Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 6-El camión de helados.

Toda historia de terror empieza igual:
un niño perdido,
una madre que grita su nombre hasta desgarrarse la voz,
y un vecindario que, tarde o temprano, aprende a cerrar las ventanas.

Esta es una de esas historias.

El sonido

Primero fue la música.
Un tintineo metálico que recorría las calles vacías.
No importaba si era de día o medianoche,
sonaba igual:
una melodía infantil,
lenta, deformada,
como un juguete que funciona con pilas gastadas.

Los niños la escuchaban antes que nadie.
Se quedaban quietos, con la mirada perdida,
y después corrían hacia el camión.

El camión

Era blanco, con dibujos de helados sonrientes en las paredes.
Pero si mirabas de cerca, la pintura estaba descascarada
y en los bordes de las caricaturas había manchas oscuras
que parecían gotear hacia abajo.

En la ventanilla había helados de colores imposibles:
azules brillantes como veneno,
verdes fosforescentes,
y rojos que chorreaban espeso,
dejando hilos en el piso.

Los niños los tomaban sin pagar.
El conductor nunca pedía monedas.

El conductor

Jamás se vio un rostro.
Algunos decían que era un hombre alto con sombrero.
Otros juraban que eran dos, tres... incluso más,
que se movían dentro como sombras líquidas.

Un vecino aseguró que, cuando el camión pasó frente a su casa,
vio decenas de manos presionando el cristal por dentro,
manos pequeñas, uñas rotas,
arañando como si quisieran escapar.

Las desapariciones

Clara fue la primera.
La vieron sonriendo, con un helado rojo en la mano.
Horas después, su madre encontró la envoltura
pegada en la puerta de su casa,
manchada con lo que parecía sangre.

Luego fue Marcos.
Después, los hermanos López.
La lista creció tanto que la policía dejó de patrullar.
Los agentes que intentaban seguir la música... nunca regresaban.

La verdad

Una noche, un grupo de vecinos armados decidió detenerlo.
Cuando el camión entró en la colonia, lo rodearon.
Pero en cuanto se acercaron, la música se hizo insoportable,
como si les taladrara el cerebro.
Uno de ellos empezó a sangrar por los oídos antes de caer.

Los demás alcanzaron a ver por la ventanilla:
los "helados" en realidad eran cuerpos pequeños,
torsos retorcidos,
piel congelada,
ojos abiertos dentro del vidrio.

Y detrás, entre los estantes, algo se movía.
No era humano.
Era una masa oscura, llena de bocas abiertas,
masticando lo que parecía ser un brazo infantil aún goteando.

Los hombres huyeron.
Ninguno volvió a hablar del tema.

El silencio

El camión desapareció semanas después.
Las casas fueron abandonadas.
El vecindario entero quedó vacío,
como si el miedo hubiera devorado a todos.

Pero la leyenda no murió.

Todavía hay quienes dicen que, en las noches más calurosas,
cuando las calles están desiertas,
se escucha la canción de helados a lo lejos.

Si miras por la ventana,
verás el camión estacionado en la esquina,
la ventanilla abierta,
y una fila de niños pálidos esperando,
con monedas oxidadas en la mano.

Nadie sabe de dónde vienen.
Nadie sabe adónde van.

Lo único seguro es que, si escuchas la música...
no salgas.

Porque si pruebas un solo helado,
serás tú quien sonría tras el cristal la próxima vez que el camión aparezca.




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