Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 19- El origen de las hadas

En un tiempo antes de que los hombres nombraran los ríos y los mares, existía un bosque tan antiguo que ni siquiera las estrellas recordaban su origen. Sus árboles se alzaban como torres de madera viva, con cortezas surcadas por arrugas del tiempo y hojas que susurraban canciones secretas cuando el viento las tocaba. La luz del sol apenas conseguía filtrarse hasta el suelo, creando claros donde la niebla danzaba como un espíritu silencioso.

Era en este bosque que surgieron los primeros susurros de lo que luego se conocería como hadas. No eran simples criaturas de juegos y travesuras, sino espíritus nacidos de la misma esencia de la naturaleza. Cada uno portaba en su ser la memoria del agua, del viento o de la tierra, y en sus ojos brillaba el reflejo de los cielos antiguos. Así comenzaron a andar entre la maleza, invisibles a quienes no poseían ojos para lo mágico, pero siempre atentos a la fragilidad del mundo que los rodeaba.

Se dice que los dioses, al contemplar la recién creada tierra, se maravillaron y temieron por la curiosidad de los hombres. No podían intervenir directamente, pero deseaban dejar guardianes: fragmentos de su esencia se vertieron en gotas de luz y sombra que cayeron sobre los árboles más antiguos del bosque. Al tocar la tierra, esas gotas se agitaron, cobrando forma primero como chispa, luego como susurro, y finalmente como cuerpos delicados y llenos de vida.

De estas primeras gotas nació Aelindra, la primera hada, cuyos pasos no dejaban huella sobre la hierba y cuya voz podía acallar el murmullo de los ríos. Sus alas eran translúcidas y reflejaban los colores del amanecer, y su presencia mantenía en equilibrio la armonía de todo lo creado. A su alrededor, las demás hadas aprendieron a moverse con sigilo, a escuchar los árboles y a interpretar el lenguaje de los animales, como si la naturaleza misma les hablara.

Aelindra enseñaba con paciencia infinita, moviéndose entre raíces y claros como si danzara con el aire. Sus hermanas y hermanos aprendieron a ocultarse en la niebla, a cambiar de forma y a fundirse con la luz o la sombra. Pero no todas las hadas seguían su camino de obediencia. Algunas ansiaban explorar, viajar más allá del bosque y observar la vida de los hombres. Estas rebeldes aprendieron a crear ilusiones de luz y a confundir a los viajeros, moviendo piedras y hojas con la punta de sus dedos.

Entre risas suaves como campanas y susurros que se perdían entre las ramas, Aelindra comprendió que el equilibrio no podía imponerse con fuerza, sino con sabiduría y paciencia. Enseñó a las hadas que la magia debía ser invisible a los ojos imprudentes y que la armonía del bosque debía protegerse incluso de quienes lo adoraban demasiado.

Con el tiempo, los hombres empezaron a percibir algo más allá de lo visible. Algunos vieron luces danzantes en prados y claros; otros escucharon voces que hablaban con los animales durante la noche. Los hombres temían y reverenciaban estas apariciones, y ofrecían miel, flores o pequeños objetos brillantes para ganar el favor de lo invisible.

Aelindra decidió acercarse a algunos de ellos, pero siempre mediante pruebas. Aquellos que mostraban respeto por la naturaleza y pureza de corazón podían escuchar los secretos de las hadas: cómo hablar con los árboles, comprender el murmullo del viento y reconocer los portentos de la tierra. Así nacieron los cuentos de magia, las canciones antiguas y las leyendas de seres diminutos que protegían los bosques y los campos.

Pero los hombres también tenían codicia. Talaban árboles, drenaban ríos y destruían prados sin pensar en la armonía que sostenía la vida. Las hadas se dividieron entonces: unas se ocultaron en los recovecos más profundos, otras aprendieron a transformarse en sombra y niebla, y unas pocas intentaron enfrentar a los humanos con ilusiones que confundían y aterraban.

Así nacieron las hadas buenas y las hadas vengativas. Las primeras guiaban a quienes respetaban la tierra; las segundas protegían con astucia y a veces con violencia a los secretos de la naturaleza. El bosque comenzó a guardar memoria de cada acto, y los humanos que se acercaban con malicia sentían escalofríos y veían luces que desaparecían ante sus ojos.

Antes de desaparecer entre la niebla y las hojas, las hadas dejaron un mensaje grabado en el aire, en el agua y en la corteza de los árboles: la naturaleza debe respetarse, la curiosidad honrarse, y la armonía protegerse. Quien olvidara esto, perdería el favor de los espíritus antiguos y solo encontraría sombras donde antes había luz.

Aun hoy, en los bosques más antiguos y solitarios, si uno se detiene y escucha con atención, puede oír un susurro entre las hojas, un parpadeo de luces que desaparece antes de ser alcanzado, o el tintineo suave de una risa diminuta. Son las hadas recordándonos que la magia existe, que el mundo es antiguo y que incluso lo más pequeño lleva en sí la chispa de la magia mas grande y pura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.