Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 21- EL VIEJO ROBLE

Por generaciones el viejo Roble a sido testigo de muchas ejecuciones en el oeste
Tierra de vaqueros crueldad y mucha sangre cada ejecución a sido llevada a cabo bajo sus ramas secas y torcidas nadie sabe cuantos años tiene plantado a las afueras del pueblo de springdreams solo se sabe que allí es el lugar donde todo criminal y fugitivos acaba colgado por la ley algunos temen pasar cerca del gran Roble pues se cuentan muchas historias macabras que pasaron bajo su gran sombra.

Una de las primeras tragedias que el viejo roble presenció fue la muerte de un joven conocido como el Sucio Jack. Corrían los primeros años del 1800. Jack era un muchacho común, parte de la pequeña comunidad del oeste. Lo apodaban así porque, según decían, detestaba asearse. A pesar de su apariencia, era un joven trabajador, alegre y carismático.

Un día, alguien olvidó una afilada hacha tirada justo debajo del gran roble. Jack pasaba por allí cuando, por un desafortunado tropiezo, cayó y la hoja le segó la cabeza al instante. Lo hallaron esa misma tarde, inmóvil, con la mirada vacía dirigida hacia el cielo gris.

Al día siguiente fue su sepelio, no muy lejos del viejo árbol, en la parte trasera de la pequeña iglesia que servía como cementerio para los muertos del pueblo.
Dicen que Jack fue una de las primeras almas que el gran roble cobró... y que en las noches de viento, aún puede oírse su risa ahogada entre las ramas secas.

El dueño del hacha jamás fue encontrado, y el caso de la muerte del sucio Jack fue olvidado con el paso de los años. Solo se recordaba el día de la tragedia, el día en que la calma del pequeño pueblo se quebró para siempre.
Pero Jack no fue el único desafortunado. Como ya saben, hubo otras víctimas.

Una de las más recordadas fue una joven pareja de recién casados que partía del pueblo en una tarde nublada, rumbo al sur. Viajaban por la vieja carretera de tierra y arena, la misma que serpenteaba entre los campos secos y terminaba frente al Gran Roble, ese árbol torcido y sin hojas que se alzaba como un esqueleto ennegrecido en medio de la llanura. Sus ramas, largas y retorcidas, parecían garras que intentaban atrapar el cielo.

La pareja marchaba en una carreta de madera, tirada por dos caballos grises. Iban sentados en la parte trasera, riendo entre murmullos y promesas de un futuro juntos, mientras el conductor -un hombre robusto, curtido por los años de trabajo en el campo- guiaba a los animales con paciencia.
Pero, por razones que nadie logró explicar, el hombre perdió el control de los caballos justo al tomar la curva frente al Roble. La carreta se desvió violentamente y chocó de frente contra el enorme tronco.

El golpe no los mató.
Lo que acabó con ellos fue una rama gigantesca que, como si el árbol tuviera voluntad propia, se desprendió desde lo más alto y cayó con un estruendo seco sobre la carreta. Aplastó al conductor al instante, destrozando la parte trasera del vehículo y dejando a la joven pareja sin vida, sus cuerpos entre la madera astillada y la lluvia de hojas secas. Solo uno de los caballos logró escapar, herido y asustado, con leves raspones y el relincho del terror aún resonando en la distancia.

Aquel día se cumplía exactamente un año desde la muerte de Jack el Sucio, y los aldeanos comenzaron a sentir un miedo reverente hacia el árbol. Desde entonces lo llamaron "El Roble de la Muerte", un nombre que se quedó grabado en las conversaciones de taberna y en las pesadillas de los más viejos.

Con el tiempo, hubo quienes intentaron cortarlo, creyendo que así pondrían fin a la maldición. Pero nadie lo logró.
El primero fue el viejo Ernie, un leñador retirado que había vivido toda su vida en el pueblo. Tenía el rostro curtido, las manos gruesas como la corteza de un tronco y una mirada cansada por los años y el licor. Harto de ver cómo el Roble seguía siendo motivo de desgracias, decidió acabar con él.

Aquella mañana era gris y tormentosa. Los truenos rugían en la distancia y el viento arrastraba hojas y polvo por las calles vacías. En la cantina, los pocos que lo vieron le advirtieron que no lo hiciera.
-Déjalo en paz, Ernie -le dijo el cantinero con voz temblorosa-. Ese árbol no es cosa de hombres.

Pero Ernie, testarudo y borracho, solo se echó una carcajada. Dio un último trago a su botella, tomó su vieja hacha de filo plateado y se marchó tambaleando bajo la lluvia.

Caminó largo rato hasta llegar al Roble. El cielo parecía esperarlo. Cuando levantó el hacha y dio el primer golpe contra el tronco, un trueno ensordecedor sacudió el aire. Un segundo después, un relámpago descendió desde el cielo con una furia inhumana, cayendo justo sobre él.
El rayo lo fulminó al instante, dejando su cuerpo ennegrecido a los pies del árbol maldito.

Al día siguiente fue enterrado sin ceremonia. Nadie se atrevió a tocar el hacha que quedó a su lado, aún clavada en el tronco carbonizado.
Y desde entonces, el pueblo repite la misma frase con un escalofrío en la voz:

-Uno más... el Gran Roble no falla.

Después de la trágica muerte de Ernie, pasaron tres largos años de silencio.
La maldición del Roble parecía haberse apagado, y los pobladores comenzaron a decir que todas aquellas muertes no habían sido más que simples coincidencias. Pero el viejo árbol, retorcido y seco a las afueras del pueblo, parecía escuchar.
Y cuando los hombres olvidan el miedo... las cosas antiguas despiertan.

En el pueblo vivía un joven fraile llamado Thomas, un hombre piadoso pero atormentado por un amor prohibido. La causa de su tormento era la señorita Susi, una dulce maestra del pueblo. Ambos se amaban en secreto, sabiendo que ese amor era imposible: los votos de Thomas se lo prohibían, y el escándalo destruiría sus vidas.

Cada noche se encontraban a escondidas, detrás de la escuela, cuando todos dormían. Pero una noche estuvieron a punto de ser descubiertos, y en su desesperación eligieron un nuevo lugar:
el viejo Roble.




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