Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 30 -Uncanny valley

Mark había decidido escapar de la ciudad, de la rutina, del ruido constante que lo asfixiaba. Tomó la carretera de montaña con su auto, dejando atrás los semáforos, los edificios y los ruidos humanos que lo agobiaban. La noche caía rápido, y la luna apenas iluminaba el camino serpenteante. Los árboles se alzaban a ambos lados de la carretera, como guardianes oscuros que lo observaban en silencio.

Al principio, el viaje parecía tranquilo. Pero cuando su auto comenzó a quejarse y finalmente se detuvo, Mark descubrió que la gasolina se había acabado. Respiró hondo y miró alrededor. Nada salvo la oscuridad del bosque y un viento frío que le erizaba la piel. Entonces, en la lejanía, vio luces. Un letrero de neón titilante que decía: “Bienvenido a Uncanny Valley”.

—Salvación —murmuró, más para sí mismo que para alguien más.

El pueblo parecía sacado de un cuadro antiguo: calles alineadas con precisión obsesiva, casas de madera impecables, jardines perfectamente podados, farolas que lanzaban una luz cálida y constante. Todo parecía demasiado ordenado, demasiado perfecto.

Al caminar por la calle principal, Mark notó a los residentes. Se acercaban con sonrisas amplias, con saludos excesivamente amables:

—¡Bienvenido, forastero! —exclamó una mujer, inclinando la cabeza con exactitud militar.

—Sí, sí… bienvenido a nuestro hogar —dijo un hombre con voz monótona, mientras sus labios se estiraban en una sonrisa que parecía grabada en su rostro.

Mark sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sus movimientos eran demasiado coordinados, sus gestos demasiado medidos. Algunos no parpadeaban al mirarlo. Otros se movían con una rigidez inquietante, como si fueran muñecos articulados. Quiso alejarse, pero cada calle que tomaba parecía conducirlo de vuelta al centro, donde la plaza principal lo observaba con su estatua brillante y perfecta.

Decidió buscar alojamiento. Encontró un hotel de fachada antigua, con un letrero que oscilaba suavemente, casi hipnóticamente. La recepcionista lo miró con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos:

—Tenemos una habitación lista para usted —dijo, y su voz parecía deslizarse en la mente de Mark, suave, insistente.

Mientras subía por el pasillo, notó algo extraño: los cuadros en las paredes no mostraban paisajes normales. Cada escena parecía distorsionarse ligeramente cuando lo miraba: árboles torcidos, cielos que sangraban tonos extraños, figuras humanas con facciones ligeramente incorrectas. Cada paso de Mark resonaba en el corredor, pero no escuchaba nada más. No había otros huéspedes, ni sonidos de conversaciones, ni risas; solo un silencio que se sentía vivo.

La noche cayó y Mark intentó dormir, pero fue imposible. Desde el pasillo llegó un sonido: pasos suaves, casi flotando. Su puerta tembló levemente. Una voz femenina, dulce y suave, susurró:

—Mark… no deberías estar aquí…

Saltó de la cama y corrió hacia la ventana. La calle principal estaba vacía, pero las luces parpadeaban de manera irregular, como si respiraran. Desde los árboles cercanos, ojos brillantes lo observaban. Intentó llamar a alguien, pero su teléfono no tenía señal.

Al día siguiente, Mark salió a explorar el pueblo con más atención. Visitó un pequeño restaurante donde la camarera le sonrió de manera excesiva:

—¿Qué desea, señor? —preguntó, inclinando la cabeza casi hasta tocar el hombro.

Intentó hacer preguntas sobre el pueblo: su historia, sus habitantes, sus costumbres. Pero las respuestas siempre giraban en torno a la palabra “felicidad”, pronunciada con un tono que era más una advertencia que un consejo. Cada plato que le servían era idéntico al anterior, incluso el sabor parecía calculado para ser agradable pero artificial, dejando un retrogusto metálico que hizo que Mark se atragantara ligeramente.

Mientras caminaba de regreso a su hotel, comenzó a notar detalles que lo aterrorizaban: algunos residentes tenían articulaciones que se movían de manera extraña, casi mecánica; otros caminaban con pasos perfectamente sincronizados, como si todos compartieran una coreografía invisible. Sus ojos, siempre sonrientes, seguían a Mark incluso cuando él cerraba los ojos por un instante.

La tensión creció cuando descubrió que el pueblo parecía cambiar a su alrededor. Las calles que había recorrido antes aparecían distintas, con casas más altas, árboles más retorcidos, farolas que lanzaban sombras como manos extendidas hacia él. Comenzó a escuchar murmullos, pero no palabras; sonidos guturales y mecánicos que parecían provenir de la misma tierra.

Desesperado, intentó huir hacia el bosque, pero los árboles se inclinaban para bloquear su camino, sus ramas arañando la piel de Mark como uñas de metal. Sintió algo rozando su hombro: una mano fría, rígida, con dedos demasiado largos. Giró la cabeza, pero no había nadie. Solo sombras que se retorcían, susurrando su nombre.

Esa noche, mientras se escondía en un cobertizo abandonado, entendió la verdad más horrenda: los residentes no eran humanos. No del todo. Sus sonrisas eternas, su coordinación obsesiva, sus gestos perfectos… eran carne y máquina fusionadas, marionetas con conciencia parcial, diseñadas para atraer a los viajeros. Y ahora, él era el objetivo.

Durante horas escuchó susurros y pasos fuera del cobertizo. Finalmente, la puerta se abrió lentamente. Una figura alta, con rostro humano pero ojos vacíos y articulaciones que se movían con un chasquido mecánico, apareció. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no era humana.

—Mark… te estábamos esperando —susurró, con voz que parecía resonar dentro de su cráneo.

Mark corrió, pero cada calle que tomaba lo devolvía al centro del pueblo. Los edificios parecían alargarse, inclinarse hacia él, atrapándolo en un laberinto imposible. Los murmullos crecieron hasta convertirse en gritos mecánicos y chirridos de metal. Sentía su corazón latiendo con fuerza, su respiración entrecortada, su piel cubriéndose de sudor frío.




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