de la depresión que lo había consumido tras la muerte de su esposa. Percy no podía hablar bien todavía, así que guardó sus dudas, aunque el miedo lo asfixiaba más que cualquier tubo.

Cuando al fin pudo articular palabras, se enfrentó a la verdad más cruel.

—Papá… ¿cómo es que mamá sigue viva? ¿Y dónde está Linda? ¿Y Melisa? —preguntó con voz temblorosa.

Su padre lo miró confundido.
—¿Quién es Linda, hijo? ¿De qué hablas? Tu madre está aquí, y yo nunca he tenido nietos.

El mundo se quebró para Percy en ese instante. Su padre no bromeaba. Ni podía ser parte de una farsa tan elaborada.

Según los médicos, Percy tenía apenas 16 años y había caído en coma tras un golpe jugando fútbol. Su vida adulta, su esposa, su hija, sus recuerdos… todo, según ellos, era una construcción de su mente durante el coma. Una ilusión.

Pero Percy lo sentía diferente. Él había vivido esos 38 años. Recordaba cada detalle: la voz de Linda, la primera palabra de su hija, los aniversarios, las noches en vela cuidando fiebre, incluso la textura de las paredes de su casa. Nada de eso podía ser un simple invento.

Mientras los psicólogos lo evaluaban, Percy comenzó a sospechar algo perturbador: no era que su vida anterior hubiera sido un sueño… sino que había despertado en un universo paralelo.
Un mundo donde sus padres vivían, pero su esposa y su hija jamás habían existido.

Los meses se convirtieron en años. Percy creció en aquella segunda vida, pero nunca dejó de sentir que no pertenecía a ese lugar. Por las noches, miraba fijamente la lámpara de su mesa de noche, la misma que recordaba haber visto antes de despertar en el hospital. Ese objeto se convirtió en símbolo y frontera: ¿y si no era un sueño? ¿Y si cada vez que dormía podía saltar de un universo a otro?

Una noche cualquiera, exhausto de la rutina de oficina y de la soledad, volvió a acostarse mirando la lámpara encendida. Cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas regresar.

Al día siguiente, abrió los ojos en una habitación iluminada por un sol cálido. A su lado dormía Linda, con su cabello negro y su piel clara. Y frente a la cama, una niña de cinco años saltaba riendo:
—¡Papá, mamá, despierten, tengo hambre!

Percy lloró en silencio. Había vuelto.

Pero la lámpara siempre estaba allí, como una advertencia. Él lo sabía: podía despertar de nuevo en el otro universo, donde sus padres aún vivían pero Linda y Melisa no existían.
Estaba condenado a oscilar entre dos realidades.

Con los años, Percy escribió un libro titulado La teoría de la lámpara. En él relató su historia, disfrazada de ficción: un hombre atrapado entre dos mundos, incapaz de decidir cuál era el verdadero.

Y cada noche, al apagar la luz, Percy temblaba en secreto. Porque nunca sabía en qué universo abriría los ojos al amanecer.




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